Cereales bajo el microscopio en el puerto de A Coruña

R. Domínguez A CORUÑA / LA VOZ

MERCADOS

CESAR QUIAN

El laboratorio de Agafac descarta contaminantes antes de fabricar los piensos; ahora, el sistema Galis, de referencia en España, aportará información nutricional

25 feb 2018 . Actualizado a las 04:58 h.

Cada vez que un barco descarga cereal en el puerto de A Coruña, a donde llega el 70 % de esta mercancía en Galicia, una furgoneta recorre los muelles tomando muestras en distintos puntos de las montañas de maíz, soja, cebada, trigo... en el propio buque o en los almacenes. Se hace antes de su traslado a las fabricación de piensos para un análisis previo de seguridad alimentaria que descarte contaminantes antes de que entre en la cadena de producción.

Esta actividad, que se ha tomado como referencia en otros puntos de España, se lleva a cabo bajo el paraguas de Agafac, la Asociación Gallega de Fabricantes de Alimentos Compuestos, que agrupa a las empresas de las que sale el 85 % de las toneladas elaboradas en la comunidad, entre ellas Coren, Feiraco, Coinsa, Os Irmandiños o Xallas. Juntas decidieron poner en marcha hace ya años este sistema de control para mayor garantía. Lo bautizaron Galis (Galicia Alimentos Seguros) y cuenta con un laboratorio en el puerto coruñés, al que se remiten también muestras de Vilagarcía y Marín. Hoy presta servicio no solo a los 35 centros de producción de las firmas asociadas, sino a un total de 54 fábricas. Por su microscopio pasan las materias con las que se elabora el 94 % de los piensos en Galicia.

«No hay ningún sistema tan garantista como el nuestro en ningún sitio de España, ni tampoco un muestreo tan riguroso», recalca Bruno Beade, director de Agafac, antes de subrayar la importancia del control en el primer punto de la cadena alimentaria, dado que «cuando surge un problema, en el 99 % de los casos viene de que la materia prima no está conforme».

Galicia, cuarta en el ránking nacional, produce cada año tres millones de toneladas de pienso, sector que genera más de 1.500 empleos directos y que, con un volumen de negocio de 1.200 millones de euros, supone casi el 3 % del PIB. De ahí que no resulte anecdótica la colaboración entre empresas competidoras para crear y ahora mejorar un laboratorio de seguridad alimentaria, ya que, merced a un proyecto de investigación, acaban de incorporar nueva tecnología que les permitirá aportar además perfiles nutricionales.

«Las catas se hacen en distintos puntos porque en un carguero de 60.000 toneladas puede venir en diferentes bodegas, condiciones, e incluso de distintas plantaciones. Lo que nos interesa es tener una muestra realmente representativa», explica la directora técnica de Agafac, Luisa Delgado.

Así, en cubos llega al laboratorio, donde se vuelve a filtrar y moler antes de someter cada muestra a «un kit rápido de aflotoxinas que producen los hongos», explica Lupa Rodríguez, la técnica del laboratorio. Si se detecta algún tipo de contaminación «damos aviso en menos de 24 horas y se paraliza la carga antes de que entre en el proceso de elaboración». Los límites están marcados por la normativa europea, con máximos permitidos y, en casos, topes recomendados.

Ese test rápido no es el único que ha de pasar la mercancía. Un control exhaustivo posterior evalúa otras microtoxinas y descarta la posible presencia de decenas de agentes, desde metales pesados a dioxinas y pesticidas. «Cuando se trata de límites recomendados, estamos intentando también fijar qué ratios son los mejores, porque pueden afectar a la productividad de una especie, ya sea en crecimiento o en reproducción, hay microtoxinas que pueden dar problemas digestivos, hepáticos...», recalca la directora sobre la valiosa información que se puede aportar para el desarrollo de compuestos cada vez más efectivos.

La materia más vigilada es el maíz. «Es el que más se descarga y también el más susceptible», comenta Lupa Rodríguez, que recoge datos con los que es posible trazar hasta un mapa de riesgos en función del origen de cada mercancía y anticipar alertas. Como la advertencia, por la que merecieron un reconocimiento de la UE, por dar la voz de alarma sobre una mezcla que contenía óxido de zinc.

Ahora, con el equipo tecnológico recién incorporado se abren nuevas expectativas. «Vamos a poder saber el perfil de proteínas, grasas, fibra... Todo lo que suele aparecer en las etiquetas de los productos», describe Delgado. Contar con esta información se revela de notable importancia porque «los fabricantes pueden aprovechar esos datos -señala- para diseñar las fórmulas más adecuadas, decidir a qué tipo de cabaña pueden destinar una u otra mercancía o ajustar qué tipo de compuestos elaborar».

El laboratorio analiza muestras del 94 % de la materia prima con la que se elabora alimentación animal