«Falta profesionalidad, como el mejillón se vende solo...»

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

MARTINA MISER

Hija de emigrantes y miembro de una familia con agallas, no tiene pelos en la lengua, y lo mismo que reconoce sus errores, critica los de los productores y los de los empresarios del sector; y sin embargo, le apasiona el mar y la empresa, por eso apostó por crear un cocedero de marisco en la ría de Arousa, al lado de otros que cerraban y en un mundo masculino que no le amedrenta en absoluto

07 ene 2018 . Actualizado a las 04:56 h.

Rosa Santórum nació en Venezuela en 1965, pero con tres años regresó a la tierra natal de sus padres, en Vilanova. La familia, que había hecho dinero en la emigración con el reciclaje de cartón y trapo, cambió por completo de sector y se dedicó a la transformación del mejillón, el maná que dio de comer a tantas familias en la ría de Arousa. «Mi padre no sabía dónde se metía; desde Venezuela hizo una permuta de un solar y cuando nos vinimos decidió montar un cocedero de mejillón; era el año 1968, y allí me crie yo, en la fábrica».

-Durante mucho tiempo trabajó en la empresa familiar. ¿Cómo y por qué se decidió a montar su propia fábrica?

-Siempre tuve un apego muy grande a la fábrica, es una pasión. Estudié Empresas pero no pensaba en ser empresaria; sí en aportar a la familia y en trabajar, y siempre lo hice al lado de mi padre. Pero llegó un momento en que mi hermano acabó de estudiar y se vino, y también mi hermana mayor, y para mí ese modelo dejó de encajar, no era operativo, no había un mando claro, y una puede luchar contra el mundo pero no contra su propia familia. No los culpo a ellos, yo soy muy particular.

-De hecho, usted en una conferencia se quejó de que su padre tenía claro que su heredero era su hermano, un hombre.

-Siempre tuve una relación muy estrecha con él, y lo mismo estaba con mi padre en la fábrica que en el bar, y siempre tuve la esperanza de que él fuese consciente de lo que yo podía aportar. Me decía: ‘Se foses un home...’ Es jugar con las cartas marcadas, así que a los 33 tomé la decisión. No tenía más que unos ahorros, insuficientes, pero hice mi proyecto de viabilidad, fui a los bancos y sobre todo a llamar a la puerta de empresas que me ayudaron a financiarme. Y así nació Mejillones Nidal, hace 17 años.

-¿En qué momento se dio cuenta de que el proyecto era viable?

-El año del Prestige. Sufrí mucho y tuve mucho miedo, pero salí tan reforzada que me dije, de esta salimos. Y desde entonces soy del sector, no les fallo, siempre estoy para echar una mano.

-Ese sector, sin embargo, pese a la denominación de origen y a la calidad del producto, nunca fue capaz de permanecer unido. ¿No es esa su principal amenaza ante la competencia de producto extranjero?

-Este sector está muy prostituido. Falta profesionalidad, como el mejillón se vende solo... Parece que es una obligación heredar una batea y trabajarla sin vocación. Como ya tienes tu medio de vida solucionado, dejas de formarte, y las rencillas te acompañan toda la vida. Porque además, siempre somos los mismos, no hay renovación, y parece que una batea la puede llevar cualquiera.

-Eso respecto a los productores. ¿Nada que decir respecto a la parte empresarial?

-Lo mismo. El proceso de transformación del mejillón tiene un futuro inmenso, pero tuvo la mala suerte de tener muy malos empresarios. No innovamos, no buscamos soluciones, pese al avance tecnológico tenemos las mismas máquinas que hace treinta años... Vendemos mucho cuando los demás pinchan y cuando les va bien, vendemos menos. Pero así seguimos, porque es fácil vivir de esto y nadie se plantea hacerlo de otra manera.

«Empezamos 10 y somos 80, casi todas mujeres; no veo que me hagan falta los hombres»

Ella misma dice que tiene muchos defectos, pero desde luego, no es supersticiosa, porque su fábrica está en la carretera que va de Vilagarcía a Vilaxoán, donde en los últimos años cerraron conserveras con solera. No le da importancia. «Yo creo en el trabajo bien hecho», dice.

-Es un mundo en el que mandan los hombres, pero en las fábricas trabajan las mujeres. ¿Es así también en la suya?

-Empezamos 10 y somos 80, casi todas mujeres; no veo que me hagan falta los hombres. Las carretilleras son mujeres, las encargadas de los frigoríficos, también... Son más constantes en el trabajo. Únicamente los mecánicos siguen siendo hombres, y tampoco es fácil encontrar una mujer con el carné de primera.

-Y usted, personalmente, ¿tuvo que empezar a pensar como un hombre? No hay mujeres empresarias en su sector.

-Hay alguna más pero con cargos directivos, no con empresas. Hubo un momento en el que llegué a pensar que era como ellos, pero al final marcas las pautas y no es necesario. Yo tengo carácter, no me hace falta ser como un hombre.

-También pasó por la política, como concejala del PP y en una lista independiente en Vilanova. ¿Repetiría?

-Fue una época maravillosa, aprendí mucho. Me equivoqué muchas veces, pero mientras viví en la ignorancia, fui feliz.

-Logró prestigio en el sector. ¿Los números acompañan?

-Estamos considerados como gran empresa por la facturación y estamos relativamente satisfechos del trabajo y de los resultados. Cerramos el 2017 con 16 millones de kilos, pero hubo años de 20. Este fue un año complicado por el paro biológico.

-¿Algún nuevo reto?

-Me gustaría dar el salto a la quinta generación; es decir, al producto con salsa para calentar en el microondas. Ahora a lo que nos dedicamos es al proceso completo de transformación desde que el mejillón llega de la batea hasta que es congelado. Pero para poder hacer otras cosas necesito espacio, esta fábrica está en un sitio fantástico pero se nos queda pequeña. Llevo años esperando a ver si se recalifica una parcela al lado, pero nada... A veces parece que van a conseguir que tire la toalla, pero no... ¡Seguiré luchando!