Y Draghi cumplió su palabra

Mercedes Mora REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

Lleva el guardián del euro más de dos años tirando de chequera, para desesperación alemana, con el firme propósito de pavimentar la recuperación. La economía ya carbura y ha llegado, pues, el momento de levantar el pie del acelerador de las compras de deuda. Pero Draghi no se fía. Son demasiadas las veces que ha visto resucitar una crisis que tiene más vidas que un gato

07 ene 2018 . Actualizado a las 04:45 h.

Fue en julio del 2012, en pleno huracán de la crisis de deuda, con España ya rescatada, pero todavía al borde del abismo, y la eurozona a punto de saltar por los aires, cuando, para alivio de todos, se abrió el cielo, apareció Draghi, y lanzó al aire su ya famoso conjuro. Poco podían imaginar entonces los simples mortales lo lejos que llegaría el italiano con su magia. Aquel «haremos todo lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente», lo cambiaría todo.

Escuchar las palabras mágicas del guardián del euro y poner pies en polvorosa la jauría de lobos que durante meses tuvo a Europa contra las cuerdas fue todo uno. Huyeron como conejos. Y eso que pasar de las palabras a los hechos le llevó a Draghi lo suyo. Hubo que esperar casi tres años para verlo cambiar la historia del BCE tras ganarle el pulso a la ultraortodoxa Alemania. Había dicho que lo haría todo, ¡Y vaya si lo hizo!

Nunca soñaron quienes lo idearon que el Banco Central Europeo iría tan lejos. Tanto, que puso sus pies en territorio comanche: con tipos de interés cero y la máquina de fabricar dinero funcionando a todo trapo.

Lo anunció en enero del 2015, sorprendiendo con su ambición incluso a los analistas más osados. Hay quien todavía hoy sostiene que es la decisión más arriesgada que se ha tomado nunca en la eurozona. Y la puso en marcha en marzo de ese mismo año. Sobre la mesa, 60.000 millones de euros al mes para comprar deuda (pública y privada), que doce meses después se convertirían en 80.000. Casi nada. Dijo cuando desveló al mundo su plan que, como poco, aquello iba a durar hasta septiembre del año siguiente. Pero no quiso encorsetarse el italiano en plazos, que los carga el diablo. Ligó su plan a un objetivo. Y no a uno cualquiera: situar la inflación cerca, pero por debajo del 2 %. Que es para lo que fue creado el BCE. Llevaba algún tiempo la eurozona viéndole las orejas al temido lobo de la deflación.

Con los alemanes poniendo el grito en el cielo -lo han llegado a acusar incluso de alimentar el caldo de cultivo para la resurrección de la extrema derecha- durante todo este tiempo, a Draghi nada ha conseguido apartarlo de su camino. No es el tesón algo que le falte al italiano. Virtud esta muy propia de los alpinistas. Draghi lo es. Incluso ahora, que ha llegado el momento de levantar el pie del acelerador, se resiste a hacerlo. Parece que no termina de verlo claro.

Sea como fuere, a la vieja Europa no le queda otra que aprender a vivir sin la respiración asistida del BCE. A partir de este mes, las compras mensuales de deuda bajarán de 60.000 (en abril las recortó de 80.000 a 60.000) a 30.000 millones. Y eso hasta finales de septiembre.

La recuperación parece que ha llegado para quedarse y Draghi lo tiene cada vez más difícil para sortear la furia germana. Pero insiste. Por él que no quede. Ya ha visto resucitar esta crisis -tiene más vidas que un gato- varias veces y no baja la guardia. De hecho, ha dejado la puerta abierta a seguir con ese volumen más allá de septiembre o incluso a volver a elevarlo «si la inflación o las perspectivas de estabilidad financiera empeoran».

Y de la subida de los tipos, ni hablar tampoco hasta septiembre. Como poco. «El consejo de gobierno prevé que los tipos de interés oficiales del BCE se mantengan en los niveles actuales [0 %] durante un período de tiempo prolongado, que superará con creces el horizonte de sus compras netas de activos», dijo tras la última reunión del BCE, a mediados de diciembre. Calma, pues.

Y es que es mucho lo que ha conseguido el italiano en estos más de dos años de desmelene como para que ahora el tapering -retirada de estímulos en la endiablada jerga anglosajona- se lo eche todo a perder.

En este tiempo se ha gastado 2,24 billones de euros, de los que 1,84 son deuda soberana. Este año se va a gastar otros 270.000 como mínimo, e irá reinvirtiendo la deuda que le vence, lo que sumará otros 130.000 millones.

Y, ¿qué ha conseguido a cambio? El plan ha servido para alejar el fantasma de la deflación y cimentar la recuperación económica. ¿Cómo? Garantizando financiación barata a gobiernos, empresas y particulares. La reducción de las primas de riesgo que ha traído aparejada la intervención del BCE ha sido vital para países como España o Italia. Y el saneamiento de los bancos y la lluvia de dinero barato con la que los ha regado Draghi han permitido abaratar el crédito para empresas y familias. Sabe muy bien un banquero central que sin crédito no hay recuperación que valga.

Las medidas de Draghi han garantizado financiación barata a gobiernos, empresas y familias

El BCE se ha gastado 2,24 billones de euros en comprar deuda desde marzo del 2015, cuando inició su plan