La historia económica de Galicia duerme en nuestro cajón

Gladys Vázquez REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

CEDIDAS

Son papeles de uso cotidiano. En muchos casos, la única prueba que acredita una propiedad; En otros, el rastro del régimen político

31 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Galicia, 1916. El siglo XX daba sus primeros pasos en una tierra singular. Una zona agraria marcada por los pequeños terrenos y la explotación familiar. Pero hay algo que hacía diferente este momento: la propiedad. Aquellos que cultivan empiezan a convertirse en los dueños de las fincas. Los foros quedaban atrás. En septiembre de 1916, José Rodríguez, vecino de Cesuras, le pagaba 100 pesetas a Domingo Sánchez por el Monte del Castillo, con ferrado y medio sembrado. Su nieto, Manuel Rodríguez, aún conserva el documento. «Es nuestra prueba de propiedad». Ya existían las escrituras, pero que se trate de un documento de venta privado no es raro. «En Galicia non rexistramos as fincas aínda agora», explica Dolores Pereira. La directora del Archivo Histórico de Lugo insiste en su valor. «Son unha testemuña do devir de Galicia», dice.

«En las notarías está nuestra vida», comenta María Isabel Louro, decana del Colegio Notarial de Galicia. «Los documentos de más de cien años están pasando al archivo histórico para investigación. Los que tienen menos de un siglo, son secretos». Para los notarios, los testamentos son algunas de las grandes joyas. «Hace poco expedí una copia de una herencia en la que se reflejaba la cantidad de unto y jamón. La matanza tenía una gran trascendencia económica», explica esta notaria. A ella no le sorprenden para nada los manuscritos. Los manejan de forma habitual. «A principios del siglo XX se autorizaron las máquinas de escribir, pero solo para la copia. La matriz con la que se queda el notario era manuscrita».

EL PRECIO DE COMER CARNE

Desde el miércoles de ceniza hasta el Domingo de Resurrección se hacía una penitencia que limitaba la comida. Por ello, Dolores Golpe, vecina de Dordaño, pagaba una peseta para que su familia pudiese comer carne. María Villaverde, su nieta, recuerda este pago cuando era niña: «Se hacía porque era pecado mortal». Para todos, menos para aquellos que habían pagado esa peseta. Era una limosna, pero también un símbolo de estatus. «La nuestra era una casa grande que daba trabajo a los jornaleros.», recuerda María. «Históricamente, os tempos litúrxicos tiñan xaxún. Había xente que non quería pasar por iso e busca computalo con algo, unha esmola», comenta el teólogo Andrés Torres Queiruga. «Podías pagarlla ao teu cura. Vendíache o papel e iso daba testemuña. Supuxo abusos históricos». En 1966 se eliminaba la Bula de la Santa Cruzada, centrando la penitencia en los viernes.

Más allá de este «impuesto», el rural gallego tenía otras preocupaciones. En 1950, el Régimen creaba la Mutualidad Nacional de Previsión Agraria. Como explica el investigador de la USC Daniel Lanero, se buscaba extender a los trabajadores del campo la protección social de la que ya disfrutaban los trabajadores urbanos. Con todo, los constantes problemas del modelo de Previsión Social Rural del Franquismo, persistieron. El déficit no desapareció: había fraude, las cotizaciones eran bajas (unas 50 pesetas al mes) y el éxodo rural estaba en marcha. La representación documental era los cupones. «Os labregos pagaban unha cantidade para ter dereito a unha pensión ou a atención sanitaria. Había corrupción: por exemplo, axentes da Seguridade Social que quedaban con parte das pensións».

Mientras, y aunque Galicia fuese agraria, había quien arrancaba diferentes aventuras. Era el caso de la familia Conde, de Viveiro. En 1950, Eduardo abría Bazar Conde. Una tienda que pasa de los 60 años. «Apenas había comercio y nosotros teníamos de todo. Desde bombonas hasta la propia cocina. Cuando era chaval, se llevaban incluso a Ferrol», relata José Luis, actual dueño del establecimiento. Conserva con mimo aquel primer contrato de renta antigua. «Está en buen estado gracias a mi padre. Es historia de la tienda».

En las ciudades las cosas tampoco iban rápido. El trabajo de las mujeres era la casa. Uno de los empleos más habituales para las jóvenes estaba en el comercio. La coruñesa Marina Varela, de casi 70 años, tiene su primer contrato de trabajo de 1962. «Quería estudiar, pero en casa hacía falta el dinero. La preferencia para los estudios era para los hermanos varones, así que a los 14 años me puse a trabajar. Me gustaba», recuerda. En su contrato está marcado en tinta el permiso de su padre, pero incluso el de un médico que la considera apta. «Trabajaba en La Reina de las Flores, en la calle Real. Era una de las niñas de los recados. Llevaba lo que me mandasen de una tienda a otra», comenta refiriéndose a una segunda tienda de la misma propiedad, La Rosaleda.

Trabajar con 14 años era normal, pero las mujeres tenían que pasar por su propia «mili». María López tiene la cartilla del Servicio Social de la Mujer. «Era imprescindible para casarme. Te daban clases de labores, como organizar la casa y te hablaban del matrimonio». Para el historiador Emilio Grandío, es un «reflexo da natureza do Franquismo. O Servizo Social creouse no 36. Era un servizo de beneficencia, pero baixo un tinte fascista. Cos anos desvirtúase o contido, pero queda coma un recordo permanente da lexitimidade do réxime», explica.

Los notarios aún manejan testamentos en los que figura el reparto de la carne de la matanza