Redes sociales, ¿amenaza u oportunidad?

Mila Méndez Otero
Mila Méndez REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

Mila Méndez / Marco Gundín

Las empresas forman ya a sus trabajadores en el uso de estas plataformas por ser uno de los grandes escaparates de lo que hacen; un comentario puede incomodar más que un trabajo mal hecho

05 nov 2017 . Actualizado a las 13:12 h.

A ningún dependiente de una tienda de ropa se le pasaría por la cabeza vestir una prenda en la que destacase de forma ostensible una marca de la competencia. Al menos, a su jefe seguro que no le agradaría. Internet es a día de hoy una puerta abierta por la que entran clientes, anunciantes o proveedores. En un mundo digital, donde los medios telemáticos se imponen en las relaciones comerciales, cuidar la imagen y los mensajes que circulan por la Red es tan primario como agradar al comprador que se acerca al mostrador. Las compañías lo saben y por eso las acciones de márketing online van en aumento. Contratan a communities o externalizan los servicios a una agencia. Las grandes firmas fueron las primeras. Las pequeñas y medianas empresas (pymes), e incluso los autónomos, se van sumando poco a poco. 

Sin embargo, la transparencia de Internet, la explosión de las redes sociales y su viralidad intrínseca, han añadido un nuevo elemento a la ecuación. La vida privada o las ideas personales que se publican en un post de Facebook o en un tuit pueden pasar factura no solo en el ámbito personal, sino también en el laboral. «El ecosistema de la empresa no es solo su página web o su cuenta de LinkedIn, también lo son sus empleados, sus directivos y todo lo que ese conjunto de gente puede publicar en redes sociales de forma pública», apunta Manuel García, director ejecutivo en Galicia de la consultora de márketing online Neozink.

Las consecuencias de compartir un mensaje desafortunado fueron inmediatas para una empleada de la tasadora Tinsa. Ocurrió a comienzos del pasado mes de septiembre. La trabajadora que le deseó una «violación en grupo» a la líder de Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, fue despedida de forma fulminante. Su injustificado tuit había desatado una reacción de condena viral por parte de miles de internautas. Otro caso famoso es el de Justine Sacco. Antes de coger un avión con destino a Sudáfrica, la directora de comunicación de InterActiveCorp (IAC) publicó lo siguiente en su cuenta de Twitter: «Me voy a África. Espero no pillar el sida. Es broma. ¡Soy blanca!». Nada más aterrizar estaba en la calle.

Aunque en ambos casos se trató de opiniones ajenas a su actividad laboral, y realizadas desde sus perfiles personales, la prioridad de sus empresas fue la de evitar una publicidad negativa que dañase la reputación de las firmas. «La frontera entre vida personal y laboral en las redes sociales es muy fina y difícil de ver. Muchas veces no se entiende», reconoce Manuel García.

La turba digital condena en cuestión de minutos y de por vida, y eso puede ser más costoso que la indemnización por despido improcedente dictada por un juez. Las empresas lo saben y por eso a su política de comunicación corporativa han empezado a añadir códigos éticos internos que indican cómo proceder ante estos casos.

El despacho de abogados Cuatrecasas y Adecco han publicado también un decálogo de recomendaciones. Aunque ponen límites a la capacidad de control y disciplina cuando se trata de cuentas particulares, sus consejos, destinados al tejido empresarial de todo el país, remarcan la importancia de una política clara con los contratados. «Un empleado puede usar imágenes, vídeos o documentos en los que puede salir vestido con la ropa laboral, con un coche de empresa rotulado... Si lo que comenta es controvertido, se viraliza. Puede provocar un daño muy grande aun no haciéndolo de forma consciente», explica Luis Yebra, CEO de la agencia Artenova.

Lo doméstico puede interferir en lo laboral más de lo que se piensa: «El público puede vincular las acciones particulares como acciones corporativas. Antes, las empresas se preocupaban de la buena apariencia de sus empleados. Ahora el ámbito de contacto se ha ampliado», continúa argumentando Yebra.

Prevenir antes que lamentar es otra de las líneas de actuación abiertas. Dominar estas aplicaciones sociales ya no es solo cosa de los comunnities. «Muchas pymes forman a sus empleados para que gestionen las redes sociales de sus empresas. Otras, más grandes, están instruyendo a sus plantillas para que usen sus perfiles personales como una herramienta de comunicación de sus servicios, generalmente a los empleados con labores comerciales. Para ello deben usar redes sociales orientadas al ámbito laboral como LinkedIn, y reservar especialmente Facebook al ámbito personal. Twitter o Instagram, dependiendo del sector, pueden ser empleadas tanto en el ámbito personal como en el profesional», detalla Luis Yebra.

Sentido común

«Todos debemos ser más conscientes de que lo que decimos lo puede leer cualquiera y la capacidad de difusión es inmensa», advierte Manuel García, de Neozink. Una premisa repetida insistentemente pero que todavía no ha calado en la comunidad online, que sigue creyéndose a salvo, cuando son un escaparate. El sentido común es el mejor compañero y no rivaliza con un derecho fundamental: la libertad de expresión. «Necesitamos educación digital, pero lo más importante es tener simplemente educación y respeto. ¡Y no escribir nunca nada que no diríamos en persona!», desliza Yebra. A esto, habría que añadir: tampoco al jefe.