El proteccionismo de Trump, ¿crisis u oportunidad para la UE?

Cristina Porteiro. Bruselas

MERCADOS

JUAN SALGADO

Mientras EE. UU. se repliega, los europeos toman posiciones en el mercado internacional Bruselas quiere ser la fuerza motriz de la globalización

23 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Todo el espacio que Estados Unidos deje atrás, Europa lo va a ocupar». Bruselas está decidida a arrebatar el timón del comercio a sus socios norteamericanos. El presidente estadounidense, Donald Trump, le ha declarado la guerra al libre mercado. El Nafta con México y Canadá, el acuerdo comercial transpacífico con el sureste asiático o el TTIP con la UE han sido las víctimas de la ceguera del multimillonario que ha blindado a su país tras unos muros, por ahora invisibles, de aranceles y restricciones. El primer acuerdo se renegociará a partir de agosto. Las conversaciones con los europeos, sin embargo, están congeladas. «Estamos ante los primeros capítulos de un cambio que Europa no debe desaprovechar (...) Nos ha salido bien que ganara Trump», aseguran fuentes comunitarias. Entre otras razones, apunta Bruselas, porque su triunfo ha dado a la comisaria de Comercio, Cecilia Mälmstrom, el empujón que necesitaba para situar a la UE como nueva abanderada del libre mercado.

Algunos cuestionan abiertamente la estrategia de Trump, al que atribuyen escasos conocimientos y habilidades políticas. Críticas que no solo le vienen de dentro: «Este hombre no sabía dónde estaba ni qué hacía aquí (...) No decía nada con sustancia. Cuando se dirigió a nosotros nos dijo: «¡Ey chavales, estáis haciendo un gran trabajo, no olvidéis que América es vuestra amiga!» , asegura con sorna una alta fuente de Bruselas, presente en el primer encuentro que mantuvieron el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, y Trump el pasado 25 de mayo. Los responsables de Comercio se llevaron las manos a la cabeza. ¿Cómo hacer entrar en razón a alguien de esa talla? ¿Perjudicará la hostilidad de Trump a la UE o será una oportunidad para tomar el relevo?

Agenda comercial

Por delante queda mucho trabajo para convertir esta crisis en oportunidad. Nada menos que 18 acuerdos de libre comercio por cerrar. El CETA ya está listo para echar a rodar después de un tortuoso tiempo de descuento en el que el parlamento regional de Valonia (Bélgica) amenazó con vetarlo. El de Japón estuvo a punto de estrellarse por las prisas. Finalmente Tokio y Bruselas sellaron un pacto político para llegar con algo bajo el brazo a la reunión del G20 en Hamburgo y restregárselo a Trump. Eso sí, las cuestiones de más peso, las financieras y de inversión, aun están por aclarar. Tras la defunción temprana del TTIP, las prisas de la UE se concentran ahora en culminar acuerdos con Australia, Singapur, México y Mercosur, que acumula más de 17 años de retrasos. Bruselas aspira a cerrar estos dos últimos antes de que acabe el año. «Esto refleja que queremos ser una fuerza motriz de la globalización y la política de mercado ofreciendo predictibilidad en las relaciones en un momento muy importante», aseguran fuentes de las negociaciones. Esa urgencia ha hecho que Bruselas busque también señales de cooperación de Pekín, uno de los socios comerciales más problemáticos para la UE que no solo lidia con subvenciones escondidas, también con el dumping y las barreras de entrada a la inversión en el país asiático que absorbe el 9,7 % de las exportaciones de la UE y de donde procede el mayor volumen de importaciones (20,2 %). Esta situación está dificultando las conversaciones en torno al acuerdo de inversión en curso. Estados Unidos sigue siendo la principal preocupación de Bruselas por ser el principal cliente de los europeos (20,8 % de las exportaciones). Alemania es quien más se ha enriquecido de la relación trasatlántica registrando superávits comerciales de entre el 7,5 % del PIB y el 8 % en los últimos ocho años y alcanzando los 64.900 millones de euros anuales en los intercambios con Estados Unidos. La balanza comercial de la UE con su socio norteamericano es positiva (146.000 millones de euros). Con este panorama, será difícil encontrar alternativas. Bruselas ha puesto la vista en el sudeste asiático y América Latina. ¿Qué hay de Rusia? El comercio con el vecino del este va por otros derroteros. Desde el 2012 los intercambios han ido cayendo progresivamente con un balance negativo para la UE. Moscú ignora las llamadas de Bruselas: «Rusia sigue manteniendo barreras comerciales para proteger su industria local», aseguran en la Comisión, preocupados por las ayudas a la exportación y los subsidios públicos a las plantas de automoción y maquinaria agrícola, las restricciones a la participación de compañías europeas en proyectos con financiación pública y las restricciones al transporte desde Ucrania hasta Asia central que están incrementando los costes de transporte a los exportadores europeos. ¿Puede el CETA salvar las cuentas? No. Canadá es el destino del 1,2 % de las exportaciones totales de la UE. Es el duodécimo socio comercial del bloque. El volumen total de intercambios en el 2015 con ese país solo alcanzó los 63.500 millones de euros aunque la eliminación del 99 % de los costes aduaneros podría multiplicar los intercambios.

El gran trozo del pastel son las oportunidades de negocio que se abren en Canadá para los inversores europeos. A pesar de las estrechas cuotas de mercado, la balanza comercial en bienes y servicios beneficia a la UE (6.100 y 5.900 millones de euros respectivamente en el 2016). Estos vientos favorables deberán apuntalarse con otros acuerdos adicionales y la UE está dispuesta, eso dicen sus equipos negociadores, a seguir siendo un área comercial con tarifas bajas a la importación. Hoy más del 70 % de los bienes y servicios que entran en la UE lo hacen con impuestos cero o muy reducidos.

La falsa defensa europea del libre comercio

«El proteccionismo no es la solución». Es el mantra de moda en Bruselas porque uno de cada siete trabajos en la UE depende de las exportaciones globales, según cifras de la Comisión. Y aunque los 28 defienden las bondades del comercio sin barreras ni aranceles, lo cierto es que Bruselas echa mano de ellos cuando algún sector se encuentra en peligro. El acero es uno de ellos. Acumula 40 medidas de protección contra la competencia desleal exterior. Según avanzó Reuters esta semana, la UE impondrá un impuesto del 33 % a las importaciones de ese material procedentes de Brasil, Irán, Rusia y Ucrania con el argumento de que estos países exportan a precios demasiado bajos. Se sumarán así a China, a quien la UE le impuso un arancel del 35,9 % el pasado mes de junio.

Todo esto después de las denuncias de Bruselas el pasado 26 de junio en torno a la «tendencia al alza del proteccionismo en el mundo». Según un informe reciente de la Comisión, en el 2016 se registraron 372 barreras comerciales, un 10 % más que en el año anterior. Las pérdidas para las empresas europeas alcanzaron los 27.000 millones de euros. «Estamos trabajando con nuestros aliados en la OMC para buscar progresos en asuntos como los subsidios a la pesca, la agricultura o el transporte», asegura Bruselas. A pesar de las declaraciones de compromiso del G20 para poner coto al proteccionismo, lo cierto es que los 10 países responsables de la mayor parte de las barreras comerciales pertenecen al grupo de las economías más avanzadas. A la cabeza va Rusia con 33, seguida de Brasil (23), China (23) e India (23). ¿Estados Unidos? A media tabla (16). La UE saca pecho, pero algunos de sus líderes, como el presidente francés, Emmanuel Macron, proponen recuperar cláusulas proteccionistas. El «liberal» llegó al Elíseo con un programa bajo el brazo que proponía dar preferencia en la contratación pública a empresas con capital europeo, una barrera comercial que la UE siempre ha querido derribar en sus relaciones con Estados Unidos.

Los antecedentes del socio norteamericano

Es imposible disociar estos días la imagen de Donald Trump de la del peligroso autárquico proteccionista en el que lo han convertido los líderes europeos y Bruselas. Pero lo cierto es que los defensores del libre comercio no deberían temerlo más que a sus antecesores. La UE amenazó en el último G20 con desatar una guerra comercial contra Estados Unidos si su Administración acaba imponiendo aranceles del 20 % a la importación de acero. A pesar de las buenas palabras del norteamericano, quien intentó templar los ánimos durante su visita previa a Varsovia, la UE fue implacable en su juicio: «Las palabras son fáciles, pero son las acciones las que importan», zanjó el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. «Si se consuma, habrá represalias», añadió el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. La batalla, sin embargo, no es nueva y las amenazas tampoco. El 5 de marzo del 2002, Bruselas condenaba con mucha más dureza la decisión del ex presidente estadounidense George Bush de cerrar el mercado del acero al resto del mundo. El entonces comisario europeo de Comercio, Pascal Lamy, calificó la decisión de «miope» y «duro golpe para el sistema mundial de comercio». La Comisión no ahorró reproches: «Lamentamos que tomen el camino de un proteccionismo flagrante. Las importaciones no son las causa de los problemas de Estados Unidos», le recordaba el francés a Bush. Una historia que se vuelve a repetir 15 años más tarde.

El tira y afloja entre los dos socios atlánticos siempre ha brindado momentos de dinámicas más proteccionistas y otros de impulsos liberalizadores. Trump, aunque justo heredero de la corriente más aislacionista, no es una excepción. En los seis meses que lleva al frente de la Casa Blanca ha marcado una línea dura, pero no inusual en la política comercial de Estados Unidos. Y aunque su predecesor, Barak Obama, no desaprovecha la oportunidad de atacar los apetitos protectores de Trump, lo cierto es que el demócrata también estuvo a punto de desatar una guerra comercial con la UE durante la crisis financiera al querer restringir todavía más la participación de empresas europeas, especialmente las del acero, en proyectos sujetos a contratación pública. La famosa cláusula Buy America tenía como objetivo proteger esa industria, en pleno declive y desintegración a costa de pérdidas millonarias para las compañías belgas, alemanas, italianas y francesas, más competitivas.