Donde nacen las empresas

Rosa Estévez
Rosa Estévez REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

Juan Salgado

En Galicia, los primeros viveros aparecieron en los años noventa; la crisis hizo que su número se multiplicase en el 2015; ofrecen ayuda para alumbrar proyectos de todos los perfiles

20 jun 2017 . Actualizado a las 12:27 h.

Una idea. Ese es el principio de todas las empresas. Una idea capaz de insuflar en quien la alumbra ese espíritu emprendedor que la crisis ha espoleado en Galicia. Pero, como siempre ocurre, hasta las mejores ideas necesitan caer en un buen terreno si quieren echar raíces, germinar y acabar convirtiéndose en una realidad generadora de progreso y riqueza. En un contexto marcado aún por las heridas de la crisis, los negocios fraguados por emprendedores nacen y mueren a una velocidad de vértigo, muchos de ellos antes de cumplir los dos años de vida. Y es que emprender es una decisión plagada de riesgos: problemas de financiación, de liquidez, de inseguridades y de miedos... Por eso, son muchos los que antes de dar el paso de embarcarse en una aventura empresarial buscan una red de seguridad. Y la encuentran en los viveros de empresas, en las incubadoras, en las aceleradoras, en los coworkings...

No es fácil calcular cuántos de estos espacios existen en Galicia. Según el último informe Funcas, serían 43 los viveros de empresas que funcionan en nuestra comunidad. La mayoría, apunta el estudio de la Fundación de Cajas de Ahorros, entraron en escena en el año 2015, cuando, tras el bum del emprendimiento al que nos empujó la crisis, los cadáveres de muchas empresas frustradas nada más nacer comenzaban a aflorar.

Según escribe Francisco Jesús Ferreiro, del departamento de Economía Aplicada de la facultad de Administración y Dirección de Empresas de la Universidade de Santiago, el primer vivero se instaló en Galicia en el año 1993. Nació en el marco de un proyecto revolucionario, Tecnópole, el parque tecnológico de San Cibrao das Viñas (Ourense). Un cuarto de siglo después mantiene intactos sus principios: dar impulso al emprendimiento innovador. El esfuerzo ha valido la pena. Por los nidos de su centro de empresas e innovación han pasado 180 empresas. Algunas, como es el caso de Egatel, han acabado convertidas en auténticos gigantes.

Luego le tocó mover ficha a las universidades. La de Santiago fue una de las primeras en tomar la iniciativa, creando estructuras dedicadas a «fomentar iniciativas empresariales de base tecnológica e innovadoras». El tercer movimiento lo realizaron las cámaras de comercio. La de Vilagarcía de Arousa -ahora integrada en la cámara única de la provincia- fue la primera en arrancar, en el año 2003. Desde su puesta en marcha, por su pequeño vivero de once despachos han pasado 64 empresas.

El mapa se fue llenando de este tipo de instalaciones poco a poco, con espacios impulsados, en la mayoría de los casos, por colectivos empresariales dispuestos a echar una mano a las jóvenes promesas. Hasta el 2015. Según el informe de Funcas, ese año se disparó el número de viveros de empresas en Galicia. Numerosos ayuntamientos decidieron poner en marcha un servicio de estas características para intentar aportar su granito de arena contra la crisis. Pero cuidado. Igual que en su día Galicia se llenó de polígonos industriales ahora vacíos, corremos el riesgo de cubrir nuestro territorio de viveros de empresas que, simplemente, ofrecen a los emprendedores un despacho o una nave industrial a buen precio para que se pongan en marcha. Pero los viveros, los de verdad, deben ser mucho más que eso: deben proteger a las nuevas empresas y dar impulso a las que ya han cogido cuerpo.

Rodolfo Ojea es el gerente del espacio de emprendimiento que en 1997 pusieron en marcha la Confederación de Empresarios de Lugo y 37 entidades más. «Mucha gente llega a nosotros valorando cuestiones materiales: les ofrecemos una oficina equipada a unos costes fijos y muy reducidos, que es algo que cuando una empresa arranca, cuando todo son gastos y no hay ingresos, resulta muy atractivo». Pero a orillas del Miño ofrecen muchas más cosas. «Emprender es difícil. Es solitario, pasas buenos y malos momentos. Y aquí tenemos equipos de profesionales que se sientan contigo, que te ayudan y te asesoran para cualquier trámite que te haga falta. Y entre los propios viveristas se genera un ambiente muy especial: se conocen, se ayudan y hasta acaban desarrollando proyectos conjuntos».

En ese ambiente, crecer parece la mejor opción. Hugo Iglesias es uno de los integrantes del equipo que hace cinco años fundó Miramar, una plataforma de venta de cruceros por Internet. Aunque ahora la firma ha echado el ancla en A Coruña, los primeros pasos los dio en las instalaciones del CEL de Lugo. «Nos ofrecían un local magnífico en el que no nos teníamos que ocupar de nada. Luego fuimos viendo que tenían un servicio jurídico muy bueno, y todo lo demás». Porque, al final, «un local lo puedes encontrar en cualquier lado, más o menos caro. Pero para nosotros lo importante es toda la ayuda, toda la implicación que demuestran. Tienen experiencia y pueden ayudarte con realismo... Que además haya más gente como tú, creando su empresa, también te estimula», relata el responsable de una tripulación que ha crecido, desde los tres socios iniciales, hasta las 18 personas que ahora conforman el equipo.

Los coopetidores

Al mismo tiempo que la red de viveros de empresas crece en Galicia, el mapa también se llena de espacios coworking. Hasta hace cinco años, estos lugares eran una rareza, una moda un tanto excéntrica. «Cuando empezamos, la gente nos paraba para preguntarnos qué era exactamente lo que hacíamos; no se entendía», explican las responsables de DalleqDalle, que abrió sus puertas en Vilagarcía a comienzos del 2014. Para muchos, los coworkings no eran más que una especie de alquiler de oficinas por horas.

 Pero el tiempo lo ha aclarado todo. Estos son espacios de colaboración donde empresas pequeñas y jóvenes entran en contacto y generan dinámicas de trabajo conjunto. Espacios en los que las ideas fluyen, creando un ambiente de sana coopetencia -una palabra que pretende sintetizar las ideas de competencia y colaboración-, y ayudando a tejer unas redes de apoyo mutuo imprescindibles para sobrevivir en el complejo y cambiante entorno económico con el que nos ha tocado lidiar.

Emprender siempre ha sido un verbo difícil de conjugar, por eso con él solo se atrevían los más osados. En estos tiempos difíciles, emprender es cosa de todos. Y por eso resulta tan necesario disponer de lugares en los que poder nacer, empezar a crecer y acabar cogiendo esa velocidad que demandan los nuevos tiempos.