-¿Fue difícil el comienzo?
-Contaba con el apoyo de mi familia pero no había un colchón financiero. Teníamos pocos recursos y el esfuerzo fue importante. He cargado estiércol, repartido huevos y hecho de todo porque el inicio fue difícil. Tardamos un par de años hasta que logramos que alguien nos escuchara. Finalmente, una sociedad de garantía recíproca abanderó la operación pero había que ir poco a poco. Lo bueno es que aquí hay menos riesgo que en una explotación de vacas, porque adquirir gallinas es más barato. Pero cuando compramos mil, por ejemplo, fue complicado. Además, en Galicia era difícil el mercado porque en primavera la gente iba a la aldea y ya tenía huevos de casa. Fue cuando salimos fuera cuando logramos estabilidad. En Madrid tenemos una gran acogida y los puntos en los que vendemos somos líderes, todo el mundo nos conoce, gusta mucho el proyecto y eso crea una clientela muy fiel.
-Mujer y rural, una combinación que es todo un reto.
-Espero que casos como este sean una inspiración para chicas más jóvenes con ganas de hacer cosas. Creo que las mujeres estamos en un viaje sin retorno y llegaremos a todas partes, solo así se equilibrarán los papeles. El rural necesita proyectos con personalidad que creen productos con valor añadido. No tiene que ser nanotecnología, a veces con recuperar la esencia de los buenos productos llega. El viejo modelo, de trabajar para las grandes corporaciones, no es el adecuado porque solo eres un número para ellos. Los agricultores y ganaderos tienen que apostar por valorizar sus productos.