Tratados comerciales en aguas procelosas

Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA

MERCADOS

04 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando dejamos atrás el limbo estival y las complejidades de la coyuntura económica internacional regresan con toda su fuerza, son muchas las preguntas que permanecen en el aire. ¿Se consumarán las amenazas contractivas que por todas partes surgieron tras el brexit? ¿Tendrán continuidad los malos indicadores de confianza de consumidores y empresas que acabamos de conocer? ¿Comenzarán a producirse ya los anunciados movimientos corporativos desde la City londinense a otras capitales europeas? ¿Dará un paso importante la Reserva Federal norteamericana hacia la subida de tipos, alejándose de la extrema relajación monetaria del pasado reciente? Pero, por encima de todo, ¿asistiremos durante el próximo otoño a una cancelación efectiva de los nuevos tratados de comercio que se han estado negociando entre los principales gobiernos en los últimos años?

Este último punto es, sin duda, el más importante desde una perspectiva de largo plazo. Tanto, que de cómo se resuelva podría depender el destino de la moderna globalización. Contra lo que hace solamente un año se podía prever, los dos grandes tratados comerciales en trance de negociación parecen haber entrado en estos momentos en una vía de muy difícil salida. El tratado de Asociación Transpacífico (TTP), dirigido a extender el libre comercio a un área que representa el 40 % del PIB mundial, fue presentado como uno de los grandes éxitos de la administración de Barack Obama. Ahora, sin embargo, los dos candidatos a la presidencia reniegan de ese acuerdo, de un modo matizado en el caso de Clinton, y de una forma radical, en el de Trump. La razón de fondo es que la opinión pública norteamericana parece haber encontrado en este asunto el punto de quiebra en el que manifestar todo el malestar acumulado durante los años de crisis.

De igual modo, la reacción frente al Tratado Trasatlántico (TTPI), que fue apareciendo tímidamente a lo largo de la pasada primavera, se ha trasladado en los últimos días a los principales gobiernos europeos (y de nuevo, a los políticos norteamericanos). El posicionamiento del presidente de Francia y el ministro alemán de economía han sido tan tajantes -exigiendo que la negociación comience casi desde cero- que muchos observadores ven en ello el obituario del acuerdo.

Si así fuese, el TTPI habría sido víctima de sus propios excesos, es decir, la ignorancia de sus propios límites. Porque, al margen de las justas críticas de secretismo en el proceso de negociación, algunos importantes aspectos que se han ido conociendo de los contenidos de ese tratado son inaceptables (por mucho que uno sea, en términos generales, partidario de la liberalización comercial). Poner en marcha todo un dispositivo legal que anule una parte de la protección medioambiental, la seguridad alimentaria y, sobre todo, la postergación de los criterios de los gobiernos frente a los de las empresas (que al menos en alguna versión de lo acordado aparecía) representa una carga en profundidad contra el modelo social europeo, lo que en algún momento tenía que estallar. El abandono de las negociaciones, además, se hace más fácil cuando la gran amenaza en su contra -que su ausencia provoque un desplazamiento del eje de la economía mundial hacia el Pacífico- se hace menos creíble, dadas las dificultades por las que también pasa el otro gran acuerdo, el TTP.

Siendo lo más probable, entonces, que los nuevos tratados queden aparcados en los próximos meses, al menos durante un buen tiempo, la cuestión fundamental es si la reacción contra el libre comercio se quedará en eso, o si irá bastante más allá, avanzando por el camino de un descarado -y acaso también descontrolado- proteccionismo. Si es lo segundo, las consecuencias pueden ser funestas.