El miedo a quedar sin munición

Xosé Carlos Arias. Catedrático de Economía CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA

MERCADOS

20 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

De nuevo el BCE ha traído una relativa calma a unos mercados que cada vez muestran en mayor medida su naturaleza ciclotímica. En esta ocasión, no fue la mera retórica del «haré todo lo que sea necesario», sino la concreción más tangible de ese anuncio que hasta ahora hemos conocido. Porque el propósito decidido del equipo de Mario Draghi de combatir las profundas tendencias hacia la deflación y el estancamiento que amenazan al continente (más vivas que nunca en los últimos años, cuando la tasa de inflación insiste en ser negativa y el crecimiento general se desacelera), ha llevado al eurobanco a poner en escena toda su potencia de fuego.

Aunque ya nos hemos acostumbrado a «estar ante lo nunca visto», pues desde el 2008 las situaciones más inesperadas vienen desfilando ante nuestros ojos, esta vez la cosa ha ido muy en serio: rebaja de tipos de interés hasta insistir en el lado negativo (del -0,4 % para las facilidades de depósito de los bancos en las ventanillas del propio BCE); expansión de la liquidez a través créditos del sistema bancario (el ya voluminoso, pero hasta ahora no muy eficaz programa TLTRO, Targeted Longer-Term Refinancing Operations) al 0 % de interés; y sobre todo, el notable incremento de las compras de activos, desde 60.000 a 80.000 millones de euros mensuales (más un aumento de las adquisiciones de deuda corporativa de empresas no financieras). 

Estas medidas han provocado, además de importantes elogios, la reaparición de ciertos argumentos que muestran preocupación por algunos de sus posibles efectos: el eventual embolsamiento de esa gran masa de liquidez en pocas y especulativas manos (algo que ha ocurrido ya, en los últimos años), sin que llegue en cantidades significativas a la economía real; el surgimiento, como consecuencia de lo anterior, de nuevas y peligrosas burbujas; o las consecuencias negativas que pueda tener en materia de distribución de la renta. Todo ello lleva a críticas muy pertinentes, que se enfrentan sin embargo a una razón de facto ineludible: parece que el enfermo sigue necesitando tratamiento de choque con uso de fármacos fuera de lo ordinario.

Las razones anteriores son ya muy conocidas, pues se reiteran desde que las políticas de todos los grandes banco centrales frecuentan escenarios de gran heterodoxia. En este caso, hay sin embargo dos motivos nuevos para la inquietud. El primero es que ya ha pasado mucho tiempo desde que se comenzó a aplicar este tipo de medidas de urgencia, y ya se sabe que los antibióticos -valga la analogía  no deben administrarse de un modo indefinido, y que el paso del tiempo les hace perder eficacia. La segunda razón para el ansia, y también para un cierto miedo, es la percepción generalizada de que las políticas monetarias esta vez han llegado ya a sus últimos límites. ¿Y si esto no alcanza? se preguntan ya numerosos inversores y gestores políticos. ¿Se acaba la munición?

La respuesta es que hay vida más allá de la política monetaria, y que para otro tipo de políticas -como la fiscal- queda aún mucho recorrido. El gran programa de inversiones públicas anunciado con gran publicidad por la UE sigue estando en gran medida inédito. Algunos países -el primero Alemania- siguen teniendo amplios márgenes para la expansión de su economía interna, y en otros con dificultades fiscales parece ya ineludible una relajación en el tiempo de las obligaciones de ajuste. Lo increíble es que las inercias mentales sigan siendo tan poderosas como para seguir bloqueándolo.