Atrapados en los tipos de interés cero

Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA

MERCADOS

Esta vez no ha sorprendido a nadie que la Reserva Federal norteamericana no se haya atrevido a subir sus tipos de interés. Por su parte, Mario Draghi ha anunciado hace unos días la entrada en vigor de nuevos estímulos monetarios a finales del 2015, por dos motivos principales: las amenazas de deflación y estancamiento productivo continúan estando muy presentes en el continente europeo.

01 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La política monetaria seguirá siendo la única política realmente existente durante los próximos meses, sobre todo después de que las urgencias electorales de algunos países, como España, hayan pasado, y retorne un línea de mayor dureza en materia fiscal. En esas condiciones, lo más probable es que el programa extraordinario de compra de deuda por parte del BCE se prolongue más allá de su fecha de caducidad inicialmente prevista (septiembre del 2016).

Volviendo a la Reserva Federal, lleva ésta más de un año anunciando el final de su estrategia de relajación cuantitativa y prometiendo la inmediata subida de sus tipos de interés (a principios de año se estimaba que ahora mismo estarían en el 0,75 %), sin llegar a concretarse medida efectiva alguna. El anuncio de que al fin se tomaría esa decisión durante el pasado mes de septiembre fue formulado en firme, pero, como se sabe, finalmente quedó en nada: el temor a que los efectos secundarios de un encarecimiento del dinero en Estados Unidos fueran muy perturbadores para el conjunto de la economía internacional bloqueó el deseo de cambio de la señora Yellen y su Consejo. Seis semanas después ha vuelto a ocurrir lo mismo.

Cabe concluir que, en buena medida, las principales economías están ahora mismo atrapadas en una trama de tipos de interés históricamente bajos y procedimientos excepcionales para la creación de dinero: una especie de laberinto del que no se sabe cómo salir sin riesgo de provocar graves daños. El problema de fondo es que, después de tantos años -desde el 2009 en Estados Unidos, bastante menos en Europa- algunos importantes sectores de la economía se han acostumbrado a una política que fue imprescindible durante un tiempo, pero cuyos rendimientos son manifiestamente decrecientes. Y además, sus efectos secundarios adversos se irán notando cada vez más. Sobre todo, el peligro que representan para la posible formación de nuevas burbujas, un fenómeno que ya se puede observar en el caso norteamericano, y que podría no tardar en llegar de nuevo a Europa con una cierta intensidad. Y es que es de sobra conocido que un entorno de tipos de interés persistentemente bajos constituye el perfecto caldo de cultivo para los juegos de la especulación financiera y el crecimiento irresponsable de la deuda. Aunque también es cierto que un mundo de deudas fuera de escala, un coste reducido del dinero facilita su renegociación y hace menos traumático su pago.

Lo que las encuestas de expertos dicen ahora mismo (al igual que los mercados de futuros) es que habrá alguna pequeña subida de tipos en Estados Unidos a lo largo del 2016, pero que ello es más improbable en Europa. Lo importante, en todo caso, es que casi con toda seguridad nos espera todavía un prolongado período de dinero muy barato, con tipos que no superarán apenas el 1 %. La política monetaria no va a dar ya para mucho más, por lo que, si se quiere alejar las perspectivas de la temida deflación y de una japonesización de la economía europea habrá que pensar en serio en vías de intervención que incidan más directamente sobre la economía real. Y eso se llama política fiscal activa y reformas que favorezcan las ganancias de productividad.