Alemania: el negocio del prestamista

MERCADOS

La década que precedió a la crisis financiera, la economía alemana apostó por las exportaciones, la contención del consumo interno y el ajuste salarial. Sus bancos dieron crédito para que gastaran los países periféricos

26 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En las última dos décadas el crecimiento de la economía alemana no ha sido muy intenso aunque sí muy sólido. Excepto en las puntuales recesiones de los años 2003 y 2009, siempre ha anotado tasas positivas moderadas que le han permitido situarse como una de las economías europeas con una más reducida tasa de paro (justo de la mitad de la tasa media de paro en la UE).

En un primer gráfico recogemos la evolución del PIB cuantificada por sus tasas de variación interanual, de la que se deduce el magnífico comportamiento de esta economía hasta que se verá afectada por la crisis financiera internacional del 2007; también se observa su inmediata y poderosa salida de la recesión en el 2009. No obstante, debe señalarse que entre los años 1996-2006 las tasas alemanas de crecimiento del PIB se sitúan por debajo de las norteamericanas.

En ese primer gráfico hemos superpuesto la evolución de las exportaciones de bienes y servicios (ByS) cuantificadas por las tasas de variación en términos nominales, según los datos que ofrece Eurostat. Su acoplamiento con la positiva evolución de la producción alemana es perfecta. 

Vemos cómo las exportaciones acompañan a la fase de crecimiento de dicha economía hasta el año 2000, para desacelerarse y provocar un deslizamiento hacia la recesión del año 2003. Y a partir de ese año, la recuperación de las citadas exportaciones, con tasas muy positivas hasta el 2007, vuelve a ser el argumento decisivo que explique el crecimiento de la economía alemana. Lo mismo sucederá en la recuperación tras la recesión del año 2009, las exportaciones que habían retrocedido un 15 % nominal en ese año van a ser las que expliquen el rebote de crecimiento en el 2010 con un crecimiento nominal del 15 %.

Estamos en presencia de una economía que depende de su éxito comercial exterior para mantener su ritmo de crecimiento de la actividad y el empleo. Para confirmarlo, presentamos un segundo gráfico en el que evaluamos la contribución de la demanda interna al crecimiento económico. Se observa cómo hasta la crisis del año 2007 la economía alemana habría ido reduciendo el peso de su consumo interno sobre el PIB. De ser prácticamente idéntico a la media de la UE en el año 1996 habría caído a una brecha máxima justo en el año de inicio de la crisis económica. Y esa brecha de un menor consumo interno se habría mantenido desde entonces. Y tiene causas bien definidas, que son coherentes con el diagnóstico del éxito económico exportador que comentábamos al comienzo. Las razones de esta tendencia obedecen a un muy reducido recurso al endeudamiento. Nada que ver con el galopante de los hogares españoles, portugueses o griegos durante esos años anteriores al estallido de la crisis financiera del año 2007. Pero también ese escaso, en términos relativos, consumo interno tendrá que ver con un progresivo deterioro de las rentas salariales en el PIB.

En un tercer gráfico recogemos la evolución de las rentas salariales alemanas en relación al producto nacional. 

Si bien hasta la entrada del euro en 1999 los salarios alemanes apenas habrían perdido peso en relación al PIB, a partir de ese momento la pérdida será constante retrocediendo desde un inicial 43 % hasta un 38,6 %. No va a ser ajena a esta tendencia la incidencia diferida del proceso de reunificación alemana sobre el estatus de los asalariados de la Alemania occidental. Solo a partir del inicio de la crisis se recuperará parte de la masa salarial de los trabajadores alemanes.

El ajuste en los costes laborales alemanes en la década 1996-2006 será un factor que si bien, impide que el consumo interno alimente el crecimiento, por el otro, habría permitido una contención de los precios de los productos exportables. Una contención que alimentaría la competitividad de sus exportaciones.

De manera que el éxito exportador alemán dependerá de una competencia reforzada por unos costes salariales a la baja; factor que favorece un menor crecimiento de los precios que el que se anotaría, a lo largo de esos diez años, en el conjunto de la zona euro. Ese diferencial de precios, medido por el deflactor del PIB, es lo que se recoge en nuestro cuarto gráfico.

Sin duda eso habría permitido ganar, año a año, una mayor competitividad en los mercados, de la eurozona y del conjunto de la UE, por parte de las manufacturas alemanas. Un factor que se habría visto reforzado por los elevados tipos de cambio con los que los países periféricos se incorporaron al euro.

Pero para convertir todo esto en un imparable éxito exportador será necesario un factor crucial: que en esas economías periféricas de la UE los hogares tengan un comportamiento expansivo de su consumo familiar. Nada mejor para que esto fuese posible que facilitar un endeudamiento abundante y barato a través de los bancos alemanes hacia los bancos de esos países. 

Se transformaría así el escaso consumo interno alemán, en un ahorro con el que hacerse acreedores de los endeudados consumidores de la periferia europea. Consumidores endeudados que comprarían los imbatibles productos germanos en una moneda común que actuaría de lubrificante perfecto para este círculo económico. Virtuoso para unos y de alto riesgo para otros.

Los datos que recogemos en nuestro quinto y último gráfico visualizan de forma espectacular el éxito de tal modelo de crecimiento de la economía alemana.

Baste decir que desde el año anterior a la entrada en circulación del euro hasta el año 2007, de irrupción de la crisis financiera internacional, la economía alemana habría conseguido duplicar sus exportaciones al resto de la UE. Unas exportaciones financiadas por la propia economía alemana, que conseguiría activar el motor de su modelo de crecimiento dependiente de esas exportaciones.

Es esta una historia de éxito económico que ahora suele esconderse bajo la retórica del disciplinado acreedor que acusa al endeudado que gastó por encima de sus posibilidades. Claro que hubo un momento en que el que ahora se descalifica como una amenaza era un atractivo cliente. Y es ahora cuando el vendedor-acreedor no quiere asumir ni el riesgo, ni la culpa, de quizás haber vendido demasiado a crédito a quién no lo debiera haber hecho. 

Porque estas burbujas -de consumo y deudas- suelen ser cosas de dos. Aunque al relato actual de los acreedores alemanes solo le interese hablar de la indolencia de los que consumían por encima de sus posibilidades.