El excéntrico liberalismo alemán

Xosé Carlos Arias. Catedrático de Economía XOSÉ CARLOS ARIAS

MERCADOS

Más allá de los círculos muy especializados, pocas personas habrán oído hablar del ordoliberalismo, fuera del país en el que esta rara doctrina económica nació, Alemania. Y sin embargo, conviene saber que la política económica que ha prevalecido en Europa en los últimos años guarda una relación muy directa con las recomendaciones que emanan de esa doctrina.

13 abr 2015 . Actualizado a las 20:26 h.

El ordoliberalismo es en Alemania una especia de cultura económica general, a la que contados economistas profesionales se sustraen, pero que además influye decisivamente en los gobernantes y el conjunto de la opinión pública. Nació esta corriente en el seno de la llamada escuela de Friburgo hace ocho décadas, a través de aportaciones de autores considerados fuera de Alemania como de segunda categoría, como Walter Eucken. De esa escuela procede la distinción entre políticas de ordenación (dirigidas a fijar el orden económico) y de proceso (intervención en los asuntos ordinarios). Solo las primeras están plenamente justificadas, para garantizar los buenos principios: estabilidad de precios, independencia de la banca central, finanzas públicas sanas y regulación de los mercados para favorecer la competencia a través de legislaciones muy detalladas.

Este último punto lo aleja del liberalismo económico al uso, que tanto se ha difundido en las últimas décadas desde el mundo anglosajón. En cambio, en todo lo relacionado con la gestión de la demanda y la intervención sobre las variables del ciclo sus principios son radicalmente liberales y opuestos al uso eventual de estrategias monetarias o fiscales para forzar la expansión en la fase contractiva. Esas ideas estuvieron detrás de la orientación de la política económica germana durante décadas, traspasando con escasas excepciones las barreras ideológicas entre los partidos tradicionales. En el ámbito académico, el vínculo con «las ideas de Friburgo» se hace particularmente evidente en el caso de los economistas del entorno del Bundesbank y el Ministerio de Finanzas. En todo caso, la argumentación keynesiana es allí una rareza, hasta un grado que es difícil encontrar en cualquier otro gran país industrializado.

Todo lo anterior explica que muy pocos economistas alemanes relevantes -como los miembros de los famosos y muy influyentes cinco institutos de investigación- acepten ideas como la de que los superávits comerciales de algunos países son (sobre todo en un área unificada) la otra cara de la moneda de los déficits de otros: en su concepción, estos últimos no serían más que el producto de una mala gestión. Parece claro que esa visión (que asume sin más que lo que vale para un país ha de valer también para un área unificada, aunque sea tan compleja como la UEM) ha pesado mucho en la insistencia alemana en provocar ajustes asimétricos dentro de la eurozona. Y algo parecido ocurre con cualquier idea de renegociación o reestructuración de las deudas, o con el uso de instrumentos no convencionales para inyectar liquidez en los mercados (motivo por el cual el Bundesbank tanto se ha opuesto al cambio de política del BCE). En un entorno dominado por esa mentalidad nada asusta tanto como los desequilibrios en las cuentas públicas y la inflación. Por duras que sean, las medidas de austeridad no dirigen a depresiones, sino hacia el futuro crecimiento. En palabras de un agudo crítico, lo que el Gobierno alemán desea para la eurozona como un todo «es ordoliberalimo: reglas rígidas y entramados legales más allá del proceso democrático de decisión». Un deseo que al menos en parte, desgraciadamente, se ha convertido en realidad.