«Lo que menos ves son familias de anuncio»

sandra faginas / maría vidal REDACCIÓN / LA VOZ

EL MAYOR PROBLEMA DE GALICIA

Mónica se separó de su mujer tras nueve años de relación
Mónica se separó de su mujer tras nueve años de relación PACO RODRÍGUEZ

Tener dos madres, adoptar sola o sumar hijos de relaciones anteriores se alejan del típico hogar «tradicional»

20 feb 2018 . Actualizado a las 17:54 h.

Si como escribió León Tolstói todas las familias felices se parecen entre sí y las desgraciadas son infelices a su propia manera, las de este reportaje se parecen. Porque son felices, aunque siguiendo con la analogía del escritor ruso, cada una a su estilo. Pertenecen a esa suma de rarezas que conforma la normalidad, pero ninguna de ellas responde al canon clásico del padre, la madre y la parejita de hijos. «Lo que menos ves en el cole, al final, son esas familias de anuncio; esa imagen idealizada no existe, el que no está separado, está arrejuntado, los niños viven dos días con el padre y otros con la madre... Ahora lo extraño es encontrarte con una familia tradicional». Quien habla así es Mónica Cao, que está divorciada de su mujer, Silvia, desde septiembre, aunque con ella tuvo dos niños, Gael y Vera, que han cumplido 3 años.

«Estuvimos juntas nueve años, nos casamos para tener hijos y enseguida nos sometimos a una fecundación in vitro. Yo di los óvulos y ella llevó la gestación, pero como a otras parejas heterosexuales, se nos acabó el amor. Ahora estamos separadas y yo tengo la custodia», señala Mónica, que apunta que jamás tuvieron ningún problema por ser lesbianas. «No, lo único eso típico del cole, que sigues teniendo que rellenar ‘‘nome do pai’’, ‘‘nome da nai’’, con lo sencillo que es poner pai/nai y que cada uno escriba lo que sea».

Sus hijos están empezando a preguntar qué es un papá y ella se lo explica con naturalidad -«Es como una madre, pero en chico»- porque en su casa la fórmula de tratamiento siempre ha sido igual: «Yo soy mami y Silvia es mamá». Mónica ahora está pasando una mala racha porque tuvo que dejar su trabajo de veterinaria en Arzúa para hacerse cargo de la crianza de los gemelos, dado que viven en Santiago. «Pedí reducción de jornada, pero a la empresa no le interesaba y se me hizo imposible continuar. Mis hijos son muy pequeños y hay que estar ahí, espero encontrar un trabajo de mañana, que me permita la conciliación real, el sueño de todas las madres. A mí tener hijos me ha hecho renunciar al trabajo, pero por ellos haré cualquier cosa, te duelen mucho», señala.

Adopción a los 47 años

Duelen cuando se tienen, pero también cuando se los espera con ansia. Como le ocurrió a Rosario Varela, a quien la maternidad le llegó a los 47 después de unos años de espera. «A esa edad oí por primera vez la palabra mamá -dice emocionada-; fue en México, donde adopté a Alejandra y Angélica, que entonces tenían 12 y 4 años». Hoy, cinco años después, son una familia de mujeres muy unida (con ellas vive la abuela materna, porque Rosario es hija única) y muy feliz. «Yo la adopción se la recomiendo a todo el mundo, los hijos son una aventura, y porque lleguen un poco tarde no importa, lo importante es no tener ideas preconcebidas ni sobre ellos ni sobre nosotras, las madres».

Rosario no puede estar más que orgullosa de sus niñas y se deshace en elogios: «Son buenísimas, responsables, cariñosas, estudiosas... Yo no puedo más que estar agradecida de tenerlas». Y eso que ella se pensó mucho lo de ser madre, porque la decisión le llegó rozando los 45 años. Las niñas no tuvieron ningún problema de adaptación y se sienten mexicanas, españolas y profundamente gallegas (de A Laracha). «Ellas sienten que su vida está aquí; muchas veces mi hija Angélica, que ya tiene 10 años, me dice: «Mamá, somos una familia, somos un equipo». Esa fuerza que las une surgió desde el primer instante en que las vio, ese primer momento jamás se olvida y a la hora de tenerlas con ella ya la llamaban mamá. «Estaba muy nerviosa, pero fue verlas, abrazarlas y solo pude decirles: ¿Estáis bien, hijas?». Ese sentimiento fue recíproco, recuerda Rosario. «En esa habitación había mucha luz y cuando tuve que dejarlas, tras esa primera visita, mi hija pequeña corrió a decirle a su profesora que por fin había llegado su madre de España: ‘‘Maestra, mi mamá es como se la pedí a Diosito: chiquita, güerita y bien bonita’’». Rosario no puede pedir más.

Rosario adoptó a Angélica y Alejandra en México
Rosario adoptó a Angélica y Alejandra en México Ana Garcia

Los Carnoto Portela son familia numerosa de segunda instancia. Hace un año que Cristina y sus hijas -Paula, de 8, y Xoana, de 3 años-, y Rubén y su hijo Alexandre, de 14, se mudaron para convivir bajo el mismo techo. A Alexandre le costó tener hermanas. Quería que su padre rehiciera su vida, pero seguir siendo hijo único. A Paula también. «Aún hoy tiene sus momentos y dice: ‘‘Era mejor como estábamos antes’’, porque al final Rubén no es su padre. Su padre no llevó muy bien la separación y tampoco tengo la ayuda que me gustaría», explica Cristina. Los planes de los fines de semana favorecieron la adaptación, y poco a poco los niños pidieron estar más tiempo juntos. «Si viéramos que no encajaban hubiéramos esperado más tiempo, pero fue muy bonito. Al final ellos pedían una familia». A los seis meses vivían juntos.

«Si le tengo que reñir, le riño»

Ambos habían tenido mala suerte con sus anteriores relaciones. El niño no tenía contacto con su madre, y vio en Cristina esa figura desde el primer día. «Yo le di ese afecto maternal que nunca tuvo», pero si tiene que castigarlo también lo hace. «Él mismo me pide que le dé órdenes, yo le riño como a un hijo, para mí lo es. De hecho, me llama mamá», comenta. Sin embargo, sus niñas sí que tienen un padre, al que ven cada quince días, y a Rubén lo llaman por su nombre. Su madre hace todo lo posible porque así sea, ella quiere que tengan claro quién es quién.

Cuando Cristina se planteó rehacer su vida tenía muy claro que tenía que ser una persona con hijos. «Yo no quería tener más, y sé que si no era así, me los iba a acabar pidiendo, porque le falta ese vínculo de padre. Por suerte él buscaba lo mismo», dice esta ourensana. Rubén y Cristina se conocieron a través de unos amigos y enseguida se dieron cuenta de que tenían las mismas inquietudes. Los dos tenían las custodias de sus hijos y tiraron pa’lante. «Él estaba solo con el niño, y necesitaba ayuda, porque no es lo mismo estar con una mujer; una madre siempre resuelve mejor», explica.

Gael y Vera suman hijos de otras relaciones
Gael y Vera suman hijos de otras relaciones Santi M. Amil

Ahora los cinco han logrado la estabilidad que tanto ansiaban y los niños están felices. «El mayor y la mediana son los que más chocan por las edades, pero siempre preguntan los unos por los otros».