Patrocinado porPatrocinado por

Los piratas de Somalia se reciclan en pescadores

Irene Escudero / Efe BOSASO

SOMOS MAR

Irene Escudero

La localidad de Bosaso, uno de los enclaves piratas, se ha convertido en uno de los principales puertos de pesca artesanal del país

13 dic 2019 . Actualizado a las 13:53 h.

A Somalia, los años en que los piratas secuestraban frente a sus costas hasta una treintena de barcos al mes le quedan lejos. Los puertos ahora están llenos de pequeñas embarcaciones pesqueras que se adentran a faenar cada día en uno de los mares más ricos del mundo.

En una playa de Bosaso, ciudad de la región semiautónoma de Puntlandia, en el norte del país, un pequeño barco descarga de forma incesante cubos con pescado, mientras una veintena de vendedoras exponen el producto en la misma arena blanca.

En el horizonte se vislumbra una decena de inmensos cargueros que zarpan con ganado desde Somalia rumbo a la península Arábiga, o que desembarcan mercancías importadas en uno de los principales puertos del país. En la parte más cercana de la costa, no hay ningún pesquero operando; el mar está revuelto en el golfo de Adén.

La flota pesquera de Bosaso, compuesta por entre 600 y 700 barcos pequeños y artesanales, tiene el lujo de trabajar en un mar plagado de atún rojo, jurel y langostas de la mejor calidad, pero, a pesar de todo, las capturas somalíes son apenas un tercio de las que realizan buques extranjeros en esas mismas costas.

«La razón por la que Bosaso se convirtió en uno de los principales puertos y pueblos pesqueros es por el paso migratorio del atún», explica a Efe el funcionario de pesca de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Yusuf Yusuf.

Hacia una pesca sostenible

Como su padre y como sus hermanos, el somalí Caardufaahi Faarox Guuri es pescador y comenzó en el negocio familiar por inercia, y ahora algunos de sus hijos también se dedican a ello.

Con esmero, en un barco más grande que la mayoría de los que están atracados en el puerto pesquero, engarza trozos de pescado, que usa como cebo, en anzuelos de metal y uno a uno los va lanzando al mar, unidos a una línea que acaba en una boya.

Hoy, no obstante, el oleaje no le va a dejar pescar demasiado.

Con sus compañeros de embarcación, puede llegar a capturar 200 o 300 kilos de pescado al día y conseguir venderlo hasta por 200 dólares, que se tienen que repartir y descontar la gasolina y otros gastos.

Mientras que la mayoría de pescadores de Bosaso pescan con red, su barco -entregado por la FAO al Gobierno local en un programa de comunidades pesqueras contra la piratería financiado por la Unión Europea (UE)- pesca con palangre, un método más selectivo y sostenible.

«Las técnicas actuales de pesca de arrastre no discriminan y atrapan un gran rango de peces, ya sean peces de calidad o peces sin gran valor, lo que genera mucho desperdicio», dice el jefe de infraestructuras pesqueras y renovación de flota de la FAO en Bosaso, Michael Sarvins.

En la misma playa donde los pescadores descargan y las mujeres venden o secan pescado, se pudren en la arena, entre kilos de desechos de plástico, decenas de ejemplares de ese producto, incluido un tiburón de metro y medio que alguien ha recogido en sus redes y algunas mantas raya, ambas especies protegidas.

Una economía en expansión 

La relativa calma de la que goza Bosaso respecto al sur del país ha hecho que se convierta en el hogar de decenas de miles de desplazados desde que comenzó la guerra tras la caída del presidente Mohamed Siad Barre en 1991. Y para muchos, la pesca ha sido su salvación.

«Creo que Bosaso es uno de los mayores puertos pesqueros artesanales de pescado pelágico del mundo», indica el australiano Sarvins.

La pesca, a pesar de que Somalia tiene la mayor línea costa de África continental, es aún un sector en desarrollo, herido hace una década por la piratería.

Esta actividad tampoco consigue seducir del todo a una juventud que ve en el exilio, en el tradicional pastoreo o en grupos yihadistas como Al Shabab o de simples criminales, una alternativa mejor.

Sarvins cree que los recursos marinos son «una de las mejores opciones» para el empleo juvenil, pero es consciente del estigma que lo rodea y que hace que las nuevas generaciones «lo consideren un empleo de pobres y no una alternativa para jóvenes educados que esperan conseguir algo más en la vida».

Desde el Gobierno y la FAO quieren mejorar las técnicas y recursos para que los más de 3.000 kilómetros de costa somalí sean explotados como la mina de oro que son, y de los que las compañías extranjeras ya se aprovechan de forma lucrativa.

Para Mohamed Mohamed Hasan, otro pescador de Bosaso, al peligro que ya supone de por sí para un marinero adentrarse en las mareas altas con un barco precario, hay que sumarle el riesgo de «la pesca ilegal» de todos esos navíos que extienden sus redes y arrastran todo lo que encuentran.

«Hay pesca ilegal aquí en nuestras costas, pero luchamos dentro de nuestras capacidades contra ella», declara el ministro de Pesca de Puntlandia, Abdiqani Gelle Mohamed, quien asegura que, pese a que la han minimizado, aún persiste «en zonas donde el Gobierno no llega» y «sobre todo al caer la noche».

Recuerdos de un mar de piratas

Algunos de los que hoy extienden sus redes, hace unos años eran peones en los barcos de piratas que atracaban buques extranjeros para pedir jugosos rescates.

Este año, de hecho, se cumple una década del secuestro que situó la piratería en el foco de la atención española e internacional: el del atunero vasco Alakrana, cuyos 46 tripulantes pasaron cautivos 47 días de angustia.

Los piratas entonces esgrimían que los barcos extranjeros se adentraban en aguas somalís y «les robaban» su pescado, en vez de operar en las 360 millas de la costa donde están autorizados.

«Ya no hay piratería en Bosaso, se ha parado. Así que hay muchos piratas que han vuelto a sus anteriores trabajos y ahora los ves pescando en Bosaso», explica Yusuf.

Ser pirata en aquella época para la mayoría de la población local era operar el barco o hacer de mano de obra para los criminales que se llevaban el botín sin mancharse las manos. Si les atrapaban, se enfrentaban -y se siguen enfrentando- a la pena de muerte.

«No les decimos que no sean piratas -comenta el jefe del proyecto de Comunidades Costeras contra la Piratería (CCAP), John Purvis- sino que les dejamos decidir si quieren serlo o no. Tratamos de desarrollar el sector para convertirlo en una alternativa viable, una forma de que hagan dinero de manera legal y sin muchos riesgos».