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Guerra de guerrillas para luchar contra el furtivismo en Cabo de Cruz

Ana Gerpe Varela
a. gerpe RIBEIRA / LA VOZ

SOMOS MAR

CARMELA QUEIJEIRO

Los vigilantes estudian la forma de actuar de los mariscadores ilegales para sorprenderlos donde menos se lo esperan

28 ene 2019 . Actualizado a las 13:47 h.

«Son os furtivos os que teñen que buscarche a ti. Canto menos te vexan, mellor». Esa es la táctica de algunos guardas rurales de la Cofradía de Cabo de Cruz, una estrategia de guerrilla: hostigar al enemigo en su propio terreno sin ser detectados e intervenir cuando pueden causar más daño. En el caso de los mariscadores ilegales, explican, ese momento llega cuando creen tener la noche ganada, con varios kilos de bivalvo a buen recaudo cuya venta puede reportarles jugosos ingresos. Entonces se ven sorprendidos, pero no en el agua, sino en el escondite en el que, como hormiguitas, han ido guardando el fruto de su actividad ilícita, o en el camino, cuando cogen el coche ya de retirada y creyéndose a salvo.

El litoral boirense se extiende a lo largo de 34 kilómetros que concentran infinidad de playas. Cuando, como esta semana, hay una gran bajada de la marea, queda un amplio campo de arena sembrado, principalmente, de almeja japónica y babosa, terreno abonado para que los rastrillos en la oscuridad comiencen a trabajar en busca del bivalvo. Los furtivos se saben observados y han ido organizándose. Unos vigilan mientras otros recogen el producto. Ya no salen del agua con grandes sacas cargadas, sino que aprovechan la vegetación de los amplios terrenos circundantes para ir depositando pequeñas cantidades de mercancía. Su propósito, evitar perderlo todo; el de los guardas rurales, decomisarles la mayor cantidad posible.

Esta presión sobre el terreno requiere de un exhaustivo trabajo preliminar: «Hai que estudalos ben», afirma uno de los empleados de la cofradía. En cada jornada de trabajo, tanto él como su compañero recorren más de 100 kilómetros. Las playas de Esteiro, Barraña, Ancados, Triñáns, Xión... ni un solo metro cuadrado de las concesiones queda sin explorar. No una vez, sino dos o tres, pero nunca efectuando el mismo trayecto.

Son siete horas de actividad sin bajar la guardia, con los prismáticos en la mano cada vez que descienden del coche, pero también con el espray de pimienta, que ya les ha salvado de más de un apuro cuando la cosa se pone brava: «Si haces esto por cobrar un salario no aguantas. Algunos se han ido al cabo de un mes porque no soportaban la presión. Esta zona es muy dura porque los furtivos no dan tregua». 

A oscuras

Conocen la infinidad de accesos posibles para llegar en automóvil a cada playa y pisan con seguridad cada centímetro de terreno sin necesidad de encender sus linternas: «Vemos en la oscuridad». Cuando llegan a un arenal, el primer paso es examinarlo para verificar si hay furtivos. En caso afirmativo, observan sus movimientos: si tienen un vehículo próximo o si aprovechan alguna zona verde próxima para ir guardando la mercancía.

La paciencia es su arma más eficaz: saber esperar el mejor momento y el lugar más adecuado para intervenir. El objetivo es un desgaste continuo para que los furtivos no se sientan cómodos.

El pasado año, en siete meses de actividad, estos guardas rurales consiguieron recuperar mil kilos de marisco. La cantidad es elevada, pero los profesionales son conscientes de que se trata solo de una pequeña parte de lo que sale de los arenales de manera ilegal.  

Un vigilante del pósito muestra un par de rastrillos requisados a unos furtivos
Un vigilante del pósito muestra un par de rastrillos requisados a unos furtivos CARMELA QUEIJEIRO

Se juegan la vida

Saben que hay auténticos profesionales: «Xente que saca grandes cantidades de bivalvo». A veces conseguir el decomiso de una bolsa con solo un puñado de kilos supone jugarse la vida, arriesgarse a recibir un golpe.

La presión ejercida en los arenales de Boiro ha provocado que, en los últimos tiempos, los enfrentamientos entre guardas rurales y furtivos sean cada vez más frecuentes. En las últimas semanas los altercados se suceden. Algunos vigilantes prácticamente salen a denuncia y a visita al centro médico por cada jornada de trabajo: «Se ven presionados porque siempre conseguimos cogerles algo».

Sin embargo, la actividad de los profesionales se ve limitada: «No podemos pedirles la identificación, ni tampoco registrarles el coche para ver si tienen el marisco dentro. Cuando la situación se complica, llamamos a la Guardia Civil de Boiro, con la que hay estrecha colaboración».

Los turnos de los guardas rurales boirenses se organizan en función de las mareas. Un poco después de que la gran masa de arena vuelva a estar cubierta de agua regresan a sus domicilios. En su quehacer cotidiano, las amenazas son constantes: «Verbales o agresiones con todo tipo de objetos. A veces ellos se ponen a gritar e, incluso, alguno no denuncia porque dicen que les hemos golpeado».

La mayoría de los mariscadores ilegales con los que lidian cada día son habituales: «Nunca les pasa nada porque les obligan al pago de multas, pero se declaran insolventes». La tensión es continua y alguno de ellos ya ha visto cómo le amenazaban en la puerta de su propia casa.