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Veintiocho formas de comer pescado

E. Abuín REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

PEPA LOSADA

España y Portugal lo prefieren fresco; Irlanda tira cada vez más del congelado; y en el Reino Unido, mejor empanado

27 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los españoles comemos pescado con más regularidad que nadie. Incluso más que los portugueses. Estamos a la cabeza de Europa en kilos consumidos por persona al año. Pedimos con mayor asiduidad que otros europeos productos de la pesca o la acuicultura cuando comemos fuera de casa. Somos perfectamente conscientes de las cualidades nutritivas y saludables de lo que lleva escamas o caparazón. Y, sin embargo, aunque parezca mentira en quienes no hacen ascos a la centolla, el pulpo o incluso a las lapas, a la hora de probar cosas nuevas, ya sean de mar o de río, somos mucho menos osados que otros vecinos de Europa.

Esa mayor cobardía con respecto a la media de arrojo que demuestran los demás socios comunitarios la ha detectado la Comisión Europea en un barómetro especial sobre los hábitos de los consumidores de la Unión respecto a los productos de la pesca y de la acuicultura. Según esa consulta -que en España pulsó la opinión de 1.008 personas entre las 27.818 entrevistas realizadas en toda Europa-, el 76 % de los españoles consumen proteínas marinas al menos una vez a la semana. Mientras, un 3 % no lo hacen nunca. En Europa, sin embargo, es un 46 % el que lo ingiere con esa frecuencia y escala hasta el 13 % la porción de encuestados que jamás se lleva a la boca algo con espinas, cartílago o escamas.

Otro rasgo específico del consumidor español es la confianza que deposita en el pescadero: dos de cada tres afirman obtener la información sobre los productos que adquiere del empleado o propietario del establecimiento en el que lo compra, y tienen un peso menor que el resto de Europa los datos que ofrecen revistas, prensa, televisión, amigos y familiares e Internet.

Con los resultados de los 28 en la coctelera, la Comisión Europea ha elaborado un estudio que arroja datos cuando menos curiosos. Por ejemplo, que Hungría jamás prueba productos marinos ahumados. Y que lo que en España es de lo más habitual, abrir una lata de atún o de sardinas, es un comportamiento de lo más extraño en Grecia. Portugal come mucho pescado, pero solo ahora empieza a confiar en que si está congelado o transformado no tienen por qué tener menores o peores propiedades y cualidades nutritivas.

En Rumanía, casi tres cuartos de la población no sabría decir si el pescado que ingiere es salvaje o procede de una granja acuícola. En Irlanda, aunque los consumidores declaran preferir el pescado fresco, lo cierto es que el mercado revela que este decrece en demanda mientras aumentan las compras de congelado y de precocinado.

Por el fresco se decanta más del 90 % de los consumidores de Croacia, claro que apenas consumen 18 kilos por persona y año, sin perder de vista que diez años antes esa media era de ocho kilos. Holanda se está aficionando a los productos acuícolas, quizá por la caída de las capturas salvajes. Y los jóvenes de Letonia se decantan por los palitos de pescado.

En el Reino Unido, el producto empanado gana por goleada. Tanto, que el mismo estudio destaca la situación anómala que supone esa amplia diferencia en el porcentaje de consumidores con respecto al conjunto de los Veintiocho, así como que menos del 15 % de los encuestados hayan dicho que nunca consumen pescado empanado, como han hecho griegos, eslovenos, lituanos y los españoles. Claro que en esos países el fish & chips no es tradición.

Bruselas augura que la gran distribución aupará el consumo de producto de cría

De la consulta y el estudio, la Comisión extrae conclusiones y tendencias. Lo primero, que el crecimiento de la ingesta de pescado per cápita en el conjunto de la UE es muy limitado. Eso sin olvidar que en muchos países, en algunos de gran tradición como España, ha retrocedido.

Esos cambios en los hábitos alimenticios han afectado de diferente modo al mercado. Bruselas aprecia un aumento de la cuota de la gran distribución en detrimento de otros canales de venta y vaticina que esa tendencia se acentuará en el futuro. Y si acierta con esa previsión, aún augura más cambios.

Por ejemplo, que sea la gran distribución la que se imponga, hará aumentar el consumo de productos acuícolas, dado que la cría de pescado es capaz de ofrecer un suministro estable y con menos fluctuación de precios con respecto al producto salvaje y, además, al negociar directamente con las empresas acuícolas se reducen los costos de los intermediarios. Es decir, que independientemente de las preferencias de los consumidores por el pescado capturado, la tendencia será a consumir más producto de acuicultura por imperativo de la distribución.

Si a eso se suma el factor precio, más ventajoso en caso de supermercados que canales tradicionales y más barato el cultivado que el capturado, el tirón del pescado de crianza está garantizado.

Bruselas también apunta algunas fórmulas para incrementar el consumo de productos pesqueros en aquellos grupos de personas, como pueden ser la presentación del pescado ya eviscerado o el reparto puerta a puerta.