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La piscicultura española asiste frustrada al crecimiento de la demanda en la UE

e. abuín REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

PEPA LOSADA

El ligero aumento del 2015 se truncó el año pasado, aunque en este se espera un repunte

19 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La acuicultura española sigue en letargo. Una hibernación que, en el caso concreto de la piscicultura -la de bivalvos tiene otras causas-, está provocada por la maraña legislativa en la que se han embrollado las comunidades autónomas y que ralentiza, dificulta y hasta imposibilita la obtención de nuevas autorizaciones y mismo la ampliación de las existentes, según apuntan desde la patronal Apromar (Asociación Empresarial de Acuicultura de España). Esa parálisis desespera a los productores, que asisten impotentes a un aumento de la demanda a nivel mundial que bien podrían contribuir a atender si se removiesen los obstáculos para su desarrollo.

El leve aliento que la cría y engorde de peces en España tomó en el 2015, lo expiró el año pasado, aunque los empresarios esperan que este ejercicio, del que ya ha transcurrido la mitad, se cierre con crecimiento y se alcancen las 49.000 toneladas producidas, frente a las 47.635 que salieron en el 2016 de las granjas españolas. Así lo expone Apromar en su informe anual La Acuicultura en España 2017, que presentó hace unas semanas. 

La estrella de la acuicultura en España sigue siendo el mejillón. Y huelga decir que prácticamente todo el que lleva el sello español sale de las rías gallegas. A pesar de que existen producciones en Cataluña, Andalucía, Comunidad Valenciana y en Baleares, lo cierto es que el 97 % es gallego.

Y aunque Galicia es líder en el cultivo de varias especies piscícolas -de algunas incluso tiene la exclusividad a nivel de Europa e, incluso, mundial-, no destaca precisamente por sus cifras de comercialización de peces. La palma se la lleva la lubina, seguida muy de cerca por la dorada, especies ambas a las que no convienen la temperatura de las aguas gallegas. La lubina se encuentra más a gusto bañándose en Murcia, en la costa andaluza o en Canarias. El Levante -más en concreto, Murcia y la Comunidad Valenciana- es el hábitat preferido de la dorada para engordar, aunque no desdeña tampoco los de Andalucía y Canarias. Ambas especies se mueven en la misma horquilla de precios, que, según cálculos de Apromar, fueron 5,78 euros por kilo para la dorada -una bajada de un 1 % que impulsó una subida del 10 % en su consumo- y 5,67 para la lubina -un 0,5 % menor que en el 2015 que tiró un 9,5 % más de la demanda-.

Rodaballo

Hay que descender hasta el tercer lugar del podio piscícola para encontrar una especie que coma y engorde cómoda a los 18 grados de temperatura que suelen rondar las aguas gallegas: el rodaballo. Con las 7.346 toneladas (9,2 millones de unidades) de las 7.396 que se produjeron en el 2016, Galicia siguen siendo líder de Europa. Si no se atreve a decir que del mundo, es porque ese cetro se lo atribuye China, que asegura cultivar entre 55.000 y 65.000 toneladas anuales de rodaballo, aunque no concreta si quiera si también se trata de ejemplares de Psetta maxima, la variedad que sale de granjas como las de Xove, Carnota, Cambados o Redondela

La bajada de producción del 2016 (1,8 % menos en Galicia y un 4,1 % en el resto de España) se ha visto compensada con una subida del precio medio. Eso sí, a diferencia de lubina y dorada, los vaivenes de precio son importantes. Y si cerró el 2015 a 9,5 euros el kilo, doce meses más tarde se vendía a 10,5, por debajo de los 11 a que se cotizaba en octubre. 

Anguila, solo en Galicia

Más discretas son las producciones de anguila, especie en cuyo engorde se empeña la Comunidad Valenciana tras desistir Andalucía, Cataluña y el País Vasco, y besugo. Esta sí que es gallega. Isidro de la Cal es la única empresa que cultiva esta especie en el mundo. Las 178 toneladas que se comercializaron el año pasado salieron de las jaulas que la compañía tiene en Valdoviño.

En lenguado Galicia no tiene la exclusividad, pero sí mucho peso. Gana en producción a Andalucía, pero es un cultivo diferente. En el sur se cría en esteros. En Galicia, en tanques en tierra, los mismos en los que se perfeccionó la cría del otro pez plano aclimatado a las aguas gallegas, el rodaballo.

El cultivo de trucha arco iris, en el aire por una sentencia que la considera especie invasora

El de trucha arco iris, otro cultivo -este continental- en el que Galicia solía despuntar, sigue en horas bajas. Con Castilla y León por delante, la producción de esta especie en España en el 2016 se estima en 17.732 toneladas, un 11,3 % más que en el año previo. Para el 2017 se prevé otro nuevo crecimiento a más de 18.980 toneladas, pero aún se está muy lejos de las 35.384 toneladas del 2001. Y en este aspecto todavía falta por clarificar las disfunciones e inseguridad jurídica que está provocando el hecho de que una sentencia del Tribunal Supremo del 2016 haya calificado a la trucha arco iris de especie exótica e invasora, a pesar de que la que se cría en acuicultura está naturalizada y la propia Unión Europea la considera una especie de gran repercusión social y económica. 

Veinte kilos por persona al año

Y este ritmo contenido por cuestiones esencialmente burocráticas exaspera a los productores, pues se ha disparado el consumo de productos acuáticos en el mundo. De los 9,9 kilos por persona que se consumían en el mundo en 1960 se han alcanzado ya los 20. Y todo gracias a una alineación de factores que han permitido ese crecimiento. Por un lado está la mayor sensibilización de la población sobre los beneficios nutricionales de los pescados y otros productos marinos, así como el reconocimiento de sus valores gastronómicos. A eso hay que sumar el aumento de la oferta de productos de valor añadido, las mejoras en las técnicas de conservación y unos canales de distribución más eficientes. Pero la UE nada a contracorriente. Y así, frente al incremento en el consumo, se da la paradoja de una decreciente producción.

Las tres grandes asignaturas pendientes de un sector competitivo

A pesar de la parálisis en la que se encuentra el sector, la patronal acuícola defiende que las empresas que empujan en España esta actividad «son organizaciones competitivas, cada una a su nivel, y que innovan constantemente para perfeccionar su actividad». Es más, muchas están incluso en la vanguardia de la acuicultura en Europa y comercializan sus productos tanto en España como en exigentes mercados internacionales.

Apromar aplaude a rabiar el plan estratégico de la acuicultura española 2014-2020, ese diseñado para alcanzar 527.766 toneladas de cría en el 2030 y un valor económico de 1.465 millones de euros. Ahora bien, esa hoja de ruta seguirá siendo un brindis al sol mientras no se remuevan otros obstáculos con los que se topa la iniciativa empresarial. 

El primero, la burocracia

Necesidad de agilizar los trámites administrativos. Que la acuicultura produzca para consumo humano y que requiera de suelo público para su desarrollo ata a las empresas a las administraciones. Y estas son extremadamente lentas a la hora de tramitar permisos, concesiones, autorizaciones e, incluso, renovaciones, hasta el punto de que desincentivan la iniciativa empresarial. Si a eso se suman las diferentes legislaciones e interpretaciones de las comunidades autónomas y la disparidad de tasas, cánones e, incluso, titulaciones, el caos y los desequilibrios están servidos. 

Sostenibilidad

Ordenación coordinada del espacio. La falta de espacio es otro obstáculo para el despegue de la acuicultura y puede resolverse determinando cuáles son los lugares adecuados para estas actividades. Sin embargo, cada comunidad aborda esta cuestión de manera diferente y no siempre eficaz, que se complica, dicen, por la interpretación restrictiva de los espacios Red Natura 2000

Exigencias

Reforzar la competitividad. De nuevo la desigualdad. En este caso entre las elevadas exigencias que se imponen a los productores europeos, que deben competir en un mercado en el que terceros países con normativas más laxas venden también sus especies de cultivo. Y no solo en cuestiones burocráticas, sino en materia de control, seguridad alimentaria o trazabilidad. Apromar admite que no es un problema exclusivo de la acuicultura, pues también lo sufre la pesca extractiva, la agricultura o la ganadería, pero sostiene que su solución global depende de decisiones políticas al más alto nivel europeo, en las que el peso del Gobierno de España, como potencia agraria y pesquera de la UE, debe hacerse notar.