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Cuatro historias de amor (al mar)

espe abuín REDACCIÓN / LA VOZ

PESCA Y MARISQUEO

SANDRA ALONSO

Doscientas mujeres compartieron experiencias y analizaron su papel en un sector en el que aún son poco visibles

03 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Unas lo eligieron conscientemente y a otras fue el mar el que las escogió. Pero tanto unas como otras quedaron enamoradas. Es lo que tiene ese medio con doble filo, que da la vida pero, a veces, la quita; que proporciona muchas alegrías pero, cuando quiere, no escatima en sinsabores; que mima a las mujeres, pero entroniza a los hombres. Cuatro trabajadoras relataron esta semana en Santiago, en el congreso Amar o Mar -organizado por la Federación Galega de Confrarías en colaboración con el Instituto de la Mujer- sus experiencias como mujeres del mar. Cómo cayeron en sus redes y, sobre todo, cómo la pasión por su profesión las llevó a hacerse visibles en un medio con marcado poder masculino, por mucho que algunas veces se haga llamar la mar.

La patrona mayor más antigua de Galicia

María José Crespo se emocionó al relatar a las decenas de mujeres que se congregaron en Santiago cómo llegó a tomar las riendas de la Cofradía de Miño, una empresa que estuvo a punto de abandonar en varias ocasiones cuando creía que no podía soportar más los embates que la vida le envió en forma de ruina y de luto. Ruina, porque un mes después de conseguir arrebatar el puesto al anterior patrón mayor -con impugnación de unos comicios irregulares de por medio- descubrió que el pósito estaba embargado, con una deuda de 5,5 millones de pesetas (33.000 euros) y tuvo que llevar al banco las escrituras de su propia casa para pedir un préstamo personal para sacar adelante la cofradía.

SANDRA ALONSO

La que hoy es la patrona mayor más antigua de Galicia llegó al mar por amor, pero no por amor al mar -ese llegó después-, sino por amor a su marido, que se la llevó de Betanzos, donde trabajaba en una peluquería, a Miño. Al no disponer ni de coche ni carné se quedó sin oficio. Hasta que se le ocurrió hacer lo que hacía su suegra: ir a mariscar. Afortunadamente, en Miño «admitían mujeres como afiliadas, cosa que en otras ni socia te dejaban ser». Y poco a poco se hizo visible. Primero, con el pulso al anterior patrón mayor; y después, haciéndose oír y asumiendo cargos de responsabilidad. Ahora es vicepresidenta de la Federación Galega de Confrarías. «Hay también que ver cómo era y cómo es ahora, porque cuando entré no te escuchaban mucho, había pocas mujeres, eran todo hombres y ahora en la federación ya somos cuatro», explicó para ilustrar los avances en materia, ya no de igualdad, que falta mucho por recorrer, pero sí de empoderización y de empecinamiento por hacerse oír.

Vale que la suya es una cofradía «pequeñita» que a poca gente puede incorporar, porque «as rías están como están», pero en estos dos años que le quedan, va a «luchar por ella y para ella».

Tripulante de una embarcación de artes menores

Cuando Carmen Abad se diplomó en Turismo no sabía nada del mar. Pero se echó pareja. Y su pareja se compró una lancha para labrarse un futuro en Burela. Ella seguía desde tierra sus progresos hasta que el bum del ladrillo, ese que al explotar después provocaría un auténtico desastre económico, hurtó mano de obra a la pesca y la empresa de la que era socia se quedó sin marineros. Así que se sacó el título de Competencia de Marinero y se enfundó el traje de aguas. «Estuve un año tomando biodramina, hasta que un día ya no la necesité más». Y así lleva, sin doparse, 20 años. «Entré por amor y sigo por pasión. Lo llevo muy en las venas. Siempre digo que si me sacan sangre, el 97 % de lo que sale es salitre», asegura Carmen. 

SANDRA ALONSO

En el plano de la igualdad, afirma no tener ningún problema. A bordo, en el puerto, en la lonja... es una persona más. Veinte años después «sigo siendo la niña de todos mis compañeros». Y hace de todo. Larga nasas, de cinco kilos; mueve cajas de carnada, de 25; maneja la máquina, que ahora que hay grúa ya no hay problema, y suelta palabrotas como cualquiera a bordo. Pediría, eso sí, un poco más de fuerza física, aunque hace gala de un bíceps que de contorno debe medir tanto o más que su cintura. Por lo demás, se ha sacado el título de patrón polivalente, tiene el de máquinas y le falta el de puente, pero todo llegará. Eso y perfeccionar los nudos marineros, que le costó aprender y, de hecho, el as de guía «aún lo tengo ahí atravesado». Tanto que no es la primera vez que ve alejarse la lancha cuando creía que el nudo, lo había clavado.

Bióloga de la Cofradía de Pescadores de Noia

No trabaja Liliana Solís precisamente en el campo pesquero en el que hay más desequilibrio entre sexos. Ya desde el primer momento en que se crearon lo que en lenguaje de la Administración se denominan asistencias técnicas a la cofradía, allá por los noventa, el número de hombres y mujeres estaba casi a la par. Hoy son 42 personas, 20 de sexo femenino. Solís se enroló en esa plantilla porque para un biólogo una ocupación como esta, en contacto con el mundo de la pesca artesanal, no es frecuente y, sin embargo, sí tiene mucho de gratificante. También es diverso. La tarea depende mucho de cada cofradía. A ella le ha tocado la que es la reina indiscutible del berberecho. Y a velar por su explotación sostenible tocan. Recoge muestras para el Intecmar, muestrea los bancos para comprobar la abundancia, asesora en la elaboración del plan de explotación, lleva la regeneración de zonas improductivas... De su trabajo destaca la flexibilidad, que hasta le permite una suerte de conciliación: «No es la primera vez que mi hija se viene a los muestreos».

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Liliana se sabe parte de un cuerpo único, un modelo pionero que ha despertado gran interés en el mundo. Tanto, que ha atraído a profesionales de otros países. Y, sin embargo, como muchas otras cosas, en Galicia no se valora. Un desprecio que llega en forma de inseguridad laboral y, en algunos casos, escaso salario. Su contrato depende de la suscripción de convenios anuales con la Administración. Pero su renovación no es automática. Pueden pasar meses entre una firma y otra. Y mientras, el biólogo no cobra. Y si es cierto que hay cofradías que complementan el salario del profesional, en los casos en los que no, el sueldo aboca a estrecheces.

Técnica de la Federación Galega de Confrarías de Pescadores

«¿Mami, te gusta lo que haces?» La pregunta infantil llevó a Marita González a plantearse si había elegido ella la pesca o la pesca la había elegido a ella. Aunque es de Vigo, por raro que parezca, su familia no tenía vínculos «ni con la pesca ni con Citroën». Y su formación académica fue más por los números y las cuentas: licenciada en Económicas. Tomó como anécdota que su primer trabajo de investigación fuese un estudio de mercado sobre si los bivalvos venían o no bien envasados. Y como casualidad que el primer curso en el que participó analizase la importancia de la pesca en Galicia. Comenzó a inquietarse cuando en su primer empleo tuvo que encargarse de los resultados contables de las cien empresas pesqueras de Galicia.

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Por eso cuando comprobó que su primer curso como documentalista iba de gestión de compañías pesqueras lo tuvo claro. El mar la había elegido y la estaba llamando. Comenzó entonces a trabajar en la Cofradía de Marín, donde no había ni una sola mujer afiliada, pero era joven y «quedaba bien en la mesa». Pero, para quedar bien no estaba, así que se fue con las de su sexo, a la Asociación de Mariscadoras de Galicia, una experiencia corta, pero que le permitió conocer mujeres «estupendas, muy capaces, directivas, líderes, organizadas...» Ese camino desembocó en la federación gallega donde cada vez ve a más mujeres que dan un paso adelante e imponen su manera de gestionar. «Ni mejor, ni peor, pero sí diferente».