Un convento en un «momento crítico» que fue fundado por y para el peregrino

Uxía Carrera Fernández
UXÍA CARRERA SARRIA / LA VOZ

SARRIA

Así viven los seis frailes que resisten en la rutina contemplativa del Monasterio de la Magdalena de Sarria

13 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La mayoría de los residentes de las casas religiosas cocinan o cultivan sus propios productos artesanales para poder obtener unas mínimas ganancias. En cambio, los del Monasterio de La Magdalena de Sarria difieren de esa tradición: venden credenciales para los peregrinos.

El histórico emplazamiento se remonta al siglo XIII. Su fundación estuvo en manos de unos ermitaños italianos que peregrinaron hasta Santiago. Desde entonces, el convento se erigió a apenas 200 metros del itinerario del Camino para atender y acompañar a los peregrinos. Pero siempre ha sido «mal llamado monasterio», como apunta uno de los frailes actuales, Andrés García, puesto que los residentes que viven en él no son de clausura. Actualmente quedan seis religiosos viviendo en el edificio de la orden de los mercedarios y todos ellos hacen vida fuera de las paredes de piedra del convento, aunque conservan la rutina contemplativa. Esta compaginación de hábitos no impide que se conserve el fin primordial de cuidar al peregrino.

Beneficios de dos euros

Antiguamente los frailes sarrianos aseguraban alimentos, curas, hospedaje e incluso un apoyo espiritual, «cuando la peregrinación todavía no era fundamentalmente turística». Ahora su misión ha disminuido o, más bien, se ha dividido en varias manos. El albergue está regentado por una empresa privada y los curanderos en este ámbito ya han dejado de existir, así que los frailes de La Merced de Sarria se limitan a sellar las credenciales de los peregrinos a su paso por la localidad. Sin embargo, en el claustro de las habitaciones de los frailes, en el primer piso, todavía conservan una antigua campana que tocaban los peregrinos desde la planta baja para requerir los «servicios» espirituales del padre superior.

Los peregrinos que inician el Camino en el municipio sarriano adquieren el documento en el monasterio por dos euros y eso es todo lo que recaudan directamente los frailes. De «regalo», quien quiera puede visitar el claustro principal del convento, que destaca por su suelo decorado con cantos rodados de río. 

A tres frailes de cerrar la casa

Además de la ahora menor atención al peregrino, alguno de los frailes también oficia misa, en la iglesia del propio convento y por varias parroquias, o realiza los rezos de las últimas voluntades. Los seis residen en la primera planta del convento, donde emplean sus habitaciones, una capilla propia y cuentan con una biblioteca. Una parte a la que los visitantes no tienen acceso. Para las comidas, comparten instalaciones con el colegio La Merced, que está vinculado al convento aunque ningún fraile ocupa ningún puesto.

Andrés García cuenta que en la época contemporánea siempre fue una comunidad pequeña: «llegó a tener como mucho ocho frailes». Sin embargo, antiguamente también acogía a los «aspirantes» a religioso en su época de «noviciado», el tiempo de prueba para dar el «sí quiero definitivo» a la vida contemplativa. Pero aquellos tiempos ya se han ido, como lamenta García, y la dedicación religiosa actualmente es una decisión de muchos menos. «Antes ingresabas muy joven por conocidos de alguna orden religiosa, ahora es una decisión tardía y se conoce a menos gente que ya lleve esa vida», opina García. El fraile denomina como «valiente» la determinación de iniciar una vida religiosa y lamenta que los jóvenes que ingresen sean a cuentagotas. «Aunque yo rezo en cualquier lado, aquí hay más comunidad y una vida en familia», cuenta. El cambio en las creencias de la sociedad implica que muchas casas religiosas hayan tenido que cerrar. De hecho, para conformar un convento tiene que haber un mínimo de tres frailes, solo la mitad de los que actuales de Sarria.

El caso de García, al que se le apoda también «jilguero» por sus dotes para cantar, tampoco es el más común. Este fraile ingresó, salió y volvió a ingresar en el convento varias veces y además hizo el servicio militar todavía como civil. Es el único que cursó los estudios de teología, pero prefirió no ordenarse como sacerdote. En el trayecto residió en varias casas por toda España y, aunque al principio no le convenció, le destinaron el monasterio de Sarria, donde lleva desde 1997. Para él no fue difícil pasar una pandemia confinado en el monasterio, ni se asustó, pero no quiere volver a vivir esos entierros «en los que solo podían estar tres personas presentes y era muy duro para la familia», cuenta.