El fuerte de San Salvador de Sarria

Javier Pérez Batallón SARRIA/LA VOZ

SARRIA

El Fuerte de San Salvador de Sarria
El Fuerte de San Salvador de Sarria Javier Pérez-Batallón Ordóñez

La iglesia de San Salvador fue retirada del culto en 1835 y convertida en fuerte militar para vigilar a los bandoleros

30 jun 2020 . Actualizado a las 11:42 h.

Hace unos años desempolvé unos antiguos manuscritos que hablaban de unas historias igual de antiguas ocurridas en Sarria en el siglo XIX, y una, que me pareció muy interesante, estaba escondida entre las líneas de unas cartas particulares y trataba de la metamorfosis experimentada por la preciosa iglesia de San Salvador de Sarria, en pleno Camino de Santiago y coronando la calle Mayor en lo alto de la villa, muy cerca de los restos de la Fortaleza.

Ocurrió que tras la muerte del rey Fernando VII, en septiembre de 1833, se inició en toda España una guerra civil que pasó a la historia con el nombre de Primera Guerra Carlista debido a que su promotor fue el infante D. Carlos Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII, que no aceptaba que este hubiera designado a su jovencísima hija Isabel como sucesora al trono de España, tras derogar la ley sálica que se lo impedía.

La guerra dirimía entre los defensores del nuevo estado liberal que se abría camino —los isabelinos— y los partidarios de la vuelta al Antiguo Régimen — los carlistas—, y las consecuencias de ese levantamiento militar se hicieron sentir en todo el territorio nacional, pero con más intensidad en aquellas zonas, como la provincia de Lugo, donde la Iglesia o la nobleza tenían más influencia.

Guerra de guerrillas

Los españoles aún tenían fresco el intenso aprendizaje del sistema de guerra de guerrillas, que tan buen resultado les había dado en la Guerra de Independencia contra el ejército de Napoleón, así que repitieron el modelo, y en los pueblos de Galicia —como en el resto de España— fueron apareciendo líderes carlistas que formaron grupos armados para desestabilizar al Gobierno, que actuaban como auténticos bandoleros asaltando las casas y los pueblos para robar y matar, causando el terror en la población.

Dentro del panorama de Galicia, la villa de Sarria estaba enclavada en una región militarmente conocida como «la margen izquierda del río Miño», siendo el punto estratégico para la defensa de su comarca, y, al mismo tiempo, objetivo preferente de esas facciones armadas de conocidos cabecillas como Pérez, los hermanos Sarmiento de Rubián, Souto de Remesar y otros.

Financiación de las tropas

La tranquilidad con que se movían los facciosos por el terreno era tal, que incluso habían llegado a clavar un cartel en la plaza céntrica de la villa con las condiciones de un impuesto a recaudar entre los ciudadanos para sostenimiento de las tropas rebeldes.

Arruinada y abandonada a su suerte desde hacía muchos años la fortaleza del Conde de Lemos, la falta de estructuras defensivas permanentes en la localidad obligó a las autoridades a adoptar medidas tan urgentes como improvisadas para proteger Sarria de las acciones armadas de las facciones rebeldes, y la más notable de todas consistió en la elección en 1835 de la iglesia de San Salvador como fuerte militar en el que instalar a las tropas de soldados y de milicianos nacionales movilizados.

De esta manera, la pequeña iglesia románica fue relevada del culto como templo religioso y dotada de complejas obras defensivas para que constituyera el baluarte de Sarria frente a las incursiones de las gavillas de bandoleros, alguna de más de 30 miembros, que asolaban la comarca. Existen marcas en las fachadas que sugieren puntos de apoyo de posibles estructuras, que creo que merecen un análisis técnico más detallado.

Era el lugar más idóneo debido a su emplazamiento elevado, con un atrio que permitía el alojamiento de enseres militares variados como carros, animales, cajas, y con largas vistas hacia el sur que permitían una vigilancia visual a larga distancia y buena acústica para poder oír las llamadas desde los campanarios de otras iglesias, que eran las instrucciones dadas para el caso de avistamiento de partidas de bandoleros.

Sin embargo, esto implicó que el resignado párroco, D. Pedro Arias, tuviera que abandonar la vivienda y solicitar alojamiento en las casas de los feligreses, ofreciendo una triste imagen trasladando sus sábanas y equipajes de casa en casa, según cuentan los escritos de la época, y especialmente el libro de fábrica de la parroquia, en donde se puede leer lo siguiente: «Cuenta de 1835. Nota: por los trastornos de los tiempos, que ninguno ignora por ser públicos y manifiestos, no ha tenido esta Iglesia mayordomo, ni cuasi se necesita por haberse constituida cuartel de nacionales y soldados, mas yo, el cura, procuré hacer de mayordomo en orden al servicio de la iglesia, si como a cobrar alguna friulera de los que me la pagaban por haberse denegado los feligreses a verificarlo».

La fornida construcción de esta iglesia, a base de sillares de granito y sin ventanas, favorecía la imagen de un sólido fuerte militar de aspecto intimidatorio frente a los eventuales asaltantes, pues por aquel entonces no tenía la alta espadaña que presenta actualmente en su fachada principal.

Fluida comunicación

Por otra parte, su situación frente al edificio del Ayuntamiento (el actual juzgado) ayudaba a una fluida comunicación entre la autoridad civil y la militar, con lo cual el punto defensivo se presentaba como idóneo, utilizando el cercano espacio del campo de la feria como lugar para las maniobras de instrucción de los mozos reclutados.

Este fuerte militar cerraba las defensas de la Villa, que en esos años prácticamente se limitaba a la calle Mayor, llamada Principal en aquel tiempo, y que probablemente abarcaran las traseras de las casas, pero al no estar dotado por una fuerza militar regular, motivada y bien entrenada, tampoco ofrecía una protección eficaz a las casas del pueblo, de manera que las casas que quedaban fuera del alcance de los fusiles de los defensores del fuerte estaban permanentemente amenazadas de robo y saqueo, como le ocurrió en 1836 a la vivienda situada a los pies de los fosos de la arruinada Fortaleza del Conde de Lemos, conocida entonces como casa del Catedrático.

Reclusión forzosa

La tropa existente en el Fuerte de San Salvador en los primeros años de guerra estaba formada por sencillos ciudadanos reclutados forzosamente, sin espíritu militar, y no ofrecía ninguna garantía frente a unas facciones rebeldes armadas y muy motivadas. Era habitual que los mandos de esta milicia aficionada se quejaran de la falta de entrega y de disciplina de la tropa, que llegaba a cometer abusos y hurtos en los registros de casas.

Sin embargo, la designación en febrero de 1837 del capitán Corcuera, al mando de tropas del Regimiento 16 de Castilla, para encargarse de la defensa de Sarria y la margen izquierda del río Miño cambió por completo la situación, ya que a los pocos días de tomar posesión de la plaza en el Fuerte ya estaba batiendo en combate y deteniendo a la facción rebelde más activa que se movía por la comarca, la de Pérez. Los éxitos se repitieron más veces, y la dotación militar del Fuerte de San Salvador empezó a infundir el miedo en los cabecillas rebeldes y al mismo tiempo la confianza en la población civil, llegando a convertir a Corcuera en un ídolo local.

Pero las consecuencias de la guerra para la parroquia de San Salvador de Sarria no se limitaron a la conversión de la Iglesia en fuerte militar, sino que fueron más profundas.

Esta parroquia percibía, como todas, el diez por ciento —diezmo— de los frutos que se recogían en su circunscripción, más otro medio real de vellón en concepto de primicia, y una renta de 14 fanegas, que se recaudaba normalmente a través del mayordomo. Este cargo había venido siendo desempeñando por el que había sido sacristán hasta 1817, llamado Andrés Cedrón, que lo tenía con título y dotación de catorce fanegas de centeno, las cuales se vendieron por Real Orden y en concepto de Obra pía. Pero al quedarse sin dotación económica, también quedó vacante el cargo, lo que había motivado que el Obispo de Lugo ordenara convocar a los feligreses para la elección de nuevo mayordomo, asamblea que tuvo lugar el día 14 de septiembre de 1817 en el atrio de la iglesia.

El Fuerte de San Salvador de Sarria
El Fuerte de San Salvador de Sarria Javier Pérez-Batallón Ordóñez

En tal asamblea se había establecido un sistema rotatorio del cargo de mayordomo, entre cuyas funciones estaban la de tocar la campana a misa los días festivos, cobrar las rentas de centeno en el arca, barrer la iglesia, lavar la ropa, encender y apagar la lámpara, percibiendo por ello 22 reales y los réditos de las 14 fanegas; y así se fueron nombrando sucesivamente hasta llegar la guerra en 1833, pues a partir del año 1834 nadie quiso aceptar el cargo. Así lo hizo constar el párroco en el libro de fábrica de la parroquia: «No ha tenido esta iglesia mayordomo, ni cuasi se necesitaba por hallarse constituida cuartel de nacionales y soldados». Es decir, de silenciosa iglesia católica pasó a bullicioso cuartel.

Claramente, si ya no había culto ni misa, tampoco había que barrer, lavar ropa, reponer el aceite de la lámpara ni la cera de abeja, y mucho menos para los militares. Lo único que había que hacer era cobrar las rentas, y eso ya lo hacía don Pedro Arias directamente de los que querían pagar, ya que una gran parte de los deudores dejaron de presentarse a pagar, y el párroco no tenía medios para reclamar, así que se limitaba a apuntar las deudas en el libro para mejor ocasión.

Culto restituido

Pero lo más duro para el párroco estaba por llegar, pues cuando terminó la guerra en 1839 la iglesia fue restituida al culto, y para entonces las finanzas eran catastróficas, si nos atenemos a que en la rendición de cuentas de ese año el mayordomo alegó que los ciudadanos se habían quedado con el dinero porque el Gobierno así se lo había dicho —en realidad no era así, pero siempre ha habido gente ocurrente— y, finalmente, la Nación había expropiado todas las rentas a la iglesia, de manera que ahora las cobraba el Gobierno.

Es decir, que tras la guerra vino la confiscación de los bienes de la Iglesia y la posterior derogación del diezmo en 1841, lo que obligó al párroco a hacer constar en las cuentas que «desde el año 1842, inclusive, nada se ha cobrado de la renta que tenía esta iglesia para su sustento y culto; y para los fines que correspondan y sea necesario lo anoto, pues ahora se echó la Nación sobre esta renta, quien la cobra, y firmo. Pedro Arias».

Como siempre me suele ocurrir, cuando conozco la historia de las cosas o de las personas, mi percepción hacia ellas cambia, y eso también me pasa en este caso. El descubrimiento de la historia del fuerte de San Salvador ha condicionado para siempre mi modo de mirar a esta hermosa iglesia, pues cada vez que paso frente a ella trato de imaginar como serían las obras de fortificación, dónde estarían los centinelas, cómo serían los muros de cierre, si había portón de entrada, y qué habría en el atrio. Y, a lo mejor, algún día alguien me lo cuenta.