Discurso radiofónico de Pedro García Arcas

La Voz

SARRIA

09 ago 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

El culto concejal y funcionario de contribuciones del Estado en Sarria, Pedro García Arcas, pronunció unas palabras de homenaje a la villa el 16 de abril de 1936: Uno de los mayores encantos que para el extraño tiene Sarria es que, al poco tiempo de habitar la villa, se siente uno como en su propia casa, envuelto en sólidas redes de amistad y con la misma consideración y afecto que hubiesen gravado el continuo trajinar de largos días. Mis años de infancia transcurrieron en un ambiente cuyo paisaje era agreste y triste. Los árboles, allí escasos, infundían al terreno que los sustentaba, una seriedad y una melancolía infinita. La escasez del agua, ese inmenso tesoro que impregna a Galicia de morriñentas brétemas y que da a su campo la variada gama de verdores, faltaba en mi tierra. Por esa falta de jugosidad en el paisaje que tanto caracteriza a este rincón noroeste de España, llevaba yo, desde mi infancia, un ansia grande de sentir, de ver y de admirar algo que tuviese semejanza con aquellos pequeños nacimientos, que en época de Navidad, construíamos siendo niños. Recuerdo la emoción grande que en mis años infantiles experimentaba, al contemplar aquellas construcciones de tejados rojos y oscuros, que colocábamos sobre montículos cubiertos de musgo muy verde. En dichos montículos hacíamos serpentear blancos caminitos por los que hacíamos marchar unos pastores con diversos presentes, que como tributo, iban a rendir al popular recién nacido. No faltaba tampoco la brillantez de las lagunas, de los riachuelos y de ríos cuya extensión y anchura, precisaban esbeltos puentes: el brillo de los espejos daba la impresión de realidad que nosotros buscábamos. Ya alguna vez, pareciéndonos a compañeros míos y al que os habla, escasa y mezquina la civilización de que solíamos rodear la cabaña hacia donde se dirigía tanta y tanta gente, hubimos de colocar un ferrocarril, con túneles y modernos puentes. Ahora bien, que para salvar el que debíamos a la cronología, nos pareció oportuno señalar con una fecha tal ferrocarril, y le colocamos un letrero que decía 1914. Si alguno de los que me escuchan no ha visto nunca Sarria, esta villa próspera, alegre y encantadora, puede fácilmente figurársela, si alguna vez, como yo, en mis años de infancia, ha intentado construir un nacimiento. Y verá entonces cómo ve reproducido, de forma maravillosa, aquel deseo que quisimos dar una aparente realidad, un nacimiento, un gran nacimiento, en que hemos colocado idéntica manera, a como lo habíamos hecho, un ferrocarril que va rodeando la fértil y anchorosa vega de Sarria, en donde el rumor de las aguas perdidas entre la espesura del boscaje, constituye un himno de original grandeza. Sarria es pintoresca toda ella. La pátina de la Historia dejó en dicha villa y alrededores, recuerdos, como son castillos y monasterios. Sobre la parte moderna de tal pueblo con hermosos chalés, rectas, agostas y bien pavimentadas calles y con modernos hoteles, se alza la parte antigua. Como en las viejas ciudades españolas, Sarria conserva y guarda la tradición en una parte de su recinto, la que en tiempos lejanos podría ser defensa, por ser inexpugnable. Y así vemos el antiguo castillo de los Batallones, que figura simbólicamente, al tratar de representar a Sarria dominando, el amplio panorama que a sus pies se extiende. Y el convento de los Mercedarios de sólida arquitectura, haciendo pareja con el mencionado castillo. Y a continuación, la calle Mayor de inconfundible tipismo. Y al concluir la calle, y también en lo alto del terreno, la iglesia parroquial de Santa Marina, que parece querer abarcar dada su posición estratégica, el pueblo y el paisaje, en un último deseo de superación. Antes de concluir he de elogiar como se merece, la belleza de la mujer sarriana, como doy prueba bien palpable, al haber buscado, entre las de esta tierra, a la que, andando el tiempo, había de ser madre de mis hijos.