La potenciación de la carretera por Pedrafita condenó al ostracismo a la dura vía que unía Galicia con Castilla
11 nov 2010 . Actualizado a las 23:36 h.El castillo es espectacular, se alza en una colina espectacular y se localiza a los pies de una sierra espectacular. Pero queda a desmano, porque por Doiras solo se pasa si se va a uno de estos dos sitios: al puerto de O Portelo dos Ancares, para lo cual se continúa la carretera que tira para el frente, o bien a la propia sierra de Ancares, la turística, la idílica. En ese caso hay que girar a la izquierda y prepararse a subir.
Aunque en realidad existe otra razón más para no llegarse de buenas a primeras al castillo Doiras: es de propiedad privada y se encuentra cerrado. Antes era hasta posible colarse con ciertas dificultades por una tronera o similar, pero cuentan los osados de aquellos lejanos tiempos que los dueños dejaban libres un par de perros poco amigos de los intrusos.
Cierta o no la aventura de los cánidos, en lo que sí se produce coincidencia es en destacar la belleza de su torre circular. Sin duda alguna, por Doiras pasaron miles de viajeros en la Edad Media y en la Moderna, porque luego el trazado por Pedrafita, que fue el que se potenció, anuló esa carretera. De hecho, esa debió de ser la misión del castillo, de tamaño mediano y lejos de la típica fortaleza rocosa gallega, que se resume diciendo que era una torre y una mínima cerca: controlar el paso de personas y mercancías.
Esta «forma un polígono cerrado aún por la alta cerca, un torreón cilíndrico de defensa en uno de los ángulos y torre del homenaje de planta rectangular en el interior; de mampostería pizarrosa». Y son palabras del historiador Ángel del Castillo. No es mucho, pero algo es algo: Ramón Otero Pedrayo no le dedica ni una línea en su Guía de Galicia, a pesar de que la torre de homenaje mide dieciséis metros de altura, y los muros de la cerca llegan a los ocho y tienen un grosor de uno y medio.
Y si el castillo ya tiene valor patrimonial, se incrementa cuando se conoce una vieja leyenda: una doncella ha desaparecido de la fortaleza, y la buscan hasta que, desesperados, la dan por muerta. Pasa el tiempo y su hermano sale de caza, mata una cierva y le corta las patas delanteras como trofeo. Cuando llega al castillo y vacía el saco aparece una mano de mujer. ¿Era de la doncella? Era. En uno de los dedos lucía su anillo. El hombre, atormentado, regresa al bosque y en lugar de la cierva encuentra el cadáver de su hermana. El hechizo de una meiga según unos, un moro según otros, había sido el causante de la extraña desaparición.