Los «hippies» rejuvenecen Negueira

Lucía Rey
lucía rey LUGO / LA VOZ

NEGUEIRA DE MUÑIZ

Ernes es una de las aldeas donde sobrevive el espíritu de la comuna hippy que se asentó en Negueira de Muñiz a finales de los setenta.
Ernes es una de las aldeas donde sobrevive el espíritu de la comuna hippy que se asentó en Negueira de Muñiz a finales de los setenta. OSCAR CELA

Con 13 niños y 3 en camino, los herederos de la comuna del embalse de Grandas plantan cara al declive del rural apostando por la agricultura ecológica y la bioconstrucción

17 mar 2015 . Actualizado a las 15:15 h.

Las risas y el alboroto alegre de Sasha, que tiene año y medio, y de Oriol, que ronda los tres, son una de las grandes sorpresas que aguardan al visitante en Ernes, una de las aldeas donde sobrevive el espíritu de la comuna hippy que se asentó en Negueira de Muñiz, a orillas del embalse de Grandas, en el límite entre Galicia y Asturias, a finales de los setenta. Fuera del horario escolar, la algarabía es todavía mayor ya que, del medio centenar de personas que siguen apostando por un modo alternativo de vivir en este escarpado rincón de la montaña lucense, trece son niños. Y de aquí al verano nacerán tres más, como destaca Dora, que tiene cuatro: Laura y Rocío (acogidas) y Teixo y Guayén (biológicos). Todo un lujo para un municipio rural de 211 habitantes, según el último padrón del INE. El secreto de este inesperado bum demográfico «está en la felicidad, aquí todo el mundo está feliz», asegura Tania, de 30 años, mientras da de mamar a Sasha, su primer hijo. Embarazada del segundo, ella y su pareja, Fabio, que es italiano, recorren los festivales de música, de Pardiñas a Ortigueira, vendiendo artesanía de cuero y pizzas que cuecen en un horno móvil.

«La gente piensa que andamos todo el día desnudos, drogándonos y jodiendo, pero no es así, lo de la comuna estuvo bien, pero acabó, solo duró los dos primeros años», bromea sosteniendo un té Alfonso, que llegó en los primeros ochenta, «con la segunda hornada». A sus 54 años es el veterano y el carpintero, junto a su hijo Isimaio, de una comunidad que confiesa seguir aplicando lo de hacer el amor y no la guerra, «pero cada uno en su casa». Un dato que corroboran los «paisanos», como llaman cariñosamente a los vecinos autóctonos, que nacieron y se criaron en Ernes, pero emigraron a poblaciones como Cospeito, Oviedo o Barcelona cuando a mediados de los cincuenta la construcción del pantano vació la zona de gente y la dejó huérfana de futuro. «Os que están agora son xente ordenada, como Deus manda e cada un no seu sitio», reconoce Concha, viuda de 74 años. Ahora que está jubilada, retorna en los meses de buen tiempo a la casa donde nació. Otros, como Pepe, de 63, confiesan incluso que se animaron a rehabilitar propiedades que estaban en ruinas tras décadas de abandono, al ver cómo los hippies revitalizan la zona. «Se non fose por eles, isto estaría morto», asume Concha.

Formaron una cooperativa

-Pero, ¿de qué viven? Tras lustros dedicados a producir para el autoconsumo, hace tres años que cuatro encontraron una forma sostenible de salir adelante creando la cooperativa Ribeira do Navia. En ella apuestan por la agroecología para vender en mercados y grupos de consumo responsable de Lugo, Gijón, Navia, Oviedo y Ferrol conservas de hortalizas, mermeladas, salsas, encurtidos o zumos de manzana y kiwi. También por la bioconstrucción en piedra y madera, restaurando casas y espacios públicos abandonados, como la vieja escuela republicana de Ernes, destinada ahora a centro social. Y en torno a la cooperativa van floreciendo otros pequeños grupos dedicados a la apicultura, al cultivo de vegetales... Algunos completan sus ingresos «saliendo» a esquilar ovejas o a la vendimia. Según cuentan, la economía de todos es precaria, pero se ve compensada con creces por la libertad de la que disfrutan en Negueira.

«Queríamos vivir doutra forma, a vida que levabamos non era vida, non rendía porque non tiñamos tempo nin para estar cos nosos fillos», expone Roi, sociólogo ferrolano que llegó con su pareja Usoa, natural de Éibar, y su hijo Oriol el verano pasado, después de años trabajando en Madrid. En unos meses serán padres por segunda vez. También rompió con lo establecido Xaquín, arquitecto que cambió A Coruña por Ernes en el 2012. «O oficio é bonito, pero é un mundo moi suxo, de moita trangallada. Aquí son feliz», dice, mientras detalla que tiene en mente un proyecto con abejas.

«Parece que la Administración no quiere que haya futuro, pero sí lo hay», destaca Luz Rossel, activista belga de 46 años que lleva 23 instalada en Negueira. Ellos son una muestra de que el declive rural se puede frenar, o al menos combatir.