Murias, uno de los pocos pueblos de montaña sin viviendas abandonadas: «Aquí ninguén deixa caer a súa casa»

PAULA ÁLVAREZ / MANUEL FERNÁNDEZ MURIAS / LA VOZ
Las vistas a la aldea de Murias de Rao, en Navia de Suarna.
Las vistas a la aldea de Murias de Rao, en Navia de Suarna. Manuel Fernández

Los vecinos de esta aldea de Navia de Suarna luchan por mantener vivas sus raíces

11 sep 2022 . Actualizado a las 18:46 h.

Los kilómetros de subida por la estrecha carretera que bordea las montañas de Navia de Suarna merecen la pena aunque solo sea por la visita a Murias. Situada entre Galicia y León, esta pequeña aldea marca la diferencia al ser una de las pocas de la montaña lucense que conserva todas sus casas en buenas condiciones.

El buen capricho de los vecinos por conservar los orígenes de su aldea natal es algo extraordinario. Durante el año en Murias viven unos 20 vecinos, pero en verano esa población se triplica con la llegada de los que en su día tuvieron que emigrar. Hace más de 40 años que cargaron sus maletas y cogieron el autobús rumbo a Barcelona, pero sin olvidar nunca que su corazón quedaba entre los montes que los vieron crecer.

Basta con dar un paseo por el pueblo de Murias para percatarse de que la gran mayoría de viviendas —construídas en piedra con tejados de pizarra— están restauradas o en proceso. Según cuentan los vecinos, en esta aldea «ninguén deixa caer a súa casa, aínda que non viva aquí». De hecho, resulta casi imposible encontrar construcciones a la venta porque «tampouco ninguén quere desfacerse da casa dos seus antepasados». Y eso solo puede ocurrir «polo arraigo e o amor que lle temos á nosa terra» confiesan emocionados.

Además, ese apego de los vecinos por el pasado, la historia y sus orígenes se transmite generación tras generación. Cuentan que también los más jóvenes esperan con ansia el verano para regresar a Murias, donde los días transcurren entre la tranquilidad y los recuerdos. «Aos máis novos gústalles porque viñeron dende pequenos. Aquí pasaron, e pasan, moi bos momentos. E iso sempre os vai traer de volta», explican varias de las vecinas.

Son esos recuerdos del pasado los que construyen el futuro de Murias. La fuerte unión que muestra ahora su vecindario parte de una historia común, de los instantes —tanto buenos como malos— que ellos pasaron juntos: «Nunca esqueceremos as risas que botamos».

Las fiestas, fecha inamovible

Los vecinos de Murias respetan la memoria y las costumbres de sus antepasados. Por eso retoman antiguas tradiciones como la fiesta, celebrada los días siete y ocho de agosto. Durante esa fecha ninguno de los vecinos está lejos de Murias, ni los emigrantes: «Os que non o fixeron antes veñen para a festa. Sempre estamos todos», señalan. El día ocho por la mañana rememoran un viejo ritual —las «mañanitas»— que consiste en ir por las casas del pueblo despertando a los vecinos que se acostaron tarde tras la noche de fiesta. Algunos escuchan a la primera, pero hay otros que «como non se levanten, sacámolos no colchón» cuentan entre risas.

Los emigrantes retornados hablan de las fiestas y del verano en Murias como días de reencuentro, alegría y diversión. Todos los vecinos cantan, bailan y ríen celebrando que, un año más, son capaces de mantener vivas las raíces de su pueblo.

«Queremos volver sempre ás nosas orixes»

Abilio y Mari Carmen son el claro ejemplo de lucha por la conservación del patrimonio. Él, emigrante, pero natural de Murias, creció en esta aldea con sus padres y sus cinco hermanos. A ella, nacida en Seoane, siempre le gustó el pueblo de su marido. El interés de ambos por mantener vivo el legado de sus antepasados los hace retornar a sus principios varias veces al año, especialmente en verano.

Este matrimonio nos abre con encanto las puertas de su nueva casa en Murias, estrenada recientemente. La compraron hace once años a los herederos de una señora que no tenía hijos —explican que de tenerlos posiblemente no se hubiese vendido— y estaba tan deteriorada que tuvieron que tirarla para volver a construir. Con todo, decidieron mantener viejos recuerdos; entre ellos una máquina de coser que tiene alrededor de 100 años, o las llaves de casa de su antigua propietaria.

Abilio, Mari Carmen, Brais, Aldán, Iago e Uxía (de derecha a izquierda) en la cocina de su nueva casa en Murias.
Abilio, Mari Carmen, Brais, Aldán, Iago e Uxía (de derecha a izquierda) en la cocina de su nueva casa en Murias. Manuel Fernández

Tanto Abilio como Mari Carmen hablan del enorme valor sentimental que tiene para ellos la aldea de Murias, protagonista en todos los veranos de su juventud, y también en el de sus cuatro hijos. Brais (23), Aldán (21), Iago (15) y Uxía (15) están muy vinculados a la aldea natal de su padre. Tanto que, según cuenta Mari Carmen, «sempre queren vir e nunca queren marchar».

Uno de los hermanos pequeños, Iago, dice que «me gusta Murias por la libertad, el campo y los animales. Pero también porque los vecinos se interesan mucho en cuidar y mantener limpio el pueblo». A su corta edad, Iago tiene claro que si puede seguir disfrutando en Murias es gracias a la labor de gente como sus padres que insisten en preservar su identidad.

Un futuro en Murias

Esta familia vive en Barcelona y hasta el momento solo visita la aldea tres veces al año. Sin embargo, Abilio y Mari Carmen confiesan que, cuando se jubilen, trasladarán su vida a Murias permanentemente.

Y lo suyo no es un caso aislado. También los hermanos de Abilio llegan todos los veranos a Murias para abrir la puerta de la casa de sus padres. Porque antes o después, todos quieren «volver ás nosas orixes».

El monte luce limpio en Pandozarco

A cuatro kilómetros más arriba de Murias, siguiendo esa misma carretera que bordea la montaña, llegamos a Pandozarco. Un lugar frío, situado a 1200 metros de altitud, que guarda como oro en paño las historias de vida de los vecinos de Murias.

En Pandozarco los animales en libertad, como vacas y caballos, mantienen limpio el monte.
En Pandozarco los animales en libertad, como vacas y caballos, mantienen limpio el monte. Manuel Fernández

Antiguamente, allí había pallozas de centeno que los ganaderos utilizaban para guardar los animales por la noche. Incluso se quedaban a dormir algún día después de la faena si se hacía tarde para bajar al pueblo caminando. Según cuentan, esas construcciones ardieron en los años 80 y los propietarios decidieron reconstruirlas tiempo después sustituyendo el centeno por tejas. «Agora utilizámolas para facer comidas e tamén como almacén. O ano pasado ata celebramos aquí unha voda», explica Abilio, propietario de una de ellas. Además, los más jóvenes de Murias organizan allí varias fiestas durante el mes de agosto.

En Pandozarco conviven libremente vacas y caballos, que pertenecen a una sociedad de seis vecinos, y mantienen limpio el monte. Protegidos del lobo y del oso por varios mastines, evitan con su actividad diaria la propagación de incendios.