Antonio Paniagua
Fue la última contienda colonial en que combatieron españoles en defensa de la metrópoli, pero de ella apenas hay rastro en la memoria colectiva. Sin embargo, la guerra de Ifni fue más que una refriega. En el secarral marroquí, muchos soldados quedaron abandonados a su suerte. Muertos de sed y hambre, armados a veces con mosquetones de la Guerra Civil, cruzaban las brasas del desierto calzados con alpargatas.
Pese el pasado africanista de Franco, Ifni no fue asunto de portada en los periódicos de finales de los cincuenta. La propaganda de la dictadura quería mantener la ilusión de que España, a diferencia de Francia, mantenía la paz en sus colonias. De este conflicto trata Todos los buenos soldados (Planeta), una novela en que David Torres urde una historia en la que concurren varios asesinatos, contrabando de kif y corrupción en el estamento militar. «Franco dejó a los soldados vendidos probablemente porque la realidad, una vez más, no coincidió con su fantasía paternalista de que a sus moros les encantaba estar bajo la mano protectora del Gobierno español», dice el autor. Torres denuncia el olvido en que cayó un episodio de la historia española. La de Ifni, como casi todas las guerras, fue cruel, sangrienta y trufada de episodios grotescos que parecen extraídos de las historias telefónicas de Gila.