El ocio nocturno de Lugo se defiende: «El silencio de la pandemia hizo que mucha gente se olvidase de lo que era vivir al lado de un pub»

André Siso Zapata
André S. Zapata LUGO / LA VOZ

LUGO CIUDAD

Juan Rogero, gerente del pub Gandul de Lugo.
Juan Rogero, gerente del pub Gandul de Lugo. oscar cela

Los hosteleros de la ciudad dicen buscar el equilibrio «entre divertirse y respetar a los vecinos»

08 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Los representantes del ocio nocturno de Lugo se encuentran «extrañados» tras observar las quejas de los vecinos del centro de la ciudad con respecto a los ruidos que, supuestamente, emiten sus locales los fines de semana, y que impiden conciliar el sueño a los residentes de varias zonas del casco histórico lucense.

Lugo, desde luego, no es uno de los epicentros de la movida nocturna gallega. Al menos, no al nivel de Vigo, A Coruña o Santiago, que cuentan con una gran presencia universitaria entre sus ciudadanos. Sin embargo, la ciudad amurallada cuenta con una circunstancia que la hace única en la región: el ambiente del ocio nocturno se focaliza en calles ubicadas en pleno centro histórico, algo que no pasa en otras muchas urbes, que tienen la mayoría de pubs y discotecas en zonas del ensanche o de los barrios más nuevos. Esta situación se agravó recientemente en Lugo con el cierre, por ejemplo, de la antigua sala Studio 3, que pasará próximamente a ser un gimnasio.

Esta circunstancia significa un problema para muchos de los vecinos que residen en las calles donde hay mayor presencia de locales de ocio nocturno. Las más afectadas son la rúa Catedral, la rúa dos Clérigos y las calles anexas, en donde se ubican más de una decena de bares y pubs.

Los representantes de estos establecimientos, sin embargo, optan por quitarle hierro al asunto, centrando las quejas vecinales sobre la contaminación acústica en el ruido de la calle, no en el de sus locales.

«En cuanto los clientes salen por la puerta, dejan de ser nuestra responsabilidad». Así resume su opinión Carlos Fernández, dueño del pub Roma, en plena rúa Catedral. Él afirma que «hasta ahora, nunca habíamos tenido quejas vecinales por el ruido». Cree que una posible explicación para el malestar que presentan algunos de los residentes del centro de Lugo tiene que ver con el desarrollo de los dos últimos años. «Creo que mucha gente se acostumbró a que las calles lleven dos años casi en silencio por la pandemia. Llevamos desde el 2019 sin trabajar con cierta normalidad y mucha gente ya se había olvidado de lo que es vivir cerca de los pubs, y ahora, con la progresiva vuelta de la vida normal, vuelven los ruidos», dice.

El hostelero explica que tanto él como el resto de dueños de estos locales respetan las medidas necesarias: «Todos tenemos nuestro local insonorizado, con doble puerta y con sonómetros instalados. Además, la policía pasa habitualmente para comprobar que todo está en orden».

Damián Carballo, dueño del Eggo y del Anagrama, ambos ubicados en la Praza Alférez Provisional, explica que la clave es «llevarnos todos bien y buscar el equilibrio entre pasarlo bien y respetar a los vecinos». El hostelero explica que, en su caso, no suelen tener problemas con los residentes en la zona, pero les insta a comprender que «todos tuvimos 18 años y quisimos pasarlo bien». Además, coincide con sus compañeros en que deben desentenderse de lo que hagan sus clientes una vez salen por la puerta: «Imagina que nos estamos tomando tú y yo algo en la calle y viene un portero a decirnos que nos callemos. ¡Eso no se puede hacer!».

También hay dueños que dicen hacer más de lo que deben por ley. Es el caso de Juan Rogero, responsable de, entre otros, los pubs Gandul y Bambudha. Explica, con respecto a las quejas vecinales, que, «por suerte, nunca tuvimos problemas con los residentes que tenemos cerca». Dice entender las posibles molestias, «sobre todo en la rúa dos Clérigos, que es una calle muy estrecha y donde todo el sonido se amplifica mucho».

Por este motivo, explica que ellos intentan ayudar en lo que pueden: «No somos nadie para mandarle callar a la gente que está en la calle, fuera del local, pero siempre intentamos hacerles entender que hay vecinos que quieren dormir». Además, Rogero explica que «limpiamos y recogemos la basura que dejan fuera nuestros clientes, pero también la que queda después de una noche de fiesta en casi toda la calle, aunque no estamos obligados. Intentamos ser buenos vecinos».

Todos los hosteleros, eso sí, coinciden en una cosa: el horario de cierre a las 3.00 horas provoca que los jóvenes, una vez cierran los locales, sigan «con ganas de fiesta». Según varios de ellos, el cierre a las 5.00 horas era «perfecto», ya que «no era tan tarde como los horarios locos de antes de la pandemia, pero permiten que la gente se quiera ir para casa al terminar la fiesta».