Escenas del fin del mundo

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

LUGO CIUDAD

Gustavo Amador

24 ene 2021 . Actualizado a las 11:30 h.

Debo suponer que las paginas bíblicas del Apocalipsis, las manipuladoras profecías de Nostradamus, las más certeras de San Malaquías, e incluso el anuario del tiempo de O gaiteiro de Lugo, sin excluir el calendario Zaragozano, ya nos habían avisado. Anunciaban estaciones con fenómenos atmosféricos extremos, que nos anticipan desde el convoy «de trenes de tormentas tropicales» en enero, con enfurecidos vientos huracanados, hasta la reedición, 37 años después, del ciclón Hortensia que asoló Galicia con sus devastadoras consecuencias.

Son las escenas del fin del mundo, que se reflejan en la gran nevada universal que convirtió Madrid hace una semana larga, en una ciudad en blanco y negro, originando un caos generalizado en los transportes urbanos, en el avituallamiento y en ese frio helador que nos metió el susto en el cuerpo, rememorando en nuestra imaginación los tiempos de la pequeña glaciación que cubrió de nieve y hielo la Europa del siglo XVII.

Aterradora es la secuencia del crecimiento exponencial de víctimas del covid-19, sembrando diariamente el país de miles de contagiados, llenando las salas de los hospitales de enfermos, ocupando la totalidad de las camas de críticos en las uvis, y sumando por cientos, por miles, el numero de muertos.

La cifra está en torno a los 80.000 fallecidos desde el inicio de la pandemia en el mes de marzo, y ya nos hemos acostumbrado al balance cotidiano de muertos que los ha convertido en mera estadística. No le ponemos rostro a la mayoría. Son como los que mueren en accidente de trafico, muertos anónimos, pero son, no lo olviden nunca, nuestros muertos. El virus no discrimina ni distingue. Le está ganado la batalla a la vacuna que llega mezquina y renqueante a los hospitales y a las casas de salud, que está resultando insuficiente para crear un escudo protector que acoja a un 70 % de españoles antes del verano.

Habrá que recurrir a los sortilegios, al gran grimorio del monje alemán Jonás Sulfurino que escribió sus recetas mágicas en el Libro de San Cipriano, el popular Ciprianillo, para buscar los filtros milagrosos que atemperen el desarrollo de la primera pandemia del siglo.

Mientras no se vislumbren soluciones, al menos parciales en el horizonte, mientras el espectáculo obsceno de los políticos ralenticen las medidas a adoptar, mientras la ruina económica del país se instale con vocación de permanencia, las escenas del fin del mundo han venido para quedarse, en un suma y sigue que aún podrá sorprendernos desfavorablemente. Sino al tiempo.