La casa más moderna de Lugo (en los años 40)

El arquitecto racionalista Eloy Maquieira rehabilitó en el siglo pasado una vivienda en Conturiz que convirtió en hogar. Hoy funciona como salón de eventos y todavía emana vanguardismo
lorena.garcia@lavoz.es
Ser moderno en los años 40 del siglo pasado. Eso sí que tenía mérito. Y eso fue lo que definió a Eloy Maquieira (1901-1944), un arquitecto pontevedrés que acabaría desarrollando en Lugo la mayor parte de su carrera y que importó a la ciudad amurallada los vientos vanguardistas que por entonces azotaban Europa. Él, junto a su amigo Alfredo Vila, son los exponentes del racionalismo arquitectónico en la ciudad, en la que todavía se pueden ver varios de sus proyectos.
Además de trabajar para el Ayuntamiento y de idear viviendas y edificios para la burguesía lucense, Maquieira se aventuró a rehabilitar, de la mano de los principios racionalistas, una antigua casa de labranza en Conturiz que acabó siendo, según los entendidos, una obra maestra de la arquitectura doméstica. No en vano, en plena posguerra convirtió en un pequeño paraíso vanguardista de seis habitaciones, varios salones y un magnífico jardín una casa en la que hasta entonces los establos ocupaban la planta baja. Como toda la vida.

Maquieira fue un visionario, un avanzado a su tiempo cuya creación, ochenta años más tarde, sigue en pie. Aquella vivienda en la que innovó y rompió con la tradición funciona ahora como un salón de eventos que, incluso tras la reforma que vivió hace un par de décadas, mantiene viva la huella del racionalista.
Al traspasar la cancilla de la finca A Fortaleza, de Torre de Núñez, uno percibe que está en un lugar especial. Un camino, hoy asfaltado y hace décadas cubierto de barro, da la bienvenida a los visitantes al pie de un viejo souto. Avanzando, se encuentra un sendero que antaño estaba flanqueado por frutales y que hoy delimitan sucesivas farolas. «Isto estaba rodeado de árbores, pero estaban en mal estado e houbo que retiralos. A carón da casa hai un inmenso magnolio que, cando adquirimos a vivenda, estaba estropeando o tellado. Tamén hai un pino xigante, un eucalipto dunha variedade rara e unha camelia a carón da casa. Dende o momento no que entrabas aquí percibías que era un lugar especial», describe Ana Núñez.

Cuando compraron la casa, llevaba deshabitada un buen puñado de años, por lo que era obligatorio hacer una reforma. Lo que intentaron, explica, fue respetar el edificio en la medida de lo posible. «Como é unha finca tan especial, queríamos darlle un toque o menos agresivo posible para que lucira en todo o seu esplendor». En la planta baja se mantuvo tanto la distribución como todo lo que pudieron conservar, mientras que en la de arriba, donde originariamente estaban las habitaciones y los baños (sí, había varios), quitaron los tabiques, echaron placa y crearon un espacio diáfano que hoy es el salón de banquetes.
La maravillosa planta baja
Es en la planta baja donde se conserva la esencia del proyecto doméstico de Maquieira. La puerta exterior, original, da acceso a un bonito recibidor en el que tuvieron que cambiar el suelo, hoy de cemento pulido, y que invita a entrar en el corazón de la vivienda y en la que es, sin duda, su parte más suntuosa: el distribuidor. Se trata de una estancia llamativa del suelo al techo. A los pies, plaquetas blancas y negras se colocan como si de un juego de geometría se tratase. En la pared de enfrente una chimenea flirtea con las formas geométricas, y en un lateral, una de las joyas de la vivienda, una impresionante escalera cuya balaustrada de castaño llama la atención por su belleza y laboriosidad.

Tanto es así, que en un evento celebrado en A Fortaleza varios torneros comentaron a los propietarios que hacer un trabajo así hoy en día sería excepcional.
Esa balaustrada sinuosa y trabajada desemboca en la planta alta, diáfana y preparada para acoger celebraciones. Y sobre ese hueco que crea la escalera, se cierne imponente el lucernario diseñado por Maquieira. Cuando los Núñez reformaron la vivienda, se bajó para restaurar y luego volvió a colocarse en su lugar. Es como una gran ventana al exterior que lleva ochenta años iluminando la casa.
La mayoría de las puertas (algunas de ellas correderas) y ventanas que hoy se ven en la casa son las originales de la vivienda de Maquieira. En algunas se respetó la carpintería y se cambiaron los vidrios, mientras que la enorme galería que preside la fachada principal se renovó por completo. Se sustituyó la original de madera pintada de blanco, y deteriorada, por una de aluminio del mismo tono.
Las contras paneladas
Pero quizás uno de los detalles más llamativos que Maquieira incorporó a la vivienda allá por los años 40 son las contras de las ventanas, paneladas y que, sorprendentemente, cuando están abiertas se ocultan incrustándose en los pilares laterales de la pared. Así, cuando no se usan, desaparecen a los ojos del visitante, que cree que la madera lateral es un revestimiento.
Aunque cuando adquirieron apenas pudieron salvar muebles, los Núñez lograron recuperar un viejo aparador que hoy preside una de las estancias de la planta baja. En otra, una segunda chimenea atrae la atención de los visitantes con sus formas geométricas. Son los detalles que diferencian una casa en la que el pontevedrés puso al servicio del día a día su visión de la arquitectura.

«Se chama a atención hoxe, imaxina en 1940», sonríe Ana, mientras hace un repaso al resto de elementos que componían la finca, y que hoy se conservan rehabilitados: la vieja casa de los caseros, el lavadero, el muro perimetral, el patio... Todo el conjunto destila magia. «Moitos clientes sorpréndense cando veñen, porque é un lugar único. Outros, que medraron cerca e coñecían a finca, recoñécena perfectamente. Quixemos conservar todo o posible ese algo que ten a vivenda e a finca». Una vivienda que, en los albores de la década de los años 40 fue la casa más moderna de Lugo.

Cuando Lugo soñaba con Le Corbusier
Lugo, años 20 del siglo pasado. Una ciudad pequeña, tradicional, con una burguesía agraria y con los vientos de la modernidad intentando cruzar el corazón de la Muralla. Ese fue el escenario que recibió al joven pontevedrés Eloy Maquieira cuando en 1923 puso sus pies en la Praza Maior. Hacía poco que había acabado sus estudios en la Escuela de Arquitectura de Madrid y había recorrido Europa empapándose de aquel «estilo internacional» que estaba cambiando visiones en el viejo continente. Un ideario, aquel racionalismo, que apostaba por la funcionalidad, las formas geométricas, los materiales industriales, la luz... Una manera de entender la arquitectura que rompía radicalmente con el Lugo de la época y que durante los siguientes años se incorporaría al paisaje urbano lucense abriendo la puerta a un modernismo del que hoy todavía quedan algunas huellas.