«La noche de las luminarias»: la forja de un maestro

LUGO CIUDAD

Rodil Lombardía narra los años formativos de un joven aspirante a profesor en los años de la República en Lugo y la represión posterior

26 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Alos años de la Segunda República en Lugo se traslada el periodista José Francisco Rodil Lombardía (Santa Eulalia de Oscos, 1953) para armar el tronco de su novela La noche de las luminarias (Velasco Ediciones). Son tiempos en los que Andrés pasa de ser niño a joven y, parejo a su crecimiento personal, se produce una evolución intelectual que lo lleva a abrazar una libertad de pensamiento que pretende poner en práctica cuando pueda ejercer como maestro, una vez concluidos sus estudios. Tiene buenos referentes para guiarle en su camino, el maestro José del Peso Sevillano y el doctor Rafael de Vega Barrera, personajes de carne y hueso, que pertenecen por derecho propio a la historia y que el autor de la novela arrima a sus creaciones para reforzar su verosimilitud y, a la vez, hacer justicia con sus ejemplos, pisoteados con la sublevación militar.

 Una rebelión que también aplastaría los sueños magisteriales de Andrés y, peor aún, lo llevaría a la cárcel, donde tendrá que enfrentarse al dilema de traicionar a esas figuras que admira a cambio de salvar la vida o perderla si quiere conservar la dignidad. Si Rodil Lombardía describía ese ambiente esperanzado que trajo la República por quienes deseaban modernizar el país, también detalla la tensión y el horror de esas primeras jornadas de detenciones, interrogatorios, amigos que pasan a ser enemigos y paseos que rematan en las tapias de los cementerios. De igual modo, también ocupan un buen número de páginas el papel de los huidos en el monte y su red de apoyo y salidas del país, que consiguen trasladar al lector el desamparo de jóvenes como Andrés, convertidos en «alondras», en el argot de los escapados, junto con la ferocidad casi salvaje de quien se juega la vida como El Arreador o Rita.

Auroras boreales

La noche de las luminarias toma su título del avistamiento por Andrés del resplandor de la aurora boreal en dos momentos de su vida: la primera, siendo niño apenas, espantado por los gritos proféticos de una anciana y, la segunda, mientras lo llevan a fusilar. Son dos extremos interpretativos que hacen del mismo fenómeno un heraldo de la muerte cuando en realidad es un prodigio natural.

Pero la novela no es un recuento lineal de esos años republicanos y de forja de carácter y vocación del joven Andrés, sino que el autor alterna distintos planos temporales que permiten analizar, con la perspectiva del tiempo, lo que significó aquel período histórico, al igual que la dictadura y la restitución de la democracia, así como el papel que unos y otros desempeñaron, como los guardias que vigilan el puerto con la complicidad del tabernero. Allí, junto a aguas del río Eo y frente al Cantábrico, se reúne la hija de Andrés con el hombre que no solo ayudó a su padre en su huida, sino que lo acogió y lo trató como un hermano en largos meses de espera que bien le podrían haber valido una sentencia de muerte.

La noche de las luminarias también es otro relato, el de cómo una generación de pobres quiso legítimamente mejorar su situación a través de la cultura y se encontró con que quienes ocupaban las clases superiores no estaban dispuestos a ceder sus privilegios, mientras otros, como el negociante que acude a llevarse la Singer del padre sastre de Andrés, aún caliente su cadáver, por cuatro perras que le saca a la viuda necesitada.

El retrato de toda esa generación, como también la siguiente, la de los hijos que desean saber y averiguar lo que quienes los antecedieron tuvieron o prefirieron olvidar, está contenido en las poco más de trescientas páginas de esta novela, cuyo final, a la postre, podría considerarse, sino feliz, al menos digno, aunque después de conseguirlo es difícil sacarse el sabor amargo de la boca y pensar qué vida y qué futuro habría aguardado a todas estas personas de no haberse cruzado la violencia en su camino.