Una cata en el corazón del claustro

LUGO CIUDAD

ALBERTO LÓPEZ

El patio barroco de la catedral de Lugo sirvió por primera vez de escenario a una degustación de vinos gallegos

21 jul 2019 . Actualizado a las 21:40 h.

Son las ocho de la tarde y en el claustro de la catedral de Lugo solo el titileo del vidrio fino de unas copas al entrechocar rompe el silencio. Fuera de la basílica el calor todavía aprieta. Pero en el patio que hace siglos sirvió de lugar de recreo para los canónigos el ambiente es agradable. De cuando en cuando sopla una ligera brisa que levanta los bordes de los manteles marrones que engalanan las mesas. Alguna paloma arrulla en los tejados. La escena es cinematográfica. El silencio, sobrecogedor.

Los invitados comienzan a llegar. Van tomando asiento expectantes. Están a punto de vivir algo único. Un viaje a través del tiempo y de los sentidos. Porque eso es lo que sucede cuando se disfruta de una cata de vinos en el corazón de un claustro como el de la catedral de Lugo. Vista, oído, gusto y olfato se agudizan. Toman el mando.

Es la primera vez que en el recinto porticado barroco acoge un evento así. Posiblemente no sea la última. Es el maridaje perfecto. El simbolismo del vino en el cristianismo sobrevuela constantemente. Las arcadas que rodean el patio imponen a quien las observa, como hace tres siglos, cuando las erigieron. De ellas caen pétreos adornos vegetales que reclaman la atención y ayudan al visitante a sumergirse en el tiempo y la historia mientras Isa Lozano, sumiller y guía en este particular viaje, invita a los asistentes a mirar al pasado. A imaginarse a fray Gabriel de Casas, primero, y a Fernando de Casas Novoa, más tarde, dando vida a semejante obra.

En una mesa, varias botellas de vino convenientemente tapadas esperan a ser degustadas. Será una cata a ciegas. Un juego en el que la memoria visual, la olfativa y el gusto irán de la mano para reconocer sabores y aromas. Para crear recuerdos. «Lo más importante es disfrutar el vino», dice Isa. Ella lo sabe bien. En su momento dejó el Derecho para dedicarse a su pasión. «¿Y quién me iba a decir a mí que estaría dando una cata en el claustro de la catedral?», se pregunta en alto.

La letra pequeña del vino

Durante unos minutos desgrana una parte de la letra pequeña del mundo del vino. Habla de la riqueza de la tierra como primera clave. Da consejos para identificar cada vino. Cuenta anécdotas. Va guiando a los asistentes y poco a poco los tres blancos y los tres tintos que se van a degustar entran en contacto con las copas. Sucesivamente. Como un juego de adivinanzas. Con descripciones. Con referencias cruzadas. Con su liturgia. Con reivindicación de lo autóctono, del vino gallego. Con palabras que cobran sentido: untuosidad, salinidad, astringencia, terruño.

Entre el público hay gente de Sevilla, de Cádiz, de Albacete, de Portugal, un «inglés» de León y muchos gallegos. Uno de ellos es Mario Vázquez, el deán de la catedral. Toma la palabra. «Aquí lo sagrado y lo profano se encuentran», dice tras recordar la simbología del vino en el cristianismo. El primer tinto que se degusta, bajo la etiqueta Ora et Labora, es obra suya. Es una de las sorpresas de la tarde. Lo cultiva en las bodegas de su familia, en la Ribeira Sacra. «Es un vino honesto», lo define la sumiller.

Un godello; un treixadura; un albariño; un mencía con algo de garnacha; y un brancellao con algo de mencía se suceden en las copas. El último, posiblemente el que más unanimidad suscita, es un Monterrei del 2013 en el que uva mencía, bastardo y tinta fina se conjugan. Es creación de José Luis Mateo, el maestro de los viticultores gallegos. Un artesano del vino que prefiere perder toda una cosecha antes de sacar al mercado un vino con el que no está satisfecho. «Um bom vinho», resume uno de los portugueses.

Es el punto y final perfecto a casi dos horas en los que historia, arte y vino han maridado a la perfección. El cielo ya ha oscurecido y el claustro todavía resulta más imponente. Pero es hora de dejarlo atrás.