
Los titulados en Enxeñaría Agrícola encuentran trabajo antes de terminar el máster superior. El futuro pasa por la producción hortofrutícola y la transformación alimentaria
04 ago 2019 . Actualizado a las 17:14 h.La ingeniería agrícola tiene una raíz profunda en Lugo. Comenzó la escuela en 1967, para seguir ampliándose hacia Agrónomos, Forestales y Montes, y finalmente todo se unió en la escuela politécnica, a la que también se sumó la Ingeniería Civil y la Topografía, una titulación que se extinguió pero que ha dado paso a Robótica, que comenzará el próximo curso. A todo lo anterior se añade ahora, ya desde este curso, el grado interuniversitario de Paisaxe. No es de extrañar que todo ello forme el Campus Terra de Galicia.
Los cambios que ha supuesto Bolonia afectaron a la organización de la escuela, y la parte agrícola no es una excepción. Ahora mismo esta titulación se llama Enxeñaría Agrícola e Agroalimentaria y tiene cuatro especialidades (que se llaman menciones), de las que tres son agrícolas (Explotaciones Agropecuarias; Hortofruticultura y Jardinería; y Mecanización y Construcciones Rurales) y una agroalimentaria (Industrias Agrarias y Alimentarias).
Como los dos primeros años son comunes, los alumnos tienen tiempo de decidir si prefieren dedicarse a la producción o a la gestión (industrial). El coordinador del grado, Adolfo López Fabal, advierte a los estudiantes que naveguen por la web de la facultad, que tengan en cuenta que cuando a partir de tercero vean asignaturas optativas, estas no siempre son posibles: dependiendo de cada una de las menciones escogidas, se pueden hacer unas u otras materias, y la especialidad está marcada por cuatro o cinco asignaturas. También recuerda que para ser ingeniero superior hay que hacer el máster de Agrónomos, que dura dos años.
¿A qué se puede dedicar un graduado en ingeniería agrícola? De entrada, el título es habilitante en sí, como ingeniero técnico agrícola y por tanto tiene funciones propias (la firma de proyectos es la más habitual), pero además esta carrera es muy versátil, ya que las menciones no inhabilitan para el resto de los campos. Así, un titulado puede trabajar en la producción -de huerta, fruta o agraria- y en cualquier industria transformadora de alimentos. En la primera parte, su trabajo linda con otros técnicos (desde veterinarios a titulados en FP superior, aunque los agrícolas son la referencia), mientras que en la parte industrial se combina con otros ingenieros (químicos o industriales, por ejemplo) y con profesionales de diferentes ramas: tecnólogos de los alimentos, nutricionistas...
El futuro del sector en Galicia pasa por una apuesta clara por la agricultura intensiva y de calidad: «Tenemos mucho por donde crecer -dice López Fabal-, sobre todo en huerta y fruta», y recuerda casos exitosos como las plantaciones extensas de arándanos en As Mariñas betanceiras o las fresas de Begonte. Pero también incide en que el mercado podría absorber muchas más castañas o setas, dos productos que en Galicia se consideran complementarios y que realmente pueden generar mucha riqueza. La otra vertiente con más futuro es la transformación alimentaria: «Tenemos que invertir en productos elaborados, desde verduras hasta carne o lácteos», que los agricultores gallegos venden como materia prima y después vuelven a los supermercados convertidos en platos hechos o preparaciones más o menos elaboradas.
Y desecha la idea del agricultor gallego como un hombre mayor con ropa roída: «El campo da dinero y se puede vivir bien y tranquilo», recalca. Por ejemplo, «los ganaderos que están en una explotación láctea pueden coger vacaciones, porque las cooperativas les envían trabajadores» y muchos facturan hasta dos millones de euros al año. Hay robots que se encargan del ordeño de las vacas y el propietario mira los resultados en su tableta; cada vez más se usa el GPS para abonar los campos, por no hablar de los tractores autónomos, sin conductor, o incluso sin cabina.