Un libro

Antón Grande

LUGO CIUDAD

16 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de estos días vi en la calle a una persona con un libro en la mano. No se trataba de uno escolar, cosa que podría parecer más lógica, era un adulto que llevaba el libro abrazado, con el brazo que lo sostenía en ángulo y pegado al corazón. Esa persona, deduje, ama los libros.

En mi juventud la gente circulaba por la calle con libros en la mano y era habitual encontrar a alguien leyendo en un banco del parque Rosalía, en una cafetería o incluso, en los días buenos, en el adarve de la muralla. Porque los libros no solo se portaban, también se leían, que es el fin último para el se han escrito.

Claro que en aquel entonces también los había que salían con el libro de sobaquillo, bajo el brazo para fardar y pasearlo porque hacerlo daba un toque de intelectualidad, era progre y contestatario ante una dictadura que veía con malos ojos a la gente que leía. Y por lo tanto, pensaba.

Recuerdo que Fole siempre llevaba periódicos y libros en los bolsillos, de ello hay pruebas en alguna de las fotos que le hizo Pepe Álvez, cuando el escritor paseaba o iba a su tertulia en el desaparecido café bar Lugo.

Ahora yo tampoco saco los libros de paseo, los leo en casa, quizás porque ya estoy mayor y acomodaticio. Estos días, precisamente, me he leído y recreado con un precioso libro, Los cuadernos de Tokio, de Jesús García Calderón, fiscal jefe que fue en la Audiencia de Lugo, quien me lo ha hecho llegar con una agradable dedicatoria. Un poemario interesante, en el que combina la poesía amorosa con lo cotidiano, la felicidad, los recuerdos o los sueños y que desde luego recomiendo, no por amistad sino por su calidad.