Ídolos imprescindibles

Carlos Gegúndez CAMPO ATRÁS

LUGO CIUDAD

15 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Primer duelo en ACB entre Breo y Zaragoza. El club maño nació en 2002 y tras adquirir la plaza del Basket Coruña en LEB Oro diseñó un proyecto para regresar cuanto antes a la élite, tratando de ocupar el vacío dejado por el mítico CAI. Aún resuenan en mi mente unas palabras de Manel Sánchez cuando le entrevisté poco después de que eso sucediese: «Yo jugué allí y esa ciudad nunca debió perder a ese equipo». El eterno capitán breoganista estuvo en Zaragoza entre 1981 y 1983, allí coincidió con el gran Fernando Arcega, medalla de plata en Los Ángeles 84. Fernando es el mayor de una saga de cuatro hermanos, tres de ellos han sido profesionales de la canasta. El segundo es Pepe, otra leyenda de ese club, siempre podrá contar que se enfrentó al dream team en Barcelona 92 y que le tocó defender a Jordan. El tercer hombre es Joaquín, que vistió la camiseta breoganista el año inolvidable de Perasovic con la celeste. Aquel CAI consiguió levantar dos Copas del Rey y estuvo cerca de lograr un título europeo, pero los problemas económicos lo sepultaron tras el curso 95-96. Los amantes del baloncesto nunca olvidarán los logros del club aragonés ni a los hermanos Arcega. La camiseta con el dorsal 6 que portaba Fernando ha sido retirada y está colgada en el techo del Príncipe Felipe. Hay ídolos imprescindibles, los Arcega lo son en Zaragoza como lo es Manel Sánchez en Lugo. La grada celeste ha sido siempre generosa con sus jugadores, pero en ocasiones también exigente. Recuerdo lo que me contó un compañero de clase en el instituto, sucedió en un partido en el que el 7 breoganista empezó desacertado y el equipo se fue al descanso perdiendo. Entonces, en un rincón de la grada se organizó un debate, como diría un colega y amigo, se abrió la sastrería y algunos aficionados empezaron a hacerle un traje al capitán. Sin embargo, en la reanudación el Breo le dio la vuelta al marcador, impulsado por los triples de su mejor tirador. Con el partido ganado, un aficionado que durante la tertulia había escuchado y callado se giró y miró hacia donde estaban sentados los «sastres», abrió los brazos y meneó la cabeza. De sus labios salió una interrogación retórica, una pregunta sin respuesta que mi compañero de aula reprodujo antes de soltar una carcajada vengativa, de complicidad: «Pero, ¿qué somos sin Manel, hombre... qué somos sin Manel?». La paciencia es una gran virtud. Sabiduría popular.