«Es la peregrinación de un lobo galaico a Roma para ver lo peor del hombre»

Miguel Cabana
miguel cabana LUGO / LA VOZ

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La última novela de Francisco Narla se ambienta en la Galicia del Imperio Romano

18 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Francisco Narla, (Lugo, 1978), acaba de publicar su quinta novela, Donde aúllan las colinas, editada por Planeta, que está causando furor en las librerías y una algarabía entre los fans de Narla. La novela, inspirada en personajes históricos, cuenta las peripecias de uno centurión y sus hombres que son enviados a Galicia por Julio César en el año 45 antes de Cristo para buscar oro haciéndose pasar por alimañeros. Y un lobo galaico al que estos romanos le matan a su pareja preñada, acabará vengándose de todos, y llegando incluso hasta Roma.

-Es de suponer que está muy satisfecho con la gran acogida que está teniendo esta novela.

-Sí, estoy muy satisfecho. Creo que es la mejor que he escrito; y espero que sea recordada y se quede en el corazón de los lectores y que con ello mi carrera tenga un futuro mejor. Es pronto todavía porque solo ha pasado una semana, pero nunca un lanzamiento mío había despertado tanto interés: he tenido que estar casi tres días en Madrid atendiendo entrevistas de prensa.

-Díganos en pocas palabras cual es el mensaje que hay en el fondo de la novela

-Buscando el fondo del texto, la novela trata de como la codicia del hombre acaba por corromper al propio hombre. Y para decírselo a un niño pequeño, porque la novela la puede leer el público infantil, podría decirse que es la peregrinación de un lobo para encontrarse con lo peor de los hombres.

-Como buen conocedor del campo que es usted, la novela es casi un tratado de naturaleza, botánica, geografía y hasta etnografía. ¿Ha trabajado especialmente hacia esos contenidos?

-Pues sí, la naturaleza está en el espíritu de la novela. Y aunque es la más corta que escribí, es la que más trabajo me ha dado. Como el lobo no es un personaje animado y no habla, para que funcionase bien el relato y se note siempre por donde circula, una de las maneras es describir la naturaleza. Por ejemplo, cuando el lobo llega a los Pirineos tiene que oler cosas distintas que en Galicia. Yo escribo para que la gente lo pase bien, pero si el relato puede tener alguna cosa a mayores, mejor. Por eso fui riguroso con la naturaleza, y porque, además, subyace en el fondo una alegoría de la lucha del hombre con la naturaleza: si el hombre hace daño a la naturaleza, se hace daño a sí mismo. Y quizá por eso Julio César acaba muerto.

-Utiliza un lenguaje preciso y muy pegado a los elementos gallegos del paisaje.

-Me gusta mucho utilizar los términos exactos. Yo digo abotonar la americana, y no abrochar. También en la vida real procuro hablar bien y ser correcto. Las palabras, al igual que las pausas y la gramática, son las que generan la imagen en la cabeza del lector. Por ejemplo, preñada suena peor que embarazada, pero aporta un matiz. Orvallo o carballo, que vienen en el diccionario castellano, transmiten una sensación de novela pegada a la tierra gallega. O, por ejemplo, cuando hablamos de Roma, de la que tenemos una idea muy idílica, yo la describo como una ciudad miserable, y por eso uso palabras más sucias o más desgarradoras. Son las tuercas y tornillos que componen la escritura.

-¿La venganza de un lobo parte de un cuento que le contaron de niño?

-Yo de pequeño escuché cuentos de lobos, como todos, pero la de un viejo alimañero cerca de Verín que hablaba de la venganza de un lobo se me quedó grabada en mi memoria.

-¿Y será cierto que Julio César mandó a unos centuriones a buscar oro a Galicia camuflados?

-Quizá nunca lo sabremos, pero los datos encajan en la historia. Era poco conocido que Julio César había estado tres veces en España. ¿Y por qué una vez muerto, su sucesor Octavio Augusto mira hacia el noroeste Español y empieza a extraer oro aquí?

-¿Usted, aunque es piloto comercial de avión, es un enamorado del campo hasta el punto de vivir en plena naturaleza, en Lugo, y estar todos los días en el campo.

-He tenido que vivir en Madrid, Los Ángeles o Barcelona porque me obligaba alguno de los trabajos, pero he sido muy infeliz en las urbes. Echo de menos la naturaleza y el verde. De hecho, me aficioné a los bonsáis en Madrid porque tenía un piso pequeño y puse en el balcón un pequeño manzano para tener algo verde. Si no me queda más remedio vivo en la ciudad, pero me pesa mucho, porque el campo me lo da todo. Los bonsáis, mi perro, la mayoría de los deportes que me gustan como la pesca o el tiro con arco son de naturaleza. Me gusta mucho pasear por el monte, lo que ahora llaman trekking, para seguir huellas y ver rastros, de un zorro, o de un jabalí... Abrir la venta y ver el río y el jardín y ver los montes me hace muy feliz.