Lugo, una ciudad que olvida cómo suena el silbato del guardia

Enrique G.Souto LUGO

LUGO CIUDAD

Ni durante las largas retenciones de tráfico de estos días se escucharon los pitos de los agentes

06 ene 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Empecemos por dejar las cosas claras, para evitar cachondeos malintencionados e interpretaciones retorcidas, que ya se sabe cuánto pueden dar de sí estas cosas: pito, según la RAE, en la acepción que aquí se usará, es un «instrumento pequeño que produce un sonido agudo cuando se sopla en él». Definido así lo que otros dicen silbato, puede ya decirse sin que haya motivo para el cachondeo, que Lugo es un ámbito urbano en el que sus habitantes casi han olvidado cómo suena el pito del guardia urbano, ese agente de la autoridad al que en otros tiempos se denominó guindilla y hoy se llama muy seria y merecidamente policía local. El olvido, parcial al menos,  de tal sonido tiene que ver con la escasa frecuencia con la que los agentes municipales hacen sonar el diminuto instrumento (en la denominación oficial: silbato, que, por ley, forma parte de su equipo individual) del que los dota la escueta generosidad administrativa para desempeñar con ruido y eficacia su labor de poner orden en el, con frecuencia, desordenado mundo de la circulación rodada.

En cualquier ciudad que merezca este nombre, sus guardias urbanos, para bien de la fluidez del tráfico, agitan con energía sus brazos en cruces y plazas, dando y sacando paso, a la vez que soplan una y otra vez en el silbato que tanta autoridad les confiere. En Lugo, no; en Lugo, los policías locales son tan eficaces y profesionales como los que más, dicho sea con la mayor seriedad, pero se ve que tienen escasa afición a lo de chiflar.  En los últimos días, la capital vivió algunos atascos memorables, de esos que hacían exclamar eufórico a Alfredo Mosteirín: «Ya somos una ciudad, ya tenemos atascos». Fueron unos atascos de verdad. Solo les faltó el sonido ambiente del silbato del guardia urbano. Hubiera estado bien. Como cuando aquellos atascos a los que se refería el recordado concejal Mosteirín, en los que los guardias municipales sí soplaban con ganas. Pero los tiempos cambian. Ahora no soplan; bueno, casi no soplan o soplan muy poquito. ¡Vaya usted a saber por qué no soplan más! Parece que la alcaldesa, Lara Méndez, que es su jefa política tampoco lo sabe; pero solo parece, que quede claro, que en el parecer puede uno equivocarse. El caso es que el cronista preguntó al gobierno local, por  medio del servicio de comunicación del Concello, por qué los guardias usan poco el silbato. El cronista sigue en la ignorancia, porque la respuesta fue la siguiente: «Hoxe [onte] houbo unha nova reunión da alcaldesa coa Policía Local, para ver a situación do tráfico. Eles están facendo o seu traballo, dentro das súas posibilidades, e facendo o traballo o mellor que poden». De eso al cronista no le cabe la menor duda, y hay pruebas recientes de que en ocasiones les cuesta sangre el ejercicio profesional. Pero, del silbato, poco o nada, según apreciación ampliamente extendida en la ciudad. Igual es que los agentes están un poco hartos de cómo han sido tratados por los sucesivos gobiernos municipales; igual es que después de tanto batallar para conseguir logros laborales y profesionales se han quedado sin ganas de tocar el pito (recuerde el lector: instrumento pequeño que produce un sonido agudo cuando se sopla en él). Puede ser que les saque las ganas el no ver clara, por ejemplo, la voluntad del gobierno local de buscar fórmulas para garantizarles una defensa jurídica en las debidas condiciones para cuando los asuntos en los que intervienen profesionalmente acaban en el juzgado. Y no hay duda de que los agentes locales saben pitar. Seguro que Orozco  aún no han olvidado las tremendas pitadas que le dedicaron en alguno de sus mandatos. Ahora, por no pitar, corren el riesgo de que, entre pitos y flautas, se les tome, con lamentable e injusta desconsideración,  por el pito del sereno, como a los lejanos antecesores a los que se decía guindillas.