«Saber mucho derecho no garantiza jueces eficaces si no conocen la calle»

Miguel Cabana
miguel cabana LUGO / LA VOZ

LUGO CIUDAD

El conocido juez, autor de numerosos libros, ha publicado sus memorias

07 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Miguel Ángel del Arco, Villacarrillo, Jaén, (1945), se acaba de jubilar como magistrado del juzgado de Instrucción número 6 de Granada y pasó sus vacaciones en Terra Chá, donde tiene su residencia de vacaciones y su futuro rincón para pasar largas temporadas escribiendo.

Hace unos meses, publicó su primer libro de memorias judiciales: La Audiencia va de caza. Memorias de un juez de pueblo. Un análisis descarnado sobre cuánto de verdad y de mentira se mueve alrededor de la justicia, escrito por este juez que odia las diferencias sociales y rendir pleitesías a los poderosos.

Eligió precisamente un título burlesco sobre los jueces de una audiencia en la Andalucía de la dictadura que van de cacería, aunque es un libro de memorias que trata sobre todo de la humanidad en la justicia. Su análisis es tan realista que se vuelve incómodo para muchos personajes, y quizá por ello, un éxito en las librerías.

-¿Por qué elige Terra Chá para tener una segunda residencia un granadino de ADN?

-Hace 15 años, vinimos aquí a ver a unos amigos y nos pareció una preciosidad. Durante casi cinco años estuvimos restaurando una casa en ruinas, y salió esto. Toda la familia se implicó en la reconstrucción y es nuestro tesoro. Quizá también me enganché porque soy un enamorado de los personajes gallegos, y con algunos es un placer hablar.

-Dice en su libro que a pesar de la corrupción, estamos en la poca más justa de las que se han conocido.

-Sí. Creo que es la época de más justicia, porque imaginemos solo lo poco que valía la vida en la Edad Media. Ahora tenemos unos conocimientos y una serie de derechos humanos que hacen que no se consientan ciertas cosas; pero también creo que los problemas son muy similares: comer, luchar, trabajar, la lucha de clases... Y en cuanto a los poderes públicos, aún hay similitudes con aquellos atropellos de la Andalucía de la dictadura que recuerdo en el libro.

-Por ejemplo

-Ahora hay mucho de dictadura de dos partidos, en donde cuatro personas pueden hacer lo que les da la gana; los demás son comparsas y la única posibilidad es votar cada cuatro años. Llegamos a la locura de que cuando instruyes sumarios y encuentras políticos implicados -por ejemplo, por firmar determinados contratos ilegales- observas que esas personas ya han ido ascendiendo hasta llegar a lo mejor a ministros.

-¿Sigue pensando que la justicia hoy, después de casi 40 años de Constitución, persigue mejor a los rateros que a los delincuentes de cuello blanco?

-Sí. Pero ahora están cayendo algunos de cuello blanco, que antes era impensable. Hoy hay jueces en los pueblos que mantienen el tipo, aunque luego no llegan a nada muchas veces, porque en las altas esferas...

-La pena de telediario parece la única que preocupa a los delincuentes de cuello blanco en España, más que la aplicación de la ley en sí misma.

-Pues yo creo que doy titulares. Debo ser un periodista frustrado. Los medios de comunicación le pueden dar apoyo a un juez que se la está jugando con los poderes, pero también hay una prensa que va a favor de determinadas personas e intereses. Como en todas las profesiones, yo creo que también faltan periodistas buenos. Yo, por ejemplo, me voy del juzgado sin tener que asistir a una comida de despedida del personal del juzgado, pero me van a dar una despedida los guardias civiles y los periodistas. Y eso me llena de orgullo y satisfacción, porque yo prefiero que sea así.

-No le gusta mucho el indulto, por cómo lo trata en el libro.

-Un juez no tiene más remedio que aplicar la ley; y luego se puede aplicar el indulto para hallar la equidad, la igualdad, la justicia. Pero a mí que no me hablen de indulto para un banquero.

-¿Es España y sus comunidades un país hiperlegislador donde tantas normas implican inseguridad jurídica porque llegan a contradecirse entre sí?

-Claro. Aquí se gobierna legislando, a golpe de estadística y a golpe de suceso. ¿Que un tren descarrila? Pues legislan sobre la velocidad de un tren. Y son 17 comunidades legislando, lo cual trae problemas hasta para la vida cotidiana, que se convierte en un galimatías. Por ejemplo, 17 comunidades legislando sobre las medidas de las puertas y accesos a edificios hace que en cada esquina del país haya medidas y exigencias diferentes. Y así se hace imposible, por ejemplo, que exista una fabricación de puertas estándar, que las fábricas puedan producir a buen precio o que las normas contra las barreras arquitectónicas no sean similares para los discapacitados en todas las comunidades. Y esto hace la vida más difícil, incluso más cara, y dispara los conflictos. Enterarse de lo que está vigente en cada comunidad autónoma es muy difícil. Por ejemplo, si en Cataluña hacen una ley sobre algo, luego los otras van copiando, añadiendo, modificando... Un disparate.

-En su libro critica el lenguaje críptico de la justicia. Una especie de barrera para los no iniciados que hace que los ciudadanos vean al sistema judicial como algo lejano y temeroso.

-Lo que no se entiende produce respeto. Es un lenguaje gremial. Si tú escribes claro, es fácil atacarlo; pero si tú escribes una frase larga con gerundios, es difícil atacarla porque no hay argumentos claros para rebatir. Y además, en el lenguaje jurídico, hay mucho de justificación.

-«Aprender derecho no garantiza unos jueces eficientes. Es necesario conocer la calle, el sufrimiento humano, sentir ternura, dolor y compasión. Esto es imprescindible para enjuiciar a la sociedad». ¿Cree que la mitad de los jueces españoles se atreverían a suscribir y publicar esta frase suya que aparece en su libro de memorias?

-Esa frase mereció muchas críticas, y de lo que hablo es simplemente de sentido común. Pero casi nadie diría eso, porque interesa más mantener el discurso de que la justicia es una cosa muy técnica, con sus silogismos, premisa mayor, premisa menor, etcétera. Y no es así. Es, pero no es. Aunque eso pasa en todas las profesiones. Un periodista que no llega al meollo de la cuestión cuando va a cubrir una guerra o un juicio por una indemnización, si no tiene sensibilidad para llegar a los detalles humanos, no transmite realmente la realidad. Si tú, como juez, no sales del despacho, no te enteras de nada. Pero si sales a la calle, ves a las madres de los drogadictos, a las personas con problemas mentales y a la gente que roba porque está en el paro y la tienes que condenar. O a los que llegan en las pateras, que no te queda más margen que expulsarlos, después de cinco años cruzando desiertos. Esa es la realidad y la vida. Puede dar la imagen de que soy pesimista, pero soy realista. Y cuando alguna de esas personas te dicen en la sala ?yo he venido aquí a que me hagan justicia?, se te pone la piel de gallina porque eso es casi imposible.

-A usted no le preocupa que sus sentencias provoquen titulares de prensa por citar frases del «Quijote» o de películas famosas. Quizá porque cree que ese es el modelo humano y didáctico que debería usar toda la justicia.

-Cuando un caso va a ser famoso, me asusto, pero no me molesto. Yo aplico la ley; no me invento las sentencias, sino que trato de que sean empedrados jurídicos, aunque también creo que la ley es mejorable. Mi preparador decía que no se puede ser buen juez sin leer a Antonio Machado. Y tienes que ir evolucionando, igual que en todas las facetas de la vida.

-Usted ha sido el primer juez en investigar las peonadas del PER en Andalucía, y denunció incluso al presidente del Supremo entonces por intentar suavizar la investigación. ¿Qué le parece más difícil de curar en la España del caciquismo democrático: a los ciudadanos dispuestos a cobrar subsidios ilegales o a los políticos que fomentan el fraude con tal de captar votos?

-Son peores los políticos. Ellos tienen que educar al pueblo. Es peor el político que cobra que el constructor que paga. Conozco a un constructor al que le hice la puñeta porque perdió mucho dinero en una urbanización ya famosa, y hoy somos amigos porque él sabe que yo no le engañé. Solo apliqué la ley, que era mi deber; y los políticos le engañaban para que siguiera adelante prometiéndole amañar la situación, para sacarle dinero, pero quien pagó al final los platos rotos fue su empresa. Y sinceramente creo que hay cosas difíciles de cambiar, porque España perdió otra oportunidad histórica. Después de la transición se perdió la oportunidad de formar a la gente. Y lo peor ahora es la politización de todos los aspectos de la vida, incluida la judicial. En las próximas memorias, sobre la época más reciente de mi carrera, tengo un capítulo que se llama «Pasarela al Supremo», sobre los que hacen de su carrera un tránsito hacia allí.

-En su libro se nota la soledad del que busca hacer la justicia y no lo consigue muchas veces.

-Profesionalmente, toda mi vida me he sentido solo, sobre todo al final. Hice todo lo que tenía que hacer, pero perdí casi todas las batallas. Como decía un amigo juez, uno se va muriendo cada día un poco. Y lo que haces es ir buscando cada día esos casos que te dan fuerza para seguir.

-¿Que va a hacer con su toga ahora que se jubila?

-La tiraré al contenedor de ropa.

-¿Y eso?

-¿Y que van a hacer mis hijos con ese mochuelo? Y así dará un párrafo para las memorias.

-¿Se atrevería a redactar su epitafio profesional?

-El fruto se recoge en los hijos.