Es la especie gallega con mayor peligro de extinción y solo sobrevive a duras penas en O Porriño y alguna zona de Ourense
28 sep 2014 . Actualizado a las 14:55 h.Si me permiten el juego de palabras, esto va a ser una «trilogía de bichería», y ya puestos a presentar en sociedad a nuestra fauna local hoy la cosa va de galápago europeo. En todo hay categorías y grados, incluso en las especies amenazadas, y nuestra protagonista ostenta el dudoso privilegio de ser probablemente la especie gallega en mayor peligro de extinción. Tan crítica es su situación que, a menos que se tomen medidas drásticas y urgentes (y nada indica que se vayan a tomar), es posible que la siguiente generación no las pueda conocer pues ya están extintas en A Coruña y Lugo y sus últimos ejemplares sobreviven a duras penas en alguna zona de Ourense y, fundamentalmente, en el entorno de las Gándaras de Budiño. Nuestros galápagos pueden llegar a 30 centímetros y visten una tonalidad marrón fango, moteadas con discretas líneas y puntos amarillos muy útiles para camuflarse en los fondos de ríos y charcas que les sirven de refugio y restaurante. Su caparazón, por aquello de la hidrodinámica, es más plano que el de sus colegas terrícolas. Tienen un aspecto amable, con una mirada entre simpática y perpleja, pero no se fíen; a la mínima oportunidad muerden, con mala leche, y certifico que su mordedura es muy dolorosa. No lo hacen por fastidiar, sino por una cuestión básica de supervivencia ya que si se les escapa una presa no tendrán una segunda oportunidad, por lo que sus mandíbulas están diseñadas para sujetar fuertemente lo que atrapan. Y es que a diferencia de sus primas terrestres, nuestros galápagos son, sobre todo, carnívoros se alimentan de insectos, anfibios e incluso en ocasiones de alguna cría de ave despistada. Su metabolismo es lento, por lo que tampoco están permanentemente haciendo la vida imposible a sus compañeros de charca. A principios de verano empiezan sus amoríos, generalmente en el agua, y a veces el macho, cosa rara en estos bichitos, emite sonidos para conquistar a la hembra. Sus bufidos no son un bolero precisamente, pero a ella le gustan y unos días después pondrá entre tres y catorce huevos que entierra en el fango al borde del agua. Tres meses después nacerán nuestros galapaguitos, muy vulnerables esos días a sus depredadores naturales, y que tendrán unas pocas semanas para acumular reservas, pues en cuanto bajen las temperaturas y se reduzca su disponibilidad de alimento hibernarán junto a sus progenitores hasta la primavera.
Una curiosidad de esta especie radica en su caparazón, que a diferencia del resto de tortugas no es completamente rígido, sino que tiene una articulación en la parte dorsal. Aunque les permite cierta movilidad tampoco tanta como para hacer yoga en la charca. Eso sí, en contra del tópico, son muy ágiles en el medio acuático, pero confirman el tópico de su longevidad. Pueden superar los cien años, pero al ser especie en peligro de extinción, rara vez alcanzan el máximo.
Son tres sus principales amenazas: la desaparición de sus hábitats, la contaminación de ríos y lagunas y la captura de ejemplares para su venta ilegal o por simple capricho. No olvidemos la competencia con sus primas americanas, las tortugas de orejas rojas, que irresponsablemente se liberan en nuestro entorno.
Nuestros galápagos de Porriño estuvieron de triste actualidad esta semana por el relleno de una laguna que les servía de refugio. Si en una laguna, en donde la presencia del galápago europeo amenazado de extinción, se puede hacer un vertido de áridos y escombros para rellenarla, y si según la Dirección Xeral de Conservación da Natureza eso es legal, ya podemos dar por extinguida la especie y, de paso, el más elemental sentido común. O eso, o se cambia la ley de forma inmediata, o bien ese organismo puede, y quizás debería, cambiar de nombre y pasar a denominarse, por ejemplo, DXDMPOL (Dirección Xeral de Mirar para Outro Lado).