Por Galicia en autobús: experiencias eternas

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA REDACCIÓN / LA VOZ

LUGO CIUDAD

SANDOVAL

Centenares de usuarios cubren a diario largas rutas interiores a velocidades medias anacrónicas

18 feb 2013 . Actualizado a las 16:16 h.

Pese a la mejora de las comunicaciones y del parque automovilístico, recorrer Galicia en autobús resulta todavía una experiencia lenta y tediosa. La disminución de rutas pequeñas ha obligado a fundir servicios de modo que recorridos por encima de los cien kilómetros se desarrollan a medias de velocidad anacrónicas. Para comprobarlo nos embarcamos en un coche de línea entre A Coruña y Viveiro.

La primera sorpresa viene con el horario: tres horas y cinco minutos para un recorrido de 128 kilómetros, es decir, viajaremos a una media de 41,5 kilómetros por hora. El precio es más de nuestros días: 29,45 euros ida y vuelta. Mientras espero que llegue el bus, hago unos sencillos cálculos comparando el viaje a Viveiro con otro a Madrid, donde la media sale a 77,3 kilómetros por hora. El billete a Madrid supone recorrer 15,89 kilómetros con cada euro. El que tengo en la mano solo me da para más o menos la mitad: 8,69.

Por la dársena se va dando cita un pasaje formado mayoritariamente por jóvenes estudiantes. Sin embargo, hay de todo: algo de inmigración, algo de población rural... A las once y media, el autobús sale puntual hacia Ferrol y la mayor parte de los pasajeros se imbuyen en la ceremonia del móvil, con o sin auriculares. No se ven libros abiertos, ni periódicos. Y todo en un silencio monacal. Así que, sin novedad y por la AP-9, llegamos a la estación de autobuses de Ferrol a las 12.08 tras un par de paradas donde se apearon media decena de viajeros.

En el andén, le pregunto al conductor:

-¿Y el coche que va a Viveiro?

-Es aquel de allí. Sale a las doce y media.

Otra sorpresa. El coche nuevo, de nuevo no tiene nada. De hecho, es el único en toda la dársena que conserva en su matrícula el indicativo provincial. A su alrededor apenas si nos arremolinamos una pequeña parte del nutrido pasaje que llegó a Ferrol. Entre ellos, un indonesio con toda la pinta de formar parte de la colonia que faena en las costas de A Mariña y una señora de mediana edad y sello de ruralidad: pelo corto teñido, bolsa y paraguas. Los estudiantes han desaparecido casi todos, aunque siguen siendo mayoría en el ya exiguo pasaje que se embarca hacia Viveiro.

El coche es más viejo, pero no más incómodo. Eso sí, se acabó el silencio. Al principio, gracias a la radio que le pone al bus una nota de alegría, aunque pronto el sonido del motor ahogará cualquier otro. Cerca de mí se acomoda un pasajero con pinta de saber lo que se hace. El hombre reclina el asiento, se calza unos auriculares, mete las manos en los bolsillos y cierra los ojos. No tarda ni cinco minutos en quedarse aparentemente dormido. Se diría que incluso se ha guardado un poco de sueño para el trayecto.

Paradas y paradas

El autobús sale lentamente de la larga travesía urbana de Ferrol y, en media hora, comienza a hacer paradas. Se detiene en pueblos grandes y pequeños, incluso en paradas en medio de la carretera. Casi nadie sube y el pasaje se va perdiendo por el camino. El trajín contribuye a matar el tedio de un viaje eterno subiendo montes abrasados de eucaliptos. El paisaje mejora en la costa con la brumosa ría de Ortigueira. Para entonces, quedamos pasajeros contados, lo que no es óbice para que el coche siga deteniéndose. Aunque no haya nadie para subir o bajar, hay paquetes.

Media hora antes de llegar a destino solo quedamos el indonesio y yo. A las 14.20 llegamos a la estación de autobuses de Viveiro. Quince minutos antes de lo previsto. Así que en vez de viajar a una media de 41,5 kilómetros por hora, lo hemos hecho a 45,1. Estoy de suerte. Sin embargo, para regresar en el mismo día tengo que coger otro autobús (de hecho es el mismo) que sale en 40 minutos. No me imagino que nadie quisiera hacer un viaje tan absurdo, pero el caso es que no me queda más remedio. Así que como algo y vuelvo a mi asiento, que aún está caliente del viaje de ida.

El trayecto de regreso consumirá tres horas y cuarto: «É moi pesado, moi, moi pesado», confiesa ya cerca de A Coruña Alicia, una rapaza de 19 años que hace el trayecto de ida y vuelta una vez por semana. Dice que, cuando alguien la lleva en coche, tarda la mitad del tiempo. Es la rutina de centenares de estudiantes que residen lejos de los grandes nudos de comunicaciones. A Coruña-Viveiro no es un trayecto especial. De Lugo a Vigo se tardan tres horas en autobús; de Noia a A Coruña, dos horas y cincuenta minutos. Y así muchas más por todo el país donde hay autobuses que ya no transportan gallinas vivas, pero viajan a la misma velocidad que cuando lo hacían.