Alega que fue víctima de una obcecación como consecuencia de los celos
25 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Espera que el juicio se fije cuanto antes porque confía en abandonar la cárcel en la que lleva ya casi dos años. La tardanza en la presentación de pruebas pedidas por la instructora del caso jugó muy en su contra. Juan Carlos Pernas Díaz, de 45 años, el profesor acusado de asesinar a su mujer enfermera hace ahora dos años en un piso de la calle Carlos Azcárraga de Lugo, asegura a sus allegados que fueron los celos quienes le hicieron perder la cabeza en la madrugada del 26 de agosto de 2010.
El presunto autor del asesinato del Sagrado Corazón espera acontecimientos en Bonxe. Lo hace ejerciendo de profesor en la prisión. Una buena terapia para hacer frente a una situación en la que jamás pensó verse envuelto. Juan Carlos mantiene en la cárcel un comportamiento excelente.
Este profesor de Química en el instituto Sanxillao pasó por los juzgados lucenses no hace mucho para intervenir en una comparecencia en la que se decidía si seguía en prisión o si, por el contrario, dado el tiempo transcurrido, debía salir en libertad y quedar a la espera de juicio. En ese acto se mostró muy arrepentido por lo ocurrido, según indicaron algunas personas que tuvieron oportunidad de verlo.
Juan Carlos Pernas dijo que todas las noches lloraba la muerte de Montse, la que fue su esposa. Además, manifestó que le resultaba terrible, inhumano, estar alejado de sus dos hijos a los que privó de poder seguir disfrutando de su madre.
Achaca a los celos lo ocurrido. No soportaba el ver como su mujer trataba de apartarse de él. Tampoco era capaz de asimilar que pudiera tener una relación con otra persona. Fue por eso por lo que, quizás, su cabeza acabó estallando y presuntamente la emprendió a golpes con su esposa mientras esta se encontraba en su habitación.
Quienes conocen y tratan al profesor de Química aseguran que este no es una persona violenta. Todo lo contrario. No le creen capaz de algo similar a lo que ocurrió en la fatídica noche y, para tener una respuesta, se amparan en que Juan Carlos ya no pudo más y se vio desbordado por los acontecimientos. Al parecer, Montse ya le había comentado su interés en no seguir manteniendo el matrimonio, después de haberse asesorado con un abogado y también con amigas que le aconsejaron que tratara de hablar las cosas con su marido, sin embargo esta alternativa no era muy factible.
Los abogados, de una parte y de otra, parecen ultimar estrategias. Juan Carlos alega obcecación por celos y lo avala con informes de especialistas, que ya presentó, en los que se hace referencia a que su actuación fue consecuencia de no poder ser capaz de soportar la pérdida de su mujer y un posible alejamiento de sus hijos. También hace referencia a algún complejo de inferioridad, entre otras razones porque tiene discapacidad funcional en una mano. Según algunas fuentes, los informes entregados harían mención, incluso, a su carácter introvertido. Todos esos condicionantes motivarían que no fuese consciente de sus actos en la noche del 26 de agosto de hace ahora dos años.
Esos estudios de su situación personal chocarían con los informes presentados por los forenses, alguno de los cuales apuntaría a que Juan Carlos fue consciente en todo momento de lo que hizo y no es posible alegar ningún tipo de obcecación.
A priori, el juicio se presenta como uno de los más interesantes de los últimos años en la Audiencia de Lugo. El hecho de que se celebre con jurado popular preocupa al fiscal que considera que hay pruebas suficientes para condenar por asesinato al profesor si el asunto fuera resuelto por magistrados. Lo que entienda el tribunal popular puede ser muy distinto. Basta citar como ejemplo el caso de o Chucán, el hombre que supuestamente mató a una prostituta. Fue absuelto por el jurado y, al día siguiente, el imputado declaraba a un periodista de La Voz que había matado a la mujer. Por esta circunstancia el juicio está pendiente de que vuelva a celebrarse.
Pernas da clase en la prisión y mantiene un excelente comportamiento
Los forenses creen que el acusado no sufrió ningún tipo de obcecación