«Non quero molestar a ninguén, só facer a miña vida»

Suso Varela Pérez
suso varela CERVANTES / LA VOZ

CERVANTES

OSCAR CELA

El vecino de O Pando que perdió su casa familiar por el incendio de Cervantes sueña con recuperar parte de ella

22 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A Antonio González, 66 años, vecino de O Pando, la mañana del pasado lunes le cambió la vida. Una enorme llama del gran incendio de Cervantes cayó sobre el tejado de su vivienda, construida por sus padres el mismo año en el que nació. «Se cae cinco metros cara a entrada, hoxe tiña casa enteira», señala hacia la arboleda que quedó milagrosamente intacta, mientras que su hogar quedó en ruinas. Así de caprichosa es la suerte, explica resignado.

Él, como los pocos vecinos que aún viven con su ganado en las aldeas de Deva, Cela o San Martín fueron desalojados en la tarde del domingo a la cantina de Doiras ante la fuerza de un fuego jamás visto por los más veteranos de la comarca. «Non podía esperar a saber que lle pasaba á miña casa e intentei subir ás tres da mañá pero non me deixaron e logo, cando cheguei ás oito e media e vin o que pasou...». El mismo día de la tragedia, por la tarde, se lamentaba que si le hubiesen dejado, «en quince minutos daba apagado eu o lume», pero con el paso de los días reconoce el trabajo de los brigadistas: «Dá moita rabia porque fixeron o imposible pero nun descuido humano foise todo».

No está siendo nada sencillo para Antonio asimilar la destrucción de su vivienda familiar. Aunque está durmiendo en la casa que le dejó un hermano suyo en la misma aldea, la primera noche quiso pasarla dentro del coche mirando hacia las ruinas. Su familia cercana (un hermano vive en Lugo y tiene hermanas en Barcelona), un matrimonio que habita en O Pando y otros vecinos que tienen casa lo consolaron y le convencieron de que se quitase de la cabeza la idea de dormir allí. Pero por el día, Antonio sigue paseando, mirando, entrando y saliendo, preguntándose qué pudo salir mal o cómo será su futuro.

El pasado domingo salió de la casa con lo puesto y solo de dio tiempo para coger el carné de identidad. Nada más. Cuando se le pregunta si echa de menos algo, además de la propia casa, rápidamente dice que no para a continuación dejar claro que lo material no es su preocupación: «Só quero ter a miña maneira de vivir cada día. Eu non me quero mover de aquí, é a miña vida e non conozo outra».

Inicialmente, la Xunta le ofreció -ante la posibilidad de quedarse sin un lugar donde dormir- un piso social que dispone en Becerreá o 150 euros de ayuda para un alquiler durante tres años. El presidente de la Xunta anunció el jueves que el gobierno gallego cubrirá la reparación integral de las viviendas que estaban ocupadas y que quedaron quemadas, aunque no tuviesen seguro, como el caso de Antonio.

«A min gustaríame ter algo, polo menos amañar unha parte da casa porque eu non vaio para vivir nunha cidade ou nunha vila. Aquí vivo relaxado, sen ruídos, sen molestar a ninguén, vivo ao meu aire», explica este vecino de Cervantes, que a pesar de sus problemas de salud muestra entereza ante una situación tan dramática. Eso sí, reconoce que por momentos vive con angustia: «Esta noite durmindo espertei cunha dor no peito...». Recuerda que cuando llegó a su casa y la vio ardiendo (estuvo casi cuatro horas en llamas), «chorei de rabia e impotencia, era imposible non facelo ante algo así».

OSCAR CELA

La vivienda de Antonio González, que tenía ocho habitaciones, aún desprende un calor intenso y existe riesgo de derrumbes, tanto de las paredes exteriores como de las interiores, además de las vigas de madera calcinadas que quedaron colgadas. Antonio de vez en cuando intenta acceder a alguna dependencia para recoger ropa, ya que los armarios, por la zona de la casa en la que estaban, quedaron intactos. Pero el mal estado de la estructura dificulta este trabajo: «O outro día estiven a punto de caer, mesmo tronzou a escada que usei».

González, que necesita que se le suministre el Sintrom, está recibiendo la ayuda de su familia, de los vecinos, de los servicios sociales del Concello de Cervantes y de Cáritas. También busca el consuelo en dos de sus tres perros, Tobi y León. El otro desapareció en esa noche de llamas y caos. Como sucedió con los perros de todas las aldeas desalojadas, cuando los vecinos regresaron se los encontraron asustados, tristes, nerviosos. Los de Antonio no se separan de él: «Son moi fieis e témonos moito cariño», explica mientras los acaricia.

Antonio González -que apenas salió de la casa familiar y que trabajó una temporada de albañil por la comarca- afronta ahora el reto de volver a recuperar cierta normalidad en su vida solitaria y pacífica. Desde que falleciera hace cuatro años su madre, con 94 años, vivía solo en la casa familiar de O Pando. Ahora piensa en poder levantar en la primavera su huerto, «nel é onde estou máis feliz», e incluso recuperar algunas gallinas. «Eu non quero molestar a ninguén, só poder volver a facer a miña vida en paz», se despide Antonio con humildad y dignidad.

«Eu non me quero mover de aquí, é a miña vida e non conozo outra maneira»

«Dá rabia, porque os brigadistas fixeron o imposible e nun descuido, foise todo»

«Chorei de rabia e de impotencia, era imposible non facelo ante algo así»