Espíritu de supervivencia ante la nieve

suso varela texto LUGO / LA VOZ

CERVANTES

En A Pintinidoira se acumula la nieve que cae desde el pasado martes y que se junta a las diferentes nevadas que se suceden desde mediados de enero.
En A Pintinidoira se acumula la nieve que cae desde el pasado martes y que se junta a las diferentes nevadas que se suceden desde mediados de enero.

Los vecinos de A Pintinidoira sonríen al temporal y a un estilo de vida que desaparece

08 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Los habitantes de la montaña de Lugo son supervivientes natos. Y eso lo saben bien los políticos de turno que gobiernan en las administraciones, más preocupados de mejorar la calidad de vida de los urbanitas y de los vecinos de las villas que atender a aldeas como A Pintinidoira, siete casas repartidas entre dos concellos, tres de As Nogais y cuatro en Cervantes.

Los habitantes de este pueblo, ubicado a 1.267 metros de altitud, son autosuficientes, un gen imprimido desde décadas por sus antepasados. «¿Esperades algo dos gobernos?», preguntan ingenuos el periodista y el fotógrafo que aparecen como extraterrestres en una tarde de ventisca y rompen por unas horas las rutinas diarias de los paisanos. La respuesta es una encogida de hombros en toda regla. Y es que a pesar de llevar tres días incomunicados por carretera debido a uno de los temporales de nieve «máis fortes que lembramos», no hay reproches, ni enfados, ni malas caras. Lo que sería una avalancha de llamadas, quejas y manifestaciones en las acomodadas urbes y villas, en A Pintinidoira «é saír para adiante como se pode, non queda outra».

Solo hay una voz de enfado, la de Manuel Chao. Tiene sus motivos. Cuenta con la ganadería más amplia de la aldea, con 33 vacas, dos niños que no pueden acudir al colegio por la nieve y dos personas mayores en su casa bajo la amenaza de una urgencia médica, algo que sí temen los vecinos. «Estamos esquecidos pola Deputación. Non pode ser que só pase unha vez ao día a quitaneves; e cando o fai, como o mércores, uns minutos despois de que pasase a pala do Concello das Nogais», se lamenta Chao. «Chamo e chamo, e non me fan caso, e como mínimo deberían pasar dúas veces, sobre todo pola mañá».

Los otros vecinos no tienen tanta prisa. La mayoría son matrimonios o familias de personas que superan los 60 años de edad. Sus preocupaciones pasan por dar de comer al ganado que lleva un mes sin salir a pastar, en preparar la comida en las cocinas de leña, en reparar pequeñas chapuzas que hay en las casas o en matar el tiempo viendo la tele a la espera de que cielo deje un respiro a la montaña, sepultada bajo la nevada desde mediados de enero.

Algunos valientes, como Gaspar, de la Casa Carrocha, sale con la pala y sus 83 años a cuestas «a limpar o que se pode». Mientras sus tres hijos cuidan del ganado y hacen obras en la granja, él sale con una sonrisa a la carretera provincial que divide el pueblo en dos concellos e intenta lo imposible: limpiar la entrada de las casas de algunos de sus vecinos, como Amparo Carballo, una viuda de 75 años que lleva tres días metida en casa porque la puerta de su vivienda está helada e invadida de nieve. «Menos mal que hai tele, e iso que a galega non se ve estos días e aí atrás fallou Tele 5», explica riéndose Amparo.

Todo transcurre con calma y siempre con una sonrisa en la boca, pero por dentro hay nervios aunque no lo parezca. El ganado está preso y los vecinos con él. Los mayores no pueden hacer «eses traballiños para pasar o día que se fan sempre por fóra das casas», explica uno de los dos hermanos de la Casa Matías, uno de ellos de 92, que solo se asoma a la ventana por el intenso frío y, por supuesto, riéndose.

Hasta los perros están como perdidos, inquietos, sin poder hacer sus escapadas. Cuando se llega a A Pintinidoira quien te recibe -además de la nieve en invierno y uno de los paisajes más hermosos de Galicia el resto del año- son mastines y pastores alemanes por todas partes. Cada casa tiene los suyos, los auténticos guías del ganado. Ladran, corretean, saltan sobre el visitante y te avisan de que están contigo, pero también están incómodos por culpa de la nieve.

Uno de estos canes, Pichón, por fin puede salir de casa tras tres días encerrado. La presencia del periodista y del fotógrafo anima a que su dueño, Ángel, que vive con su madre, Amparo, asome por la puerta, con una sonrisa, y deje al perro disfrutar de la nieve como un niño. «E que só ten seis meses e quere brincar», explica Ángel, al frente de una explotación de 15 vacas de carne.

Quien no puede precisamente tocar la nieve es Manuel Cabado, jubilado de 69 años, y que el pasado martes vivió toda una odisea para llegar a Pedrafita para suministrarle el Sintrom. Pero a pesar del contratiempo de la enfermedad que apenas le permite andar, tampoco abandona la sonrisa. Él y su mujer, Amelia de 59 años, viven juntos las largas noches del invierno de la montaña, sin prisas, sin agobios, a pesar de que podrían necesitar un médico. En la mente están sus tres hijos y su nieta de 18 meses, instalados desde hace años en el ámbito urbano.

Y es que en A Pintinidoira, y en cualquier aldea de la montaña de Lugo, la vida para nada es bucólica, sino para supervivientes natos. Una especie que se extingue en el rural, esa que ha sustendado a Galicia durante siglos y que se muere paso a paso; eso sí, con una sonrisa y sin reproches.

en directo UN DÍA DE TEMPORAL EN LA MONTAÑA DE LUGO

Los habitantes de la montaña son autosuficientes y eso lo saben los políticos de turno

Los vecinos no tienen reproches hacia nada ni hacia nadie, «non queda outra»

Hasta los perros están como perdidos, inquietos sin poder hacer sus escapadas