El último sillero de Tórdea, Castroverde

Dolores Cela Castro
dolores cela LUGO / LA VOZ

CASTROVERDE

Carlos Castro

En esta aldea, hace décadas, llegaron a montar este tipo de asientos típicos de Galicia, en diez casas

25 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Luis Castro Gómez es el último silleiro de la aldea de Tórdea, en Castroverde, en la que llegó a haber 10 artesanos que fabricaban las sillas tradicionales de madera de castaño y asiento de junco. Castro, que trabaja a turnos en una gasolinera de O Ceao, se dedica en su tiempo libre a mantener un oficio que aprendió de su padre y que empezó su abuelo, de los que heredó parte de las herramientas que utiliza actualmente. Los modelos actuales de este artesano, que se define como muy tradicional es su trabajo, son los mismos que hacían sus predecesores: de comedor, de escuela, de costura y reclinatorios de iglesia. Todas las piezas llevan su sello, un dibujo en una de las trabillas del respaldo, que es la marca de la familia.

Para cada una de sus sillas necesita cuatro días completos de trabajo. Ya solo tejer cada asiento son cinco horas. «A xente non merca as miñas cadeiras porque lle parecen caras, porque non sabe todo o que hai detrás de cada peza», señaló. «Cando lles pides 150 euros por unha de comedor, parécelles moi caro. Sae a dous euros a hora, e pos a madeira e o traballo», justificó.

El suyo es un trabajo preciso y minucioso, que requiere altas dosis de concentración para evitar accidentes laborales. Todos los pasos que da hasta que completa la estructura los realiza con herramientas tradicionales. Todo es manual. Usa la macheta, un torno completamente artesano, de pedal, que heredó de sus antepasados, y la cuchilla que hizo hace décadas para la familia un ferreiro de Vilaboa, en O Corgo, con la que repasa las patas, que es uno de los trabajos que requiere más fuerza.

Lo único mecánico que se puede encontrar en este taller es la motosierra que utiliza para cortar los troncos y que ha sustituido a las sierras de antes, que conserva como oro en paño, colgadas del gancho. Es la única concesión que hizo el artesano. «Se falla a luz -comentó con humor-, a vantaxe é que se pode seguir traballando». Para una buena parte del resto del trabajo utiliza la macheta, que maneja con gran destreza y precisión.

Luis Castro empezó a pasar muchas horas en el taller familiar desde que era un niño. Con ocho años, -ahora tiene 59- según recuerda, montó su primera silla. «Cando a viu meu pai, preguntoulle a miña nai ‘¿Mercedes, quen fixo isto?’ Ela respondeulle ‘o pequeno’, que era eu». La valoración del maestro fue: «Pois non está nada mal». Esta apreciación lo animó a seguir por ese camino, pese a que su progenitor le recordaba con frecuencia, según cuenta con cierta retranca «mellor que aprendas a ladrón que a silleiro». El anterior consejo no lo tomó en cuenta. El que sí siguió a rajatabla y que ahora trata de inculcarle a su aprendiz fue el de «labra ben, que o que labra ben tira pouco de ‘cuchila».