Treinta y ocho años de Tarradellas en la «república» de O Cereixal

Xosé Carreira BECERREÁ / LA VOZ

CASTRO DE REI

OSCAR CELA

La historia del lugués que al volver de Barcelona «perdió» sus apellidos y adoptó los del primer presidente de la Generalitat de Cataluña

11 jul 2018 . Actualizado a las 16:45 h.

El que fuera presidente de la Generalitat en el exilio desde 1954, Josep Tarradellas, tardó más de cuarenta años en volver a Cataluña. Manuel Fernández Gigán, al que solo su familia y el cartero conocen por ese nombre, volvió a su tierra 38 años después de marchar a Barcelona. Desde entonces está asentado en la «república» de O Cereixal (Becerreá) -como así dice en broma alguno de sus vecinos- donde todos le conocen como O Tarradellas. No le quedó más remedio que ceder al nombre que le fue asignado por el pueblo aunque quien realmente se lo puso fue una cuñada suya.

«Xa non hai Manuel que valla. É O Tarradellas. Non ve que cando vai aos enterros deixa a tarxeta con nome de Casa Tarradellas ou asina con ese apelido!», comentó uno de sus vecinos. Totalmente cierto, corrobora el hombre que acabó adoptando como identidad la de Tarradellas y que incluso trasladó al panteón que hizo en el cementerio de O Cereixal. No pasa desapercibido el nombre porque está pegado a la carretera y se ve perfectamente.

Manuel no tiene que ver ni con el político, ni tampoco con el empresario que fabrica pizzas y «espetec» con el nombre comercial de Casa Tarradellas. El dirigente catalán tuvo que exiliarse por razones políticas. Manuel se vio en la necesidad de otro exilio, en este caso la emigración, para buscar un porvenir que no tenía en Ludrio, la parroquia de Castro de Rei en donde nació. Con menos de 18 años marchó con un primo de 16 a Barcelona y allí se quedó trabajando duramente.

En la ciudad condal tenía algunos parientes y un amigo de Rozas que era conductor de autobús. «Realmente traballo había o que se quería; o máis difícil era conseguir vivenda. Ao pouco de chegar xa entrei a traballar nunha empresa de orixe vasco, a Casa Llopis, que se dedicaba a facer fornos eléctricos de panadería. A fábrica estaba a uns seis quilómetros onde vivía, pero había tranvías. Traballei das seis da mañá ás dez e media da noite, incluso algún domingo. ¡Facíanse cartos! Lembro que, ao mellor, eran mil pesetas á semana», explicó Manuel.

En la empresa de los hornos echó seis meses y se marchó porque le pagaban más instalando unas casas prefabricadas en la zona del Besós para poder dar acogida a familias que se habían visto afectadas por unas graves inundaciones. Pero su periplo laboral no acabó ahí, ni tan siquiera en la fábrica de bolsas de plástico en la que estuvo una temporada. En ese momento llegaban al mercado las bolsas con el nombre de los establecimientos y también dibujos.

En ese tiempo tuvo que enfrentarse a varios contratiempos, pero aún así aprendió el oficio de sastre y montó dos talleres de confección en los que trabajó para destacadas marcas.

Se casó en Barcelona con una gallega que sentía grandes deseos de volver «á terra». Eso fue en el año 1971. «Algún día vamos volver», le dijo varias veces. Pero antes de eso cogió un bar que se llamaba Versalles, porque ese era le nombre de un cine teatro que tenía al lado. Allí invirtió, recuerda, casi dos millones de pesetas en reformarlo, «pero quedó impecable».

En el 80 volvió a Becerreá con su esposa. Montó un restaurante en la zona que luego traspasó por cinco millones. Después abrió otro que acabó vendiendo.