La política de campanario y la frustrada expansión industrial

Enrique Gómez Souto
enrique g. souto LUGO / LA VOZ

BECERREÁ

Veinticuatro alcaldes apoyan a Campos
Veinticuatro alcaldes apoyan a Campos

22 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

pulso lucense

Lugo, ciudad antigua, posee, sin que se sepa bien por qué, la inquebrantable fe del carbonero en el desarrollo que vendrá. Hoy, como hace 50 años, aún hay quien cree firmemente, que, como tituló La Voz en noviembre de 1965, «la expansión industrial, esperanza para Lugo». Y eso ocurría cuando Frigsa y Abella eran dos industrias cárnicas de referencia en España, cuando sobre los raíles había un continuo ir y venir de trenes y la ciudad se situaba en la senda de crecimiento que recogería el PGOU de 1969. Lugo, ciudad antigua, tiene tanta fe y tanta paciencia que ni siquiera consiguen sumirla en la desesperación Darío Campos y las venturas y desventuras del PSOE, el abandono al que la somete la Xunta de Feijoo y la casa de Tócame Roque en que se ha convertido el consistorio que pilota como puede Lara Méndez. La Voz cumple 50 años en Lugo y, como en su estreno en la capital, podría titular de nuevo: «La expansión industrial, esperanza para Lugo». Esperanza, sí, porque solo a ella cabe acogerse. Hace mucho que desaparecieron Frigsa, Abella y RTR; a cambio los polígonos se fueron llenando de almacenes y pequeños talleres, y el campus, que tanto prometía, se va quedando como se queda Fonseca en la canción de tuna. Gran parte del comercio tradicional sucumbió ante los centros comerciales y ver un tren en la estación exige largas horas de espera.

El presente de Lugo es un presente de subsidios, subvenciones y bonificaciones; de tanatorios en servicio y en proyecto; de servicios de asistencia a mayores en hospitales y domicilios. Tras el plan Urban y el Innovate, ahora la esperanza europea se llama Life (3,5 millones en cuatro años) y tiene por objetivo fomentar el uso de la madera en la construcción, que, a día de hoy, sigue tan atascada en Lugo como lo estuvo en los últimos años. Y mientras el común de los lucenses ejercitan paciencia, fe y esperanza, los socialistas que gobiernan la Diputación y el Concello se enredan en sus cosas y dejan para otro día la expansión industrial.

El PSOE lucense no está dividido, dice Darío Campos, presidente de la Diputación por accidente, y, quizá, contra su voluntad. Campos va camino de dejar de ser el enigma que era cuando tomó posesión del cargo. A pocos les queda ya algún espacio para la duda: es lo que se ve. «Teño a cabeza como un bombo», dijo cuando estalló el martinazo. Y las cosas no han mejorado. Campos dice que en el PSOE «ninguén está de acordo coa expulsión de Martínez» y deja al periodista boquiabierto y al lector patidifuso. Si hay que entender literalmente la afirmación de Campos, cabe intuir una rebelión inmediata contra la ejecutiva federal por decidir la expulsión del alcalde de Becerreá y diputado díscolo. Pero no parece que sea eso lo que quiere decir Campos, aunque ¡vaya usted a saber, lector, qué quiere decir! Tal vez pretende indicar que para los socialistas está expulsión supone un disgusto inevitable, visto lo visto. Pero dice lo que dice.

Con la expulsión, Manuel Martínez se ve libre de todo compromiso con el que fue su partido desde 1979 y con capacidad para negociar todo aquello que precise para su municipio. Ya se dijo aquí que en el PSOE de Besteiro no cabe todo el socialismo lucense; no cabe, por ejemplo, el socialismo que está hasta el moño de pagar los peajes que exige el Bloque, tan acostumbrado a disfrutar de la bicoca institucional a lomos del PSOE. ¿Acaso pudo en sus sueños más felices imaginar el nacionalista Antonio Veiga encontrarse en una posición como la que disfruta desde hace unos cuantos años? Pero hay otros muchos; hay unos cuantos lucenses a los que nunca se les ha conocido oficio distinto al de la política. Por eso avisó Paul Valéry de que «la política es el arte de impedir que la gente se entrometa en lo que le atañe». Como los tiempos cambian, ahora se entretiene a la gente, para que crea que su opinión cuenta, con la monserga de los presupuestos participativos, las asambleas, las elecciones primarias y así. O, como ocurre, en el consistorio, se dice sí a las pretensiones de uno y a las del siguiente, aunque las unas choquen con las otras y se hagan mutuamente imposibles. Pero de tramitar la aprobación total del PXOM, nada de nada; no hay pasos para rematar de una vez ese plan que ACE quiere hundir en los abismos judiciales sin calcular los riesgos de la jugada. Es el mejor modo de que dentro de otros 50 años La Voz tenga que titular otra vez: «La expansión industrial, esperanza para Lugo». Como hace 50 años.

El Concello sigue sin disponer del estudio sobre cauces, para que sea posible aprobar de una vez definitivamente el PXOM