Los ferreiros de uno de los últimos mazos hidráulicos que funcionan en Europa

María Guntín
María Guntín A FONSAGRADA / LA VOZ

A FONSAGRADA

Friedrich en el Mazo de Mazonovo, en Santa Eulalia de Oscos, donde trabaja junto con Paz Prieto
Friedrich en el Mazo de Mazonovo, en Santa Eulalia de Oscos, donde trabaja junto con Paz Prieto FOTO MANUEL

En el occidente asturiano, a media hora de A Fonsagrada, se conserva un conjunto etnográfico cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII

06 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Para llegar a Mazonovo, una aldea de Santa Eulalia de Oscos, en el occidente asturiano, primero aparece un descenso entre montañas hasta que la humedad empieza a calar en los huesos, poco antes de llegar al fondo del valle. Este rincón escondido está a media hora de A Fonsagrada. Una vez allí, antes de bajar del coche, una sensación de serenidad se apodera del cuerpo y de la mente. Es al levantar la vista cuando aparece un conjunto etnográfico espectacular. A los pies del mazo que lleva el nombre de la aldea aparece Friedrich Bramsteidl, un hombre que habla despacio y que, con lo que dice, entreabre una puerta a la historia.

El de Mazonovo es uno de los últimos mazos hidráulicos de toda Europa que está en activo y fue construido en el siglo XVIII. Es un museo accesible para los turistas que quieren ser ferreiros por un día, pero también un sitio en el que se crean piezas que más bien, son obras de arte. En definitiva, un lugar que permite entender cómo se forjó, y nunca mejor dicho, la industria del hierro en el noroeste peninsular. El complejo ha sido rehabilitado conservando la estructura original y es que parece que el tiempo no ha transcurrido en este lugar. Desde Mazonovo se exportaba material a la comarca fonsagradina y también a otras zonas de Galicia y Asturias.

Friedrich nació en Austria y lleva 15 años en Santa Eulalia de Oscos. Antes, vivió otros 15 en Ourense. Supo de este mazo a través de un encuentro internacional de ferreiros que se realiza anualmente. «Esto fue una oportunidad única, poder trabajar en un mazo hidráulico, en un taller del siglo XVIII, es un sueño», cuenta el artesano.

Cada mañana, Friedrich enciende la fragua y se pone manos a la obra. En esta época, se centra en poner al día los encargos. En verano, el mazo es taller y museo al mismo tiempo, por lo que el austríaco se centra en enseñar a los turistas su lugar de trabajo. En agosto de este 2020, más de 1.000 personas pasaron por el mazo.

Pero este hombre no está solo. Paz Prieto, amante de la artesanía que lleva tres años en el mazo, es también ferreira y profesora en los cursos intensivos de fin de semana que se imparten aquí. «Siempre he luchado por tener un hueco en esto. Siempre me atrajo», cuenta. Ella y Friedrich —finalistas de los Premios Nacionales de Artesanía de este año por promocionar la cultura de este oficio— se encargan de dar clase de historia a los turistas y de explicarles también cómo funciona el mazo.

El oficio tradicional

Tradicionalmente, los tochos de hierro se transformaban en láminas tras pasar por la fragua, a mil grados de temperatura. Después, estas se estiran en el suelo, se agarran con unas tenazas y se moldean a través de un martillo. Antiguamente, cada vecino disponía de una parte del día para usar el mazo y después, se iba a la fragua que estaba situada en la cuadra de casa para terminar las piezas.

Los tiempos de trabajo para los ferreiros son variables. Un clavo son cinco minutos, pero una sartén son dos días de trabajo. «Haces la chapa, la forjas en el mazo, después la recueces, luego la pones en el plano, subes, nivelas, haces el mango...» explica Paz Prieto, que describe también el cuidadoso y complejo proceso de un oficio con muchos siglos de antigüedad.