Vivir en una aldea como Mazaeda en los años 50

Gumersindo Rego Fernández

A FONSAGRADA

09 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hacia mediados de siglo pasado Mazaeda era una aldea de A Fonsagrada, aislada como tantas otras, anclada en un pasado remoto, hasta que las comunicaciones, la televisión y nuevos avances la hicieron irreconocible.

 Allí se podían ver dos formas de vida muy distintas; por un lado, el polo negativo de los que estaban sometidos a agotadores trabajos para sobrevivir y por otro lado, el polo positivo, del médico que venía bien vestido, en un buen coche, o el de una familia de «señores» que venían a descansar en su palacete de verano.

Los niños (entonces los había) comían la tortilla de pascua en el soportal de la capilla de San Roque y allí se podían ver los dos polos: tortillas pálidas y tortillas con color. La distancia entre los polos era enorme y suponía una motivación para esforzarse y recorrer el camino. La distancia entre estos polos ha desaparecido, afortunadamente, pero ello pude causar una desmotivación que se intenta remediar alargando la distancia motivadora a base de potenciar el polo positivo con «botellones» y otras prácticas poco recomendables. La distancia motivadora se debería mantener buscando el conocimiento, la creatividad y los valores humanos universales.

El que relata esta historia -a petición de un buen amigo que se interesa por su tierra fonsagradina- nació allí en el año 1939, en el seno de una familia que no tenía propiedad alguna y pagaba rentas por todo pero que siempre le apoyó; tuvo la suerte de admirar al que sabía, al médico, al juez y al que había destacado en algo, como el general Rodil de la parroquia de al lado o al niño que vivía detrás de las montañas y del que se decía que pintaba un rebaño de ovejas en el que se podían identificar todas; se puso manos a la obra, estudiaba por libre, con libros prestados en los que faltaban hojas, en el frío «cuarto do río» de la casa de Neira (por cuyo tejado asoma ahora un saúco), hasta las tantas de la madrugada, con la luz de carburo como compañía y vestido con una zamarra que había dejado un tío suyo emigrante.

La historia no tiene otro mérito que poner de manifiesto que, con la motivación y el esfuerzo, se pueden alcanzar los objetivos deseados, objetivos que en este caso fueron modestos pero satisfactorios al conseguir ser jefe de un servicio médico en un gran hospital, publicar algunos trabajos de investigación en revistas internacionales de prestigio, trasladar su experiencia a un libro sobre enfermedades respiratorias de origen laboral y medioambiental, publicado por las Sociedades Asturiana y Nacional de Medicina y Seguridad en el trabajo y publicar un pequeño libro sobre aquella vida en Mazaeda, centrado en las emociones y sentimientos de entonces, hoy inimaginables. .