Leí por algún sitio que la vida no era más que una constante sucesión de instantes. Una ristra de momentos que te pasan por delante y tras vivir su exigua oferta fugazmente, se diluyen en el tiempo y se te van con viento fresco. Fotogramas enlazados de este corto celuloide que es tu histórica existencia. Eso es en esencia el breve flash de nuestra vida. Instantes de la mía los comparto con ustedes a través de esta columna. Los instantes son como los granos: unos negros y otros blancos. El estado de ánimo es el balance de una sucesión de instantes. Cuando la serie es puñetera te cuesta levantarte. Percibes la solidificación de tus ideas negras. Yo las oigo crepitar de cuando en cuando. Días de esos en que te huele el corazón a queso, y el cerebro, y el organismo entero y andas con tanto hedor por dentro que tu aliento nauseabundo infecta el medio ambiente a razón de tonelada el metro cúbico. Son esos instantes en que la vida es una inmensa porquería, te dices, la llevas en tu alma impresa y de repente te revienta y cada instante que percibes es un pequeño lodazal. Eso suele sucederme cuando toco fondo leyendo a fondo el tema predilecto para imbéciles de medio pelo como el menda: Antología del pesimismo; un tratado psicológico que no encontré en ninguna parte y que acabo de inventarme en un instante. Tiene mérito lo mío, en tiempo récord soy capaz de recuperarme, caigo al hoyo en el instante n, y en el instante n+1, que según las matemáticas es el siguiente, estoy tan fresco como una rosa. Si así no fuera, ¿cómo creen ustedes que sería capaz de pergeñar esta bobada y acabar hoy la columna de esta forma?... Si es que en mi ventana le pasa a uno cada cosa…