Un asunto de patacas

Emilio R. Pérez

LUGO

01 feb 2023 . Actualizado a las 18:49 h.

Me llama Conchi esta mañana para contarme que le han salido tres patacas podres en la redecilla de tres kilos que se compró ayer en el Gadis. Reniega cabreada y me pregunta: Tú de cuáles compras. Yo compro de las sanas, le contesto, las de a granel; te sale el kilo por cerca de uno ochenta, pero son muy buenas. Arggg…, se espanta. Y cuelga. Y en esto que me vienen a la cabeza las llamadas de mi prima Lola durante aquella etapa de mi vida más lozana, lúcida y vibrante que la de ahora: ¡El sábado patatas, joven, vaya calentando!... Y allá nos íbamos el sábado a sudar la gota gorda a Las Moreiras, a echarlas o a apañarlas dependiendo de la época del año en que tocaba.

Cierto día alguien muy puesto en la materia me informó de cuánto queda en el camino en el trayecto del tubérculo entre la huerta y casa y me quedé más bien tirando a estupefacto. No podría precisarlo ahora, pero  puedo asegurar que una pasada. Y recordando una vez más aquellos tiempos en que doblaba el espinazo en Las Moreiras, no tan solo con patatas, sino también sachando o vendimiando (que ésa es otra gesta heroica), me da la risa floja.

Comprendo que embalar la mercancía, transportarla, distribuirla, en fin, de un sitio a otro, tiene sus costes, claro; pero el día en que el fulano me contó lo que del kilo que compró mi amiga Conchi le quedaba al hortelano, se me fue la mano por inercia a los riñones y respiré aliviado: mi prima Lola no me llama desde entonces porque están momificados. Y lo sabe.

Me asomo a mi ventana aquí en el alto y veo a lo lejos mucho campo, pero muy pequeño. Cada día que va pasando queda menos.