Una pensión que da cama y comida a los nómadas que pasan por Lugo buscando trabajo
LUGO

El Fogar do Transeúnte acoge una media de más de 20 personas al día a las que dispensa tres comidas
26 ene 2023 . Actualizado a las 13:27 h.Por el Fogar do Transeúnte de Lugo pasan a diario más de 20 personas que buscan dormir una noche al abrigo y comer caliente. La mayoría, explica María Ozores, la encargada, están de paso en la ciudad amurallada. Buscan trabajo y, camino de una vida mejor, hacen una parada en la ciudad amurallada para tentar a la suerte e intentar mejorar un futuro que está oscuro.
«Algunos te cuentan sus penas y tú las vives con ellos», explica María, que lleva más de 40 años trabajando en las instalaciones municipales situadas a unos pasos del monumento romano. El albergue abre los 365 días del año, y de lunes a domingo.
Hay siete trabajadores incluida la encargada, que se suman a dos cocineros y cuatro ayudantes de cocina y limpieza. Entre todos gobiernan esta especie de posada repleta de historias solitarias y tristes.
En total, los hombres disponen de 21 camas y las mujeres, de 5, aunque en caso de apuro hay armatostes plegables y sacos capaces de dar cobijo a cualquiera. El perfil de aquel que pasa por el Fogar do Transeúnte de Lugo es, como avalan los datos, el de hombres que oscilan entre los 35 y los 60 años. «Ellas pueden estar semanas sin aparecer, pero ellos son una constante», cuenta María.
Las cifras diarias de personas que pernoctan oscilan mucho. Un mes todo está lleno. Al siguiente, en una semana duermen y comen tan solo cuatro personas. Además, el albergue ofrece servicio de bocadillos elaborando docenas de ellos a diario para que los que lo necesiten puedan plantarse en la rúa Deputación, recogerlos y saciar el apetito. A partir de las siete de la tarde, quien quiera puede pasarse por las instalaciones para ducharse.
«Algunos te cuentan sus penas y tú las vives con ellos»
La mayoría de los que pasan por el Fogar do Transeúnte son almas en tránsito que no viven en la ciudad. Personas que buscan mejorar. «Hay pocos repetidores y también pocos veinteañeros», desgrana María. Los requisitos para pernoctar implican una especie de pase expedido por la Policía Local que les sirve como autorización. Una vez llegan, las trabajadoras les hacen vales para los desayunos comidas y cenas.
«Algunos desayunan pero no vienen a cenar y otros comen pero no cenan. Al estar de paso, algunos se levantan y ya se marchan», recuerda la encargada, que también explica que el tiempo de estancia máximo es de tres días al mes. Sin embargo, en función de la historia y la situación, las trabajadoras sociales pueden establecer prórrogas.
Los siete trabajadores de este hogar no intiman con todos los recién llegados, pero muchos necesitan desahogarse y empieza entonces esa terapia verbal dentro de las cuatro paredes del albergue municipal. «Cada persona trae una mochila cargada en la espalda. Algunos necesitan hablar y otros no. Aunque no conocemos los problemas de cada uno, a veces hacen comentarios», cuenta María. Los hay que llegan con la idea de poder trabajar en Lugo. Muchos abandonan poco después al no encontrar lo que buscan. «Son gente como nosotros y todos podemos llegar a estar en una situación así», recuerdan desde el centro.

Duchas, comida y cama
En el Fogar do Transeúnte hay dos plantas que incluyen una recepción, un comedor con capacidad para 40 personas, habitaciones, baños, cuarto de lavandería y despensa. Los que llegan pueden asearse y salen con la ropa limpia. Pueden estar hasta las 12 de la noche en una pequeña sala viendo la televisión. Se van a la cama y desayunan a las ocho porque una hora más tarde tienen que abandonar las instalaciones. Empieza entonces la limpieza por parte de las trabajadoras y arranca también la preparación de la comida y de los bocadillos que aquí se dispensan a diario.
«Hemos visto casos de trabajadores normales que se quedan sin empleo y, de repente, no pueden pagar la hipoteca ni mantener a sus hijos. Se tienen que echar al mundo y muchas veces se separan de sus parejas. Hay que saber lo que hay detrás de cada persona antes de hablar», razona María Ozores.
La paz reina en el Fogar la mayor parte de los días. Sin embargo, hay personal de seguridad a raíz de una agresión que sufrieron en el centro. «Son casos muy puntuales y la inmensa mayoría de personas que vienen no son conflictivas». Para evitar problemas, un hombre custodia el centro por la noche y hace guardia durante los desayunos, las comidas y las cenas.

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Pensamos que el frío afecta, sobre todo, a aquellas personas que no tienen una casa en la que refugiarse. Estigmatizamos a la gente que vive en la calle, creyendo que es porque de alguna forma, se lo han buscado. Prejuzgamos a aquellos que acuden a los comedores sociales o a los albergues municipales en busca de un plato caliente de comida o de una cama en la que pasar la noche. Todo, por desconocimiento y prejuicios. «Nadie quiere estar en la calle porque sí», dice convencida Patricia Castiñeira, una educadora social al frente de un equipo de seis voluntarios —que incluyen a una terapeuta ocupacional, a otra educadora social, trabajadora social, psicólogo y enfermera— de Cruz Roja en Lugo, que trabajan con las personas sin hogar de la ciudad, intentando dignificar su vida y solventar situaciones difíciles con la mayor brevedad posible.